Fin de semana en Chetumal, Quintana Roo - México Desconocido
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Fin de semana en Chetumal, Quintana Roo

Quintana Roo
Fin de semana en Chetumal, Quintana Roo fifu

Disfruta de un fin de semana lleno de selva y agua, de sitios arqueológicos y una cultura que dejará con ganas de más.

Sin llegar aún, se nos antoja recorrer el malecón chetumaleño, en cuyas playas, Punta Estrella y Dos mulas, juegan los niños y bailan los jóvenes al compás de un grupo de Belice. Por aquí entró el reggae a México y son los ritmos caribeños anglófonos los que predominan en cada fiesta y en cada baile.

VIERNES

13:00. Antes de entrar a Chetumal, tras recorrer una larga carretera ceñida por el verdor, aparece el pueblo de Huay Pix –Cobija de brujo en lengua maya-, ubicado junto a la Laguna Milagros, una de las bellezas naturales más atractivas de la región, en cuyos bordes se alzan múltiples restaurantes.

Gente cálida nos atiende con un menú que incluye algunos platillos yucatecos, invenciones culinarias caribeñas, mariscos de diversa índole y sabores inolvidables…La laguna es un criadero de bagres, peces que se entrecruzan entre las piernas de los niños que nadan bajo el radiante sol.

14:00. Dada su céntrica ubicación y sus comodidades interiores, el hotel Holiday Inn es el lugar idóneo para hospedarse y disfrutar de la alberca, cuya frescura acentúa los prodigios del trópico. No olvidemos que Chetumal se extiende entre mar y selva, y cada paso aquí es una fiesta de colores.

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16:00. A esta hora visitamos el Museo de la Cultura Maya, en cuya sala de exposiciones permanentes se reproducen, como en un set cinematográfico, segmentos de la gran civilización precolombina que dominó hace siglos todo el territorio circundante, además de que se puede acceder a información computarizada.

En el patio, sombreado por árboles autóctonos, se levanta una vivienda típica maya como parte de la muestra etnográfica, y en numerosas galerías se exhiben exposiciones de pintura, fotografía, dibujo, artesanía y escultura de artistas de la entidad e invitados del país y el orbe.

19:00. En varios puntos de la ciudad es posible tomar sabrosos machacados, bebida típica de la zona, compuesta de hielo raspado y la pulpa de las más sabrosas frutas del Caribe: mango, guayaba, chicozapote, piña, tamarindo, plátano, papaya, mamey, guanábana, sandía y melón.

20:00. A sólo ocho kilómetros se halla el primer puente del Río Hondo, que separa a México de Belice; del lado beliceño se abre una zona franca que durante el día vive un dinamismo comercial pintoresco con sus casi 400 tiendas, en las que se venden productos importados, desde vinos hasta perfumes.

De noche funciona allí un casino que más allá de los azares que propician sus juegos es un ámbito para divertirse y compartir exóticas bebidas beliceñas, como el aguardiente de coco, así como apreciar los plásticos espectáculos danzarios de las bailarinas rusas.

SÁBADO

9:00. Tras el desayuno nos dirigimos por la carretera que va de Escárcega hacia la zona arqueológica de Kohunlich, a menos de una hora, donde es posible reconocer similitudes arquitectónicas con otras regiones mayas, como el retén guatemalteco y el río Bec, aunque el sitio tiene su propia fisonomía.

La Acrópolis, con sus diversas etapas constructivas y una acabada técnica de mampostería constituye una obra residencial de alto nivel, equipada con banquetas, nichos y elementos asociados a la vida cotidiana. La mayor parte de estas edificaciones fueron erigidas entre los años 600 y 900 de nuestra era.

El Conjunto Residencial Norte, como la Acrópolis, era utilizado por las élites mayas, pero a partir del periodo Posclásico Temprano, entre los años 1 000 y 1 200, detuvieron las actividades constructivas. La población fue dispersándose y algunas familias usaron los vestigios como viviendas.

El sello distintivo de Kohunlich, construido durante el Clásico Temprano entre los años 500 al 600, es el Templo: de los Mascarones, del cual se conservan cinco de los ocho mascarones originales, los cuales representan una de las muestras mejor conservadas de la iconografía maya. La Plaza de las Estelas concentra estelas al pie de sus edificios. Se cree que esta explanada era el centro de la ciudad y lugar de actividades públicas. Para fines del siglo XIX y principios del XX, se empezaron a establecer madereros y chicleros que habitaron temporalmente las ruinas.

En cuanto a la Plaza Merwin, fue nombra así por el arqueólogo estadounidense Raymond Merwin, quien en 1912, vino por primera vez y bautizó a Kohunlich como Clarksville. El nombre actual proviene del inglés cohoondrige, que significa lomerío de corozos.

El palacio probablemente era utilizado como residencia de sus gobernantes, se alza al oeste de la Plaza de las Estrellas, que era el centro de la ciudad. El juego de pelota tiene semejanzas con los encontrados en Río Bec y Los Chenes, y constituye un espacio ritual imprescindible de la ciudad maya.

12:00. De regreso a Chetumal, a la altura de Ucum, podemos desviarnos hacia el camino donde se alzan las poblaciones mexicanas que bordean el río Hondo hasta La Unión, casi frontera con Guatemala, y en el tercer pueblo, El Palmar, detenernos junto a un balneario de aire paradisíaco donde además se pueden saborear mariscos caribeños y bebidas típicas en contacto con una naturaleza pródiga.

15:00. A 16 kilómetros hacia el noreste de Chetumal se encuentran los vestigios arqueológicos de Oxtankah, adonde llegamos siguiendo un camino asfaltado que bordea la costa desde el pequeño pueblo de Calderitas.

Unos inesperados montículos ocultan antiguas construcciones indicios de una dinámica vida pasada en la que Oxtankah sostuvo un preponderante papel.

Según especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia, hacia el año 800 había en la zona importantes núcleos urbanos; Oxtankah, junto con Kohunlich, Dzibanché y Chakanbakan, fue una de las principales ciudades del periodo Clásico (250-900)

Sus habitantes practicaban la agricultura y el comercio en alta escala, lo cual determinó la prosperidad que reflejan las imponentes estructuras-pirámides, juegos de pelota, templos y obras hidráulicas sembradas en una área selvática de aproximadamente 240 km2. Existe la teoría de que en el siglo X Oxtankah -como muchas ciudades mayas- pudo sufrir las consecuencias del colapso que terminó con su esplendor.

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También se ha sostenido la hipótesis de que una emigración proveniente del estado de Tabasco, del grupo conocido como puntunes, trajo un nuevo florecimiento. Se especula que los puntunes, experimentados navegantes, establecieron un intenso comercio basado en rutas marítimas que llegaban hasta litorales de Honduras. Asimismo, re- novaron la ciudad maya de Chichén Itzá y mantuvieron la paz durante dos largos siglos.

Como enclave costero, se supone que Oxtankah participó de estas prosperidades hasta que fue desintegrado el poder de los puntunes. La región quedó entonces dividida en pequeños estados, hostiles entre sí. Oxtankah pudo haber sido la cabecera política de Chactemal, donde se asienta el mito de que vivió allí el náufrago español Gonzalo Guerrero, a quien se la ha nombrado padre del mestizaje hispano indígena en México.

Entre las construcciones prehispánicas destaca la estructura IV, que por su forma y proporciones parece haber sido un importante edificio de ceremonias. Se trata de una edificación semicircular de cinco cuerpos con una escalinata lateral, característica poco común en edificios de esta clase. Las huellas de saqueo y destrucción hacen suponer que sus piedras fueron empleadas por los conquistadores europeos para obras en el siglo XVI.

No lejos, hacia el este, se localizan los edificios históricos. Hay motivos para sospechar que se trata de fragmentos de la villa fundada por el español Alonso de Ávila en medio de la ciudad prehispánica. De la iglesia se conservan pedazos del muro que delimitaba el atrio, la plataforma central y el conjunto de la capilla, donde aún se observa parte de la arquería que sostuvo la bóveda, las paredes del bautisterio y las de la sacristía. Actualmente, el sitio arqueológico tiene una unidad de servicios con estacionamiento, área para la expedición de boletos, sanitarios y una pequeña galería fotográfica donde se muestra avances y hallazgos de las excavaciones. Algunos árboles tienen cédulas pegadas en las que se explican sus propiedades y se señalan sus nombres científico y popular. De tal modo los paseos resultan lúdicos y didácticos.

17:00. Ya en Chetumal, a pocos metros de la bahía, hallamos un museo que recrea en pequeño formato la antigua aldea de Payo Obispo, sus calles arenosas, palmas y casas de madera…una recreación de la nostalgia en la que no faltan los curvatos en los que se almacenaba el agua de lluvia.

La maqueta, atractivo para todo turista, cuenta con 185 casas de madera a escala de 1:25, 16 carretas, 100 maceteros, 83 matas de plátano, 35 árboles de chit y 150 personas –como los enanos en la historia de Gulliver-,y puede ser contemplada por cuatro partes desde un andador periférico.

20:00.En la Plaza del Centenario, donde se levanta un monumento al fundador de la ciudad, una compañía dancística está presentando un cuadro regional que incluye jaranas y recreaciones prehispánicas, bajo los auspicios organizativos de la Oficialía Mayor del Gobierno del Estado de Quintana Roo. Finalizado el evento recorremos parte del malecón nocturno. Al otro lado de la bahía se ven las luces del primer poblado beliceño, Punta Consejo, donde se alza un viejo hotel llamado Casablanca. A este lado, se iluminan bares y restaurantes que ofrecen comidas mexicana e internacional.

DOMINGO

9:00. Nos aguarda la magia de Bacalar, un pueblo asentado junto a una laguna, a 37 kilómetros de Chetumal por la carretera que va a Cancún. De origen prehispánico, significa en lengua maya lugar de carrizos, y su laguna incluye siete tonalidades de azul que varían de acuerdo con la luz del sol. Desde hace años pueden verse en el fuerte de San Felipe de Bacalar niños y adolescentes que pintan, actúan y bailan. En el pasado, la vida era menos romántica sobre estos adoquines. Como toda fortaleza edificada para salva- guardar su entorno, el fuerte es una obra nacida del miedo. Su construcción se remonta hacia 1727, después de que Bacalar sufriera reiterados ataques de piratas caribeños y contrabandistas europeos, principal- mente británicos.

Entonces, el mariscal de campo Antonio Figueroa y Silva decidió revivir la villa, y trajo laboriosos colonos de Islas Canarias. A lo largo de un periodo que se extiende hasta 1751, la villa vivió dedicada a la agricultura hasta que los colonos ingleses de Belice, al sur del Río Hondo, atacaron el fuerte. Los ataques se repitieron y causaron sobresaltos en los pacíficos bacalareños, a la vez que dinamizaron una vida de excesiva paz. Fue así que se armó una expedición bélica que expulsó a los invasores de las aguas aledañas aunque el conflicto tuvo su solución formal en 1783 cuando -por obra de un tratado firmado en París- se autorizó que los ingleses, ex piratas convertidos en cortadores de palo de tinte, permanecieran en el actual Belice.

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Durante la Guerra de Castas, protagonizada por rebeldes mayas y el ejército yucateco en el siglo XIX, el coronel José Dolores Cetina ordenó la construcción de trincheras y tapias en los alrededores; los indígenas prosiguieron con escaramuzas y Bacalar se mantuvo asediado por las balas.

En 1858, luego de una cruel batalla, los sobre- vivientes huyeron hacia Corozal y Bacalar quedó solo. La selva fue apoderándose lentamente del pueblo y así lo encontró, a finales de 1899, el almirante Othón Pompeyo Blanco, quien había fundado un año atrás la aldea de Paya Obispo.

La fortaleza siguió en el olvido mientras fluía el siglo XX. Ocho décadas después fue declarada monumento por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Hoy es un museo donde se exhiben piezas prehispánicas y coloniales y sirve de foro para presentaciones escénicas y pictóricas.

12:00. Tras el encuentro con la historia, nos esperan varios balnearios a lo largo de la costa. Tanto en el Ejidal como en el Club de Velas es posible rentar alguna lancha y desde el agua contemplar las construcciones que bordean la orilla, las flores y los árboles siempre verdes.

Esa hilera de casas contiene disímiles estilos arquitectónicos: árabe, chino, suizo, británico, japonés… Otras embarcaciones se cruzan con la nuestra y el viaje sigue hasta “los rápidos”, canales que fragmentan la laguna, donde la transparencia es absoluta y se distingue un hermoso paisaje subacuático.

El Club de Velas es un espacio abierto que cuenta con un bar, una marina y el restaurante El mulato de Bacalar, donde sirven un plato exquisito, camarones fritos con aceite de oliva, chile habanero y ajo, así como parrilladas de mariscos. Cuenta con un magnífico mirador y allí se rentan catamarán y kayacs.

17:00. Tras el baño, el apetito nos impulsa a visitar el restaurante enclavado junto al Cenote Azul, cuyos peces vienen hasta la orilla para comer pedazos de pan que arrojan los comensales. La oferta es abundante y exquisita, como esos platillos nombrados Mar y selva, Camarón cenote azul y Langosta en vino.

El primero está compuesto por carne de venado, pulpo, tepezcuintle, armadillo y camarón empanizado. El segundo contiene camarón 222 relleno con queso, envuelto en tocino y empanizado; y el tercero se trata de langosta cocinada con vino blanco, ajo y mantequilla. Todos deliciosos para el más exigente paladar. Nos despedimos de Chetumal. Atrás queda una bahía surcada por algunos veleros amarillos y rojos que sobrevuelan las gaviotas. Atrás queda el enigma del primer mestizaje hispanoamericano. Atrás queda el asombro de la lluvia en las tejas y la promesa justa del regreso en un aire mágico donde se oculta el sol.

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autor Conoce México, sus tradiciones y costumbres, pueblos mágicos, zonas arqueológicas, playas y hasta la comida mexicana.
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