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Fiestas de Día de Muertos que quizá no conozcas en México

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En ningún lugar del mundo se invita -como en nuestro país- a los difuntos a participar en su festín. En estas poblaciones se les canta, se les baila ¡y hasta se les acicalan sus huesos!

Fiestas de Día de Muertos que quizá no conozcas en MéxicoJimena Sánchez-Gámez

1. Pomuch y sus muertos limpios

Hay muertos, como los de Pomuch, que continúan vivos, que necesitan cuidados y atención para seguir ese, su nuevo camino. Se limpian entonces sus huesos y se les cuenta cada año lo ocurrido mientras su osamenta espera por la ceremonia de aliño.

Al norte de Campeche, en el Camino Real que los españoles trazaron para comunicar la ciudad de San Francisco de Campeche con Mérida, se halla Pomuch, un pueblo maya de casas de piedra y palma que tiene la costumbre de acicalar los huesos de sus muertos. Al cabo de tres o cuatros años, los restos de quienes se han ido son exhumados, colocados en una caja de madera y trasladados a un colorido camposanto donde se acumulan osarios. Una vez ahí han de aguardar la llegada del 2 de noviembre y la semana que antecede a esa fecha, porque entonces los vivos se dedican, por designio y cariño, a desplegar todas las formas aprendidas para honrarlos.

En los hogares se preparan altares con las cosas que han de traer de vuelta a los muertos. Se llenan de flores y frutas, de fotografías para no dejar que gane el olvido, y de imágenes de santos que sepan hacer lo mismo que las veladoras: iluminar caminos. No falta el pan que ha hecho famoso al pueblo desde finales del siglo XIX, el pan de anís, los pichones, el que se hace con elote o el de canela. Y como si de ello dependiera el equilibrio entre este y el otro mundo, se ofrenda también el platillo que resume lo que sucede después de la vida, el pibipollo. Se trata de un desmesurado tamal hecho con masa de maíz y frijol tierno. A su relleno de carne (sea de pollo, res o cerdo) se le agrega una mezcla de achiote y especias llamada cool. Luego se envuelve en hojas de plátano y es sepultado para ser cocinado bajo la tierra. El guiso sirve de metáfora desde hace mucho: ilustra al mismo tiempo la travesía del alma por el inframundo y la idea de resurrección que el cristianismo sobrepuso a la cosmogonía maya.

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Para la gente de Pomuch la muerte es una nueva vida de la que es necesario estar pendiente. Por eso las evocaciones no bastan y hay que acudir a los difuntos cada año, hacerles sentir que no están solos y que todavía se les reconoce y respeta. Se saca la caja que guarda sus huesos, se cambia la manta bordada con hilos de colores que los sostiene por una nueva, y se desempolvan uno por uno de los huesos con brochas y trapos. Luego se guardan de vuelta, sin prisa, como si fueran mariposas o seres que todavía no saben volar. No hay miedo ni morbo en esa pequeña ceremonia, al contrario, es la manera más íntima que encontraron para comunicarse con aquellos que no han dejado de quererse.

Sigue leyendo… A continuación te contamos cómo se viven estas fechas en la Sierra Mazateca, en Oaxaca

Fiestas de Día de Muertos que quizá no conozcas en MéxicoAlfredo Martínez Fernández

2. La Danza de Los Huehues

En diversos pueblos de nuestro país, durante las festividades de los días de muertos se lleva a cabo la danza de Los Viejitos, también conocida como Los Huehues, Los Huehuentones, Los Xexes o La Viejada. En la Sierra Mazateca, en Oaxaca, esta celebración tiene gran significado…

Los Huehues son el vínculo entre la vida y la muerte, a través de ellos las ánimas envían mensajes al mundo de los vivos. La fiesta de los muertos coincide con el fin del ciclo agrícola. Las cosechas se comparten con los antepasados ya fallecidos, ya que ellos son quienes heredan y dan fecundidad a la tierra; a ellos se les pide su intervención ante los dioses para obtener buenas cosechas.

Huautla de Jiménez se localiza en territorio oaxaqueño de la Sierra Madre Oriental. Es un místico pueblo colgado de las montañas envuelto en la neblina. Para la gente que lo habita sus tradiciones son motivo de orgullo, desde su lengua mazahua hasta su forma de entender y explicar el mundo. El tiempo transcurre pausado, en las cocinas se tejen historias mientras que en las calles nadie maltrata a los perros y menos sin son negros, porque se cree que cuando uno muere, ellos son quien nos ayudan a cruzar “el río”.

La fiesta más importante

Fuimos a visitar a la cuadrilla de danzantes de Los Huehuentones, quienes estaban ensayando y preparando sus máscaras y atuendos. Cada uno portaba un llamativo sombrero con forma de cesto llamado en mazateco nisin, tejido con mimbre y raíces aéreas de hiedra; su diseño es de forma puntiaguda.

Una leyenda cuenta que en tiempos muy remotos, en Huautla abundaban aves gigantescas parecidas a las águilas, las cuales capturaban a los niños y a los ancianos para comérselos, por lo que a los mazatecos se les ocurrió cubrirse y protegerse con unos cestos, así las aves, en lugar de llevarse a la gente, se llevaban el cesto. La fiesta de Todos los Santos se celebra del 27 de octubre al 5 de noviembre. En las casas se coloca el arco tradicional de flores de cempasúchil y el altar con las ofrendas para recibir a las ánimas.

Durante estos días, las cuadrillas de Huehuentones recorren el pueblo, van de casa en casa llevando la alegría de su música y sus bailes, son la personificación de los antepasados y el vínculo entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Nadie puede ver cuando se disfrazan, el grupo se dirige al campo santo, en donde se visten con ropas viejas, se colocan sus sombreros de jonote y las tradicionales máscaras de madera, cubriéndose bien el rostro con paliacates para que nadie sepa quiénes son.

La fiesta finaliza con la participación de los Huehuentones en el tradicional baile de La Calavera.

Fiestas de Día de Muertos que quizá no conozcas en MéxicoFrancisco Palma

3. La fiesta de los diablos

Durante los primeros días de noviembre, en Cuajinicuilapa, en la Costa Chica de Guerrero, los hombres se convierten en diablos; danzan por las calles y bromean a los vivos, en un juego donde la solemnidad no existe; todo es diversión, baile y alegría.

Llegamos a esta región afromestiza de Guerrero el 31 de octubre por la tarde, para entonces los diablos ya habían salido del panteón y los encontramos al lado de la carretera, subiéndose a un camión de redilas para ir a danzar al otro lado del pueblo.

Este primer encuentro fue fugaz, pero en el ocaso, cuando venían de regreso, nos invitaron al Barrio de la Iglesia, donde la danza, la música y los versos fueron el preámbulo de una cordial velada. El pozole y la cerveza nos hicieron buenos amigos.

Cuernos y gruñidos

Ver danzar a los diablos impresiona desde el principio, son como venidos de ultratumba, andan con ropa oscura, en algunos casos desgarrada y dan gruñidos todo el tiempo. Su andar es poderoso. Recorren las calles encorvados, zapateando con tal ímpetu que serían capaces de abrir el piso y despertar a los muertos. A fin de cuenta para eso salen del panteón, para traer por unos días los espíritus de los antepasados.

Por la mañana del 1 de noviembre, en casa de Miguel Ventura, promotor de la danza, nos tocó ver cómo preparaban algunas máscaras. “Tienen que ponerle cartón doble para que no se doblen”, afirmó Miguel, mientras continuaba escribiendo su discurso para el encuentro de danzas de la noche. En “Cuaji” como le llama la gente, las máscaras las hacen de cartón, las pintan de negro, les ponen cuernos de venado y las adornan con largas crines de caballo, y todo lo que se les ocurra para hacerlas más provocadoras.

Más tarde la cita fue en casa de don Simitrio Morga, líder del grupo del Barrio de la Iglesia, la cuadrilla más antigua de Cuajinicuilapa. Ahí ya esperaba el tenango, o diablomayor, arriando con su látigo a los inquietos y bromistas diablos mientras esperaba la salida de su esposa, la minga, mamá de los diablos, vestida con máscara de mujer, falda y blusa floreada, atributos excedidos y un bebé de plástico en el rebozo. La minga es indispensable en la danza, sin ella el rito no sería lo que es: “Debe ser muy activa y hacer reír a todos”, enfatizó Miguel, mientras la madre de los diablos hacía movimientos exagerados, muy eróticos, y al mismo tiempo disciplinaba a algún hijo cuando importunaba a un descuidado que pasaba cerca y era la mofa del diablo.

Estruendosas pisadas

Por la tarde, Cuajinicuilapa se va poblando de seres del inframundo gracias al encuentro que año con año organiza la Casa de Cultura. Diablos de distintos pueblos comienzan su arribo para desfilar por la calle principal. Máscaras de cartón, de cuero, con crines o sin adornos, pintadas con rojo o blanco; la forma en que cada pueblo las elabora y adorna es distinta, mientras tanto sigue el zapateo al son de los tres instrumentos, encaminándose hacia la plaza principal.

Al llegar, se dan un breve tiempo para descansar y comer, mientras tanto los espectadores van tomando lugar en la explanada y apartan los mejores lugares. Ya caída la noche, comienzan las presentaciones y es momento para recordar a los danzantes finados y hablar unos minutos sobre la danza. Después del protocolo, salen los diablos con sus estruendosas pisadas, cada grupo intenta danzar con más fuerza que el anterior; cada minga trata de superar a su antecesora, haciendo reír al público con sus sensuales bromas. Y así continúa el encuentro hasta casi la media noche.

Para el día 2 de noviembre los diablos siguen rondando las calles, avanzan en dos filas, bailan en las casas de quienes deseen que le lleven a sus difuntos. Es el último día en que los muertos estarán entre nosotros y hay que aprovechar para invitar a los diablos a los hogares; a cambio se les invitan tamales, pan, refrescos o se les da dinero, mismo que se repartirán al final del día. Al tiempo, los altares son adornados con flores y se les pone comida y pan, este último es muy particular en la región, pues recuerda la figura de un hombre o una mujer; son una delicia. También delicioso resulta el pozole, especialmente el de doña Elia Salinas, abuela de una cuadrilla de pequeños diablos, quien nos invitó a su casa para probarlo.

Conforme la tarde avanza, el público y los diablos se preparan para acudir al panteón, se enfloran las tumbas, algunos llevan música y el camposanto se convierte en el escenario principal donde se congrega toda la comunidad.

 

Fiestas de Día de Muertos que quizá no conozcas en MéxicoSalatiel Barragán

4. Xantolo, una fiesta de muertos que disfrutan los vivos

En ella el pueblo ofrenda, canta y baila disfrazado, y al mismo tiempo manifiesta un gran respeto y tristeza por los parientes o amigos muertos.

En la Huasteca veracruzana se celebran el Día de Muertos y Todos Santos o Xantolo, un culto producto de una historia que aún no concluye y continúa acumulando expresiones culturales mágico­religiosas. Hoy es una celebración católica que tiene lugar en todas La Huasteca, pero en Tempoal se conservan intactas sus raíces.

En cada casa se construyen altares, donde se ofrendan alimentos que preferían los parientes fallecidos, y se realiza una exposición también de altares en la plaza central.

Como la música no puede faltar, muchos participan en el Festival de Comparsas, el más espectacular de toda La Huasteca.

En esta temporada de días grises y tierra mojada por la llovizna incesante, es gratificante sentir el cálido interior de los hogares que todavía encienden hornos y fogatas en las casas, donde se mitiga el frío y la melancolía de esos días cercanos al fin de año. El aromático olor del copal, el sutil aroma del café de olla, los tamales y el zacahuil invitan a entrar en todas las casas, donde los visitantes son recibidos con hospitalidad porque representan simbólicamente las almas de familiares muertos.

Altares y disfrazados

En la región, el domingo anterior al 31 de octubre es llamado “Domingo Grande”, porque es el día en que las mujeres acuden al mercado a comprar los materiales para hacer el arco o altar, considerado la puerta del cielo por donde entran y salen las almas. El 29 de octubre se construye el arco con flores de cempasúchil, mano de león, limonaria, palmillas y cañas, del cual cuelgan naranjas, mandarinas y canastas con dulces y nueces; sobre la mesa adornada con manteles bordados colocan imágenes religiosas y fotos de parientes muertos, con ofrenda de comida, velas y copal. El 31 todo está listo para recibir a los fieles difuntos, guiados por senderos trazados con pétalos amarillos.

En los siguientes días, 1o y 2 de noviembre, las comparsas salen a la calle y van de casa en casa donde reciben unas monedas, alimentos o bebidas. Atrás viene la muerte siguiéndolos para tratar de llevárselos, por eso usan máscaras y tratan de confundirla. La mayoría de los danzantes surgen de las colonias, donde se organizan con varias semanas de anticipación y forman las comparsas o “Viejada”; crean atuendos y máscaras originales e invierten miles de pesos, con el objetivo de lucirse ante todo el pueblo en un festival espectacular.

En el imponente Festival de Tempoal, participan alrededor de mil danzantes conocidos como “viejos”, “coles”, “disfrazados” o “la viejada”, los cuales bailan en comparsas o cuadrillas de 50, 100 o más hombres, mujeres y niños de todas las edades. Esta tradición de bailar en la plaza central, según algunos cronistas, data desde 1957, y viene precedida de una importante labor de rescate de la máscara tradicional elaborada por artesanos locales que, sobre una base de madera de cedro rojo o colorín, agregan cuernos, colmillos, cabello y llamativos colores.

Al atardecer, cientos de tempoalenses y visitantes llenan el graderío y la plaza central; y poco antes de las seis de la tarde, en el templete elevado se coloca la primera comparsa compuesta por más de 50 danzantes. El trío de huapangueros interpreta para ellos sones huastecos: El Pajarito Verde, El Trote del Macho, La Carretera, El Palomo, entre otros.

Así continúan pasando diferentes comparsas, cada diez o 15 minutos, hasta casi la media noche. Conforme avanza la noche, surgen las más espectaculares. Lucen atuendos coloridos, muy elaborados y máscaras que miden hasta un metro de tamaño.

La despedida

El 2 de noviembre la fiesta de Xantolo concluye con el “destape” de los disfrazados para así marcar el final de la fiesta. Durante la noche se colocan ofrendas al “ánima sola” en la calle o camino, para quienes en vida no tuvieron familiares.

El día siguiente es conocido como Tlamakauali o “despedida”, las distintas comparsas llegan al panteón con la explosión de cohetones y bailando al ritmo de los sones. Ahí comen, beben, bailan y conviven con sus muertos.

Al final, cuando se levanta el altar, los alimentos han perdido su olor y sabor: porque es sabido que, las almas saciaron su espíritu. Mientras, los vivos brindarán con cerveza o aguardiente, para rogar porque los fieles difuntos que se han ido al Mictlán, el próximo año obtengan el permiso que se les otorga una vez al año.

 

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autor Conoce México, sus tradiciones y costumbres, pueblos mágicos, zonas arqueológicas, playas y hasta la comida mexicana.
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