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Historia del Archivo General de la Nación (1790-1989)

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Patricia Galeana, ex directora del AGN, te ofrece un acercamiento al desarrollo histórico de esta importantísima institución que custodia millones de documentos patrimonio de la nación.

Desde la más remota antigüedad, los archivos han sido el más valioso depósito cultural de los pueblos y fuente de información esencial para la toma de decisiones de un buen gobierno.

En ellos, a la vez que se guarda una de las máximas manifestaciones del intelecto humano -los escritos-, se crea y recrea la cultura.

En 1790 el virrey Juan Vicente de Güemes-Pacheco y Padilla, segundo conde de Revillagigedo, en congruencia con la política ilustrada de fortalecimiento del Estado, consideró la necesidad urgente de organizar el Archivo del Virreinato como el tallo fundamental de todo gobierno. Desde entonces, se inició la búsqueda de un lugar adecuado para preservar los documentos de la Nueva España.

En un principio se pensó que Chapultepec podría ser el sitio indicado, ya que ahí los documentos se mantendrían a salvo de las inundaciones que la Ciudad de México, construida en una cuenca de lagos, padecía con frecuencia. Tal proyecto no se llevó a cabo, y los documentos de la joya más preciada de la Corona española se ubicaron en el Real Palacio Virreinal.

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En el inicio de la vida independiente de México, Lucas Alamán, hombre de Estado y con conciencia histórica, impulsó en 1823 la creación del Archivo General y Público de la Nación (constituído el 22 de agosto de ese año), el cual también se albergó en el mencionado Palacio, ahora Nacional.

Durante todo el siglo XIX el Archivo permaneció en este recinto, y sólo mudó de dependencia cuando se separó el Ministerio de Asuntos Interiores -hoy Secretaría de Gobernación- del de Relaciones Exteriores. Quedó entonces bajo la jurisdicción del segundo, dada la importancia de los antecedentes históricos para la negociación diplomática, tanto en el proceso de reconocimiento de la Independencia como para la defensa de los derechos de México.

Al transcurrir los años, el espacio en Palacio Nacional resultó insuficiente, y algunos documentos debieron pasar al Convento de Santo Domingo y después al Templo de Guadalupe, en Tacubaya, conocido como la Casa Amarilla. Así, a mediados del siglo XX, se pensó en la necesidad de reubicar el Archivo y en dotarlo de un edificio propio capaz de albergar al máximo repositorio documental de América, sólo comparable, por la cantidad de manuscritos coloniales que contiene, con el Archivo de Indias de Sevilla. Hubo primero el proyecto de ubicarlo en la Ciudadela, después en Ciudad Universitaria, donde hoy se encuentran la Biblioteca y la Hemeroteca nacionales. No obstante, en 1973 se mudó al Palacio de Comunicaciones, hoy Museo Nacional de Arte, donde también el espacio resultó insuficiente.

Tres años después, la Penitenciaría de Lecumberri, inaugurada por Porfirio Díaz en 1900 para vestir a su régimen dictatorial, dejaba de tener uso gracias a un nuevo concepto de readaptación social del jurista Sergio García Ramírez. Los trágicos sucesos acontecidos en la vieja prisión, a partir de los cuales fue conocida como “El Palacio Negro”-desde el propio asesinato del presidente revolucionario Francisco I. Madero junto con el vicepresidente Pino Suárez, hasta las muchas esperanzas muertas e inenarrables horas amargas vividas por sus habitantes-, hizo pensar en la necesidad de destruir el inmueble y que no quedara rastro alguno de esos horrores.

Sin embargo, en varias ocasiones hubo voces que se alzaron para señalar la importancia de conservar el edificio, pues además de que las piedras no eran responsabIes de lo que había sucedido, era y es necesario preservar los monumentos que, de una u otra forma, son parte de la historia y conforman la identidad de una ciudad.

Una vez salvado el inmueble, se debe al historiador Jesús Reyes Heroles, entonces secretario de Gobernación, la idea de convertir a Lecumberri en la sede del Archivo. Para realizar la obra se contó con la creatividad del arquitecto Jorge L. Medellín y con la visión de la historiadora Alejandra Moreno Toscano, quienes vieron en este inmueble las grandes virtudes que su arquitectura panóptica tenía para ser repositorio documental, centro de investigación y recreación de la cultura. En este sitio, en lugar de vigilar a los reclusos, el ciudadano vigilaría los actos de Estado; donde antes privaba la oscuridad ahora brillaría la luz.

El Palacio Negro se convirtió así -como diría uno de sus primeros directores, Ignacio Cubas- “en el depósito de luces, hechos y derechos de las generaciones mexicanas”, en una antorcha para penetrar en nuestro pasado y arrojar luz a nuestro presente. De esta forma, en donde antes estaba la torre de vigilancia de las crujías, hay una gran cúpula que deja entrar un haz de luz que ilumina a los investigadores, estudiantes y ciudadanos en general, para adentrarlos en la aventura del descubrimiento del pasado que nos constituye. Las 860 celdas de la estrella de siete brazos albergan 322 fondos documentales, 6 millones de imágenes, 7,131 mapas, 1,500 códices novohispanos y un sinfín de archivos públicos y particulares que van desde el documento de un beato español del siglo XIII hasta los registros e imágenes de nuestro presente.

Entre los expedientes que resguarda el Archivo General de la Nación figuran las diversas constituciones nacionales y estatales; el Juicio de Residencia de Hernán Cortés, en 1526; la doctrina cristiana en lengua mexicana de fray Pedro de Gante y la causa de Maximiliano. Es también depositario de las cartas de Emiliano Zapata a Francisco Villa y del Acta de la Convención de Aguascalientes, así como códices, edictos, bocetos arquitectónicos, canciones de los presos, estadísticas de criminalidad, grabados de José Guadalupe Posada y pinturas de David Alfaro Siqueiros realizadas durante su estancia en la prisión de Lecumberri, al igual que de litografías, desplegados del Club Femenil Antirreeleccionista de las Hijas de la Revolución en 1912, entre otros.

Dentro de sus peculiares características, el Palacio de Lecumberri, con sus 25,240 m2 de superficie, ha probado su funcionalidad y se ha ajustado a los requerimientos de los acervos del Archivo General de la Nación. Se han hecho previsiones para el crecimiento y expansión de sus acervos, así como para las adaptaciones necesarias respecto de los procedimientos modernos de almacenamiento y reproducción de los materiales. De este modo, se han ganado espacios para albergar a la biblioteca y la hemeroteca.

En 1989 se inició un proceso de reacomodo de los documentos y, mediante la sustitución de la estantería común por la diseñada especialmente para archivos, se ganaron 28 km lineales de espacio.

El Archivo General de la Nación constituye una fuente inagotable para la investigación histórica y para diversas disciplinas. En su acervo, integrado por nueve divisiones documentales, existen todavía muchas áreas de enorme riqueza que no han sido exploradas. Las nueve divisiones y algunos de los archivos que contienen mayor información, o bien mayor demanda para su consulta, son los siguientes:

Documentación de las lnstituciones Coloniales: Correspondencia de virreyes, Hospital de Jesús, Infidencias, Inquisición y Tierras, entre otros.

Documentación de la Administración Pública, 1821-1910: Francisco I. Madero, Álvaro Obregón-Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas del Río, Dirección General de Gobierno, Comisión Nacional Agraria.

Archivos Particulares: Benito Juárez, Carlos Chávez y Emiliano Zapata.

Colecciones y Documentos: Colección de Documentos para la Historia de la Guerra de Independencia: 1810-1821, Colección de Documentos del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, Colección Felipe Teixidor, y Colección Folletería.

Ilustraciones y Cartografia: Mapas, Planos e llustraciones.

Archivos y Colecciones Fotográficas: Archivo Fotográfico Díaz, Delgado y García, Archivo Fotográfico Hermanos Mayo y Archivo Fotográfico de Propiedad Artística y Literaria.

Microfilm y Fotocopias de Archivos: Colección Latinoamericana Nettie Lee Benson, de Ia Universidad de Texas en Austin, y Academia Mexicana de Genealogía y Heráldica.

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autor Conoce México, sus tradiciones y costumbres, pueblos mágicos, zonas arqueológicas, playas y hasta la comida mexicana.
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