Jaral de Berrio: pasado, presente y futuro (Guanajuato) - México Desconocido
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Jaral de Berrio: pasado, presente y futuro (Guanajuato)

Guanajuato
Jaral de Berrio: pasado, presente y futuro (Guanajuato) fifu

Una torre a la distancia nos llama la atención porque no parece ser de una iglesia. Vamos rumbo a Guanajuato por la carretera San Luis Potosí-Dolores Hidalgo, por la vía de San Felipe Torres Mochas, y la torre parece estar fuera de lugar.

De pronto, un anuncio en la orilla del camino nos indica la proximidad de la hacienda de Jaral de Berrio; la curiosidad nos gana y tomamos un camino polvoriento para ver esa torre. Al llegar, nos sorprende un mundo inesperado, irreal: ante nosotros aparece una gran construcción de larga fachada, las trojes, un caserío, una iglesia, una capilla y dos torres cuya arquitectura es algo muy distinto a lo que estamos acostumbrados a ver en este tipo de edificios. Así fue como llegamos a Jaral de Berrio, ubicada en el municipio de San Felipe, Guanajuato.

UN PASADO ESPLENDOROSO
En sus inicios, estas tierras fueron habitadas por indios guachichiles y al llegar los colonizadores las convirtieron en terreno de pastoreo y en una estancia de agricultores. Las primeras crónicas del valle de Jaral datan de 1592, y ya para 1613 su segundo dueño, Martín Ruiz de Zavala, comienza a edificar. Pasan los años y los propietarios se suceden por compra o por herencia. Entre éstos destacó Dámaso de Saldívar (1688), quien también fuera dueño del predio donde se ubican las ahora oficinas centrales del Banco Nacional de México. Entre otras cosas, este hombre ayudó con dinero a las extraordinarias pero peligrosas expediciones que se hicieron por esa época en el norte de la Nueva España.

El primer Berrio en llegar a esta hacienda fue Andrés de Berrio, quien al casarse en 1694 con Josefa Teresa de Saldivar se convirtió en propietario.

La hacienda de Jaral de Berrio era tan productiva que las personas que fueron sus dueños se convirtieron en algunos de los hombres más acaudalados de su época, a tal grado que se les concedía el título nobiliario de marqués. Tal fue el caso de Miguel de Berrio, quien en 1749 llegó a ser dueño de 99 haciendas, siendo la de Jaral la más importante de ellas y algo así como la capital de un “pequeño” estado. Con él se iniciaron las ventas de productos agropecuarios de la hacienda en otras poblaciones, incluyendo México.

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Los años siguieron pasando y la bonanza continuó para este lugar Juan Nepomuceno de Moncada y Berrio, tercer marqués de Jaral de Berrio, fue el hombre más rico de México en su época y uno de los mayores terratenientes del mundo según Henry George Ward, ministro inglés en 1827. Se cuenta que este marqués tuvo 99 hijos y a cada uno de ellos le regaló una hacienda.

Juan Nepomuceno luchó en la guerra de independencia, fue ascendido a coronel por el virrey don Francisco Xavier Venegas, formó un contingente militar de campesinos de la hacienda conocido como “Dragones de Moncada” y fue el último dueño que llevó el apellido Berrio, ya que a partir de entonces todos fueron Moncada.

Cada uno de los propietarios le fue agregando construcciones a la hacienda, y cabe decir que son estos contrastes arquitectónicos los que la hacen más interesante. En algunos casos, fueron los trabajadores los que con sus ahorros pusieron su granito de arena. Así sucedió con una de las armas de llaves de la hacienda que por esfuerzo propio empezó a levantar la iglesia dedicada a Nuestra Señora de la Merced en 1816. Después, como un anexo a la misma, don Juan Nepomuceno levantó una capilla de enterramientos para él y su familia.

Con el tiempo, la hacienda siguió creciendo en riquezas, fama e importancia, y sus productivos magueyales surtían a las fábricas de mezcal de la Soledad, a la de Melchor, a la De Zavala y a la de Rancho de San francisco, donde con tecnología rudimentaria pero propia de la época, las pencas se convertían en el apreciado licor.

Aparte de la elaboración y venta de mezcal, la hacienda de Jaral tuvo otras actividades de importancia como la fabricación de pólvora, para lo cual se aprovechaban sus tierras nitrosas y las de la hacienda de San Bartolo. Agustín Moncada, hijo de Juan Nepomuceno, decía: “mi padre posee en sus haciendas dos oficinas o fábricas para elaborar salitre, y tiene también en abundancia tierra, agua, leña, gente y todo lo concerniente para la elaboración de la pólvora”.

Dada la importancia económica de la hacienda, la vía del tren pasó a medio kilómetro. Sin embargo, esta línea fue después recortada para economizar distancias entre México y Nuevo Laredo.

La hacienda de Jaral tiene como todas sus anécdotas buenas y malas. Unas de ellas dice que Manuel Tolsá, autor de la estatua ecuestre en honor al rey de España Carlos IV mejor conocido como “El Caballito”, tomó como modelo un caballo de esta hacienda llamado “El Tambor”.

Años después, durante la guerra de independencia, Francisco Javier Mina la tomó por asalto y saqueó el tesoro enterrado en el cuarto contiguo a la cocina. El botín constaba de 140 000 talegas de oro, barras de plata, efectivo de la tienda de raya, reses, cerdos, carneros, caballos, gallinas, cecina y cereales.

Muchos años después un hombre llamado Laureano Miranda empezó a promover la elevación del poblado del Jaral a la categoría de pueblo, el cual irónicamente, debería de llamarse, Mina. Pero la petición no fructificó, seguramente por las influencias y poderío de los dueños de la hacienda, y se cuenta que el mismo marqués ordenó la expulsión y quema de viviendas de todos aquellos que promovieron aquel cambio de nombre.

Ya en este siglo, mientras la bonanza continuaba, don Francisco Cayo de Moncada mandó levantar lo más atractivo de la hacienda: el palacete o casa señorial de estilo neoclásico con sus columnas corintias, sus cariátides, sus águilas ornamentales, su escudo nobiliario, sus torreones y la balaustrada en la parte superior.

Pero con la Revolución se inició la decadencia del lugar debido a los incendios y a los primeros abandonos. Después, durante la rebelión cedillista de 1938, la casa grande fue bombardeada desde el aire, sin causar baja alguna; y finalmente de 1940 a 1950, la hacienda se fue desmoronando y acabó por arruinarse, siendo doña Margarita Raigosa y Moncada la última propietaria.

UN PENOSO PRESENTE
En el viejo caso de la hacienda hay tres casas principales que siguen la línea frontal de la mansión: la primera fue la casa de don Francisco Cayo y es la más elegante, la del reloj, la de las dos torres. La segunda se construyó de piedra y cantera lisa, sin adornos, con un mirador en la segunda planta, y la tercera se diseño con una estructura moderna. Todas son de dos plantas y sus puertas y ventanas principales miran al oriente.

A pesar de que las condiciones actuales son deplorables, en nuestro recorrido pudimos percibir la antigua grandeza de esta hacienda. El patio central con su fuente ya no es tan colorido como seguramente lo fue en sus mejores días; las tres alas que hay alrededor de dicho patio contienen varios salones, todos abandonados, mal olientes por el guano de las palomas, con sus vigas derruidas y apolilladas y sus ventanales con los postigos resquebrajados. Esta escena se repite en todas y cada una de las habitaciones de la hacienda.

El ala poniente del mismo patio central tiene una elegante escalera doble donde todavía se pueden apreciar parte de los murales que la decoraban, la cual sube al segundo piso en el que están los amplios salones recubiertos de mosaicos españoles, donde otrora se realizaron grandes fiestas y bailes al compás de la música de renombradas orquestas. Y más allá aparece el comedor con restos de tapiz y ornamentos franceses, donde en más de una ocasión s e sirvieron opulentos manjares para celebrar la presencia de un gobernante, un embajador o un obispo.

Seguimos caminando y pasamos por un cuarto de baño que por sí solo rompe con lo gris y lúgubre de todo lo visto. Ahí se encuentra, todavía en relativo buen estado, una inmensa pintura al óleo llamadaLa Ninfa del Baño, pintada en 1891 por N. González, la cual por su colorido, frescura e inocencia nos hace olvidar por momentos el presente donde estamos. Sin embargo, el viento que se cuela por las rendijas y provoca el rechinar de las ventanas sueltas irrumpe en nuestra ensoñación.

Siguiendo el recorrido entramos en más y más habitaciones, todas en las mismas deplorables condiciones: sótanos, patios, balcones, huertos, puertas que no llevan a ninguna parte, paredes agujeradas, pozos de excavaciones y árboles secos; y de repente encontramos color junto a una habitación adaptada para casa de alguien: un tanque de gas, una antena de televisión, flamboyanes, rosales y duraznos, y un perro que no se inmuta por nuestra presencia. Suponemos que ahí vive el encargado, pero no lo vimos.

Después de cruzar una puerta nos encontramos en la parte trasera de la hacienda. Ahí vemos los recios contrafuertes, y al caminar hacia el norte cruzamos un portón y llegamos a la fábrica que todavía conserva algo de su maquinaria hecha en Filadelfia. ¿Fábrica de mezcal o de pólvora? No sabemos con certeza y no hay nadie que nos lo pueda decir. Las bodegas son amplias pero vacías; el viento y el chirriar de los murciélagos rompen el silencio.

Luego de mucho caminar pasamos a través de una ventana y, sin saber cómo, nos damos cuenta de que hemos regresado a la casa principal por un cuarto muy obscuro que en una esquina tiene una escalera de caracol de madera fina y bien conservada. Subimos la escalera y llegamos a una habitación contigua al comedor; luego volvemos al patio central, bajamos la escalera doble y nos disponemos a partir.

Han pasado varias horas, pero no nos sentimos cansados. Para salir buscamos al encargado, mas no aparece por ninguna parte. Levantamos la tranca de la puerta y volvemos al presente, y después de un merecido descanso visitamos la iglesia, la capilla y las trojes. Y así terminamos nuestro paseo por un instante de la historia, recorriendo los laberintos de una hacienda muy distinta a las demás; tal vez la más grande del México colonial.

UN PROMETEDOR FUTURO
Platicando con la gente en el tendajón y en la iglesia aprendemos muchas cosas de Jaral de Berrio. Allí nos enteramos que son unas 300 familias las que viven actualmente en el ejido, de sus carencias materiales, de la larga espera por un servicio médico y del tren que ya hace muchos años dejó de recorrer esas tierras. Pero lo más interesante es que nos platicaron sobre un proyecto que hay para hacer de esta hacienda un centro turístico con toda la modernidad necesaria pero respetando íntegramente su arquitectura. Habrá salas de conferencias, albercas, restaurantes, recorridos históricos, paseos a caballo y muchas cosas más. Este proyecto, sin duda alguna beneficiaría los lugareños con nuevas oportunidades de trabajo y un ingreso extra, y al parecer está a cargo de una empresa extranjera que es vigilada por el INAH.

Regresamos al auto y al retomar la carretera vemos la pequeña pero representativa estación de ferrocarril, que como recuerdo de las viejas épocas aún se mantiene erguida. Nos dirigimos a un nuevo destino, pero la imagen de este impresionante lugar nos acompañará por mucho tiempo.

En la iglesia hay a la venta un libro sobre la historia de esta hacienda llamadoJaral de Berrio y su Marquesado, escrito por P. Ibarra Grande, el cual es muy interesante en su contenido y nos ayudó a sacar algunas referencias históricas que aparecen en este artículo.

SI VAS A JARAL DE BERRIO
Viniendo de San Luis Potosí tome la carretera central a Querétaro, y pocos kilómetros adelante doble a su derecha rumbo a Villa de Reyes, para llegar a Jaral del Berrio que está de aquí a sólo 20 kilómetros.

Si viene de Guanajuato tome la carretera a Dolores Hidalgo y después a San Felipe, de donde la hacienda se encuentra a 25 kilómetros.

Los servicios de hotel, teléfono, gasolina, mecánicos, etc. los encuentra en San Felipe o en Villa de Reyes.

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