Los voladores de Papantla - México Desconocido
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Los voladores de Papantla

Veracruz
Los voladores de Papantla fifu

Todos los hemos visto alguna vez. Todos nos hemos sorprendido al ver cómo, desde lo alto de un poste, solo sujetos de los pies, comienzan a descender rítmicamente. Pero, ¿por que lo hacen?

Hace muchos años, un grupo de viejos sabios encomendó a unos jóvenes castos localizar y cortar el árbol más alto, recio y recto del monte, para utilizarlo en un ritual…

Dentro del inmenso misticismo que envuelve a las tradiciones de México, las danzas son quizás una de las demostraciones que más admiración causan, debido a gran parte al misterio, la belleza, la indumentaria y el colorido que las enmarca.

Desgraciadamente, conforme pasa el tiempo, las costumbres tienen a desaparecer paulatinamente, y aunque existen grupos étnicos que se niegan a sucumbir ante la “modernidad”, los principios fundamentales de sus ritos ancestrales han sufrido modificaciones que ponen en peligro su práctica futura.

En tal caso se encuentra la Danza de los Voladores, ovacionada por muchos pero comprendida por pocos, y en ocasiones considerada como un simple juego o muestra de valor, debido al desconocimiento de su origen y significado.

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Para conocer un poco más acerca de los intrépidos Hombres-Pájaro es necesario visitar la ciudad de Papantla en el estado de Veracruz –cuna de los voladores-, donde un exquisito olor a vainilla brinda la bienvenida a los visitantes.

Al recorrer las calles, la plaza, la iglesia, pareciera que los voladores fueran personajes comunes, ya que se les puede apreciar plasmados en un impresionante mural de piedra, en los preciosos azulejos de una banca o en pequeñas artesanías.

Sin embargo, el gran monumento (18 m) erigido en la cima del cerro del Campanario demuestra la gran importancia que tienen los voladores para los habitantes de esta región, quienes con gran orgullo y respecto comentan las leyendas, tradiciones y supersticiones en torno a esta ceremonia.

Los orígenes de los voladores de Papantla

Los orígenes de la ceremonia de los voladores se remonta a la época prehispánica. Aunque no se tiene una fecha exacta, se sabe que a la llegada de los conquistadores, sus principales cronistas consideraron esta danza como un “juego”, quizá porque originalmente el atuendo empleado consistía en trajes confeccionados con auténticas plumas de aves que representaban águilas, búhos, cuervos, guacamayas, quetzales, calandrias, etcétera.

Si bien los antecedentes de la danza no están plenamente identificados, existe una leyenda que describe el posible motivo de la ceremonia:

“Hace muchos años, una fuerte sequía en la zona del señoría de Totonacapan [que comprende los límites de los actuales estado de Veracruz y Puebla] causó estragos entre los pueblos de la región y diezmó gran parte sus habitantes.

Un grupo de viejos sabios encomendó a unos jóvenes castos localizar y contar el árbol más alto, recio y recto del monte, para utilizarlos en un ritual complementado con música y danza, con el fin de solicitar a los dioses su benevolencia para que les concediera lluvias generosas que devolvieran su fertilidad a la tierra.

Este culto debía realizarse en la parte superior del tronco, para que las oraciones expresadas con fervor fueran escuchadas en las alturas por sus protectores.”

Al parecer, el buen resultado que dio esa celebración fue acogido como un tributo que debería realizarse periódicamente, convirtiéndose en una práctica permanente, que en un principio se llevaba a cabo al inicio de la primavera, para esperar una buena fertilidad. Actualmente, las fechas varían según la región.

El comienzo del ritual de los voladores de Papantla

Contrariamente a lo que se piensa, la ceremonia de los voladores no inicia cuando estos se arrojan al vacío. Hasta hace algunos años, el ritual comenzaba con la selección del “palo volador” por parte del caporal (máxima autoridad del grupo).

Este se internaba en el monte en busca de un buen árbol; al ser localizado, se danzaba en torno, inclinando el cuerpo en forma de reverencia y en armonía con un son conocido como “del perdón” y se señalaba hacia los cuatro puntos cardinales con bocanadas de aguardiente.

Antes de iniciar el derribe del árbol, se limpiaba el camino de la posible caída para evitar dañar la estructura; posteriormente se procedía al corte: cuando el palo se encontraba ya en el suelo se le quitaban las ramas y follaje hasta dejarlo “pelón”.

El siguiente paso consistía en transportar el poste desde el monte hasta el centro de la población, empleando pequeños troncos a manera de rodillos, por donde se deslizaba y era jalado por los hombres.

Quedaba prohibido pasar por encima del tronco o que mujer alguna lo tocara, ya que podría ser una augurio de mala suerte para los voladores.

Al llegar al lugar donde se incrustaría el mástil de madera, se tejía a su alrededor una escalera de liana o soga que permitiera llegar a la punta. Antes de parar el poste en el pozo, se realizaba un ritual consistente en la “siembra” –colocación– de un gallo o siete pollitos vivos, los cuales eran rociados con aguardiente, además de tabaco y tamales, que en conjunto servían de ofrenda para que el poste no reclamara la vida de los danzantes.

El “palo volador” se compone de los siguientes elementos:

  • mástil, el cual se encuentra incrustado al suelo, en cuyo extremo superior soporta al tecomate (manzana o mortero),
  • tecomate, aparato giratorio y principal punto apoyo y equilibrio de los danzantes;
  • cuadro o bastidor, en donde se apoyan los voladores que se lanzarán al vacío, sujetos únicamente por los “cables” de lazo amarrado y enrollados a los trinquetes del mástil.

Actualmente se ha generalizado al empleo de postes de acero con pequeños peldaños metálicos, conservándose únicamente de madera el bastidor y el tecomate.

La altura varía de un palo a otro: el que se encuentra en la explanada de la iglesia de Papantla mide aproximadamente 37 m; el localizado en Tajín tiene casi 27; y el del Museo Nacional de Antropología en la CDMX alcanza los 25 metros.

El traje típico de los voladores de Papantlá

Aunque originalmente la vestimenta de los voladores eran disfraces elaborados con plumas de aves, debido al proceso de mestizaje la indumentaria fue cambiando ante la influencia española.

Hoy el traje empleado en el rito es usado por los indígenas totonacas encima de sus tradicionales prendas de manta blanca.

Para la ceremonia, el volador se cubre la cabeza con un pañuelo amplio o paliacate, sobre el que se coloca un gorro cónico, en cuya cima se localiza un pequeño penacho multicolor en forma de abanico que simula el copete de un ave, además de simbolizar los rayos solares que parten de un pequeño espejo redondo que representa al astro.

Unos largos listones de colores se deslizaban por la espalda del danzante, simulando el arcoíris que se forma después de la lluvia.

El resto del tocado está adornado con flores de diversos tonos, símbolos de la fertilidad de la tierra.

Sostenidos del hombro derecho en dirección diagonal, sobre pecho y espalda penden dos medios círculos de tela o terciopelo rojo que representan las alas de los pájaros; encima de ellos se encuentran figuras de flores, plantas y aves de distintos colores y tamaños, bordadas con lentejuela, que aluden a la primavera; de la parte inferior penden unos flecos dorados que reproducen los rayos del Sol.

En la cintura del volador, por delante y por detrás, nuevamente se aprecian los dos semicírculos con motivos similares a los antes mencionados.

El pantalón de tono rojo muestra, a la altura de las pantorrillas, adornos de chaquira y espiguilla; en la parte inferior se aprecian los flecos dorados, rematados por los botines de piel con tacón alto. El empleo del color rojo es considerado como representativo de la sangre de los danzantes muertos y la calidez del astro rey.

La música del ritual de los voladores de Papantla

En la Danza de los Voladores la música se encuentra a cargo del caporal, quien ejecuta con un tamborcillo y un flautín todas las melodías: el tamborcillo, elaborado de madera con dos vistas de cuero, se sujeta a la palma de la mano del caporal por medio de un amarre a manera de pulsera; se golpea con una pequeña baqueta o vara de madera liviana que marca el ritmo.

El flautín de carrizo con tres orificios complementa las notas del ritual. La sencillez de los instrumentos no constituye una limitación; al contrario, demuestra una gran creatividad y los conocimientos de armonía y acústica que posee el pueblo totonaca.

La danza de los voladores de Papantla

La Danza de los Voladores que la mayoría de las personas distingue como tal es prácticamente la parte final de la ceremonia.

Esta etapa se inicia cuando los danzantes de dirigen al mástil en una fila ordenada y con la cabeza inclinada en signo de humildad y respeto a los dioses; al frente del grupo marcha el caporal, quien entona una melodía con su tamborcillo y flautín.

Al llegar al pie del “palo volador”, realizan una serie de giros en torno a él, alternando las vueltas en una dirección y otra. Uno por uno, los cuatro voladores van subiendo por el mástil hasta llegar al bastidor; allí se colocan en cada extremo para equilibrar el peso.

El último en subir es el caporal, quien al llegar a la cima se ubica de pie sobre el tecomate, y realiza una serie de saltos acompañados de un impresionante zapateado con el que pareciera querer clavar un poco más el poste.

Posteriormente gira sobre su eje y señala los cuatro puntos cardinales, iniciando por el oriente para continuar con su trayectoria hacia el lado izquierdo; después se sienta sobre la base para realizar nuevamente los giros en la misma secuencia, pero ahora reposando su peso sobre la espalda sin dejar de tocar sus sencillos instrumentos musicales.

Cuando el caporal concluye la parte del ritual que le corresponde, se queda sentado sobre el tecomate interpretando un son. Los voladores, ya amarrados con una soga a la cintura y con una coordinación casi perfecta, al escuchar una nota especial en la música, inician el descenso arrojándose de espaldas al vacío con la cabeza hacia abajo, extendiendo sus brazos como las alas de un ave en pleno vuelo, donde resaltan sus penachos multicolores.

Conforme descienden los giros se hacen más amplios –tradicionalmente, los giros de los cuatro voladores sumaban en total 52, correspondientes a los años del ciclo de fuego nuevo o calendario mesoamericano, en dependencia de la altura del “palo volador”.

Cuando se aproximan al suelo, los voladores se incorporan para poder aterrizar con los pies: ya en el suelo los cuatro danzantes equilibran el bastidor al sujetar tensamente las cuerdas, para permitir que el caporal se deslice por uno de los extremos hasta tierra firme.

Si bien esta última etapa de la Danza de los Voladores dura relativamente poco tiempo –escasamente unos minutos–, la preparación de los participantes es compleja. Se inician desde temprana edad y tienen que seguir ciertas reglas que deberán respetar durante el tiempo que practiquen esta singular actividad, entre las que sobresale la abstinencia sexual y alcohólica, cuyo fundamento principal es la creencia de que esta danza la realizaron por vez primera cinco jóvenes castos.

Según la leyenda totonaca, los dioses dijeron a los hombres: “Bailen, nosotros observaremos”. Y eso es justamente lo que hacen los hombres-pájaro, o “voladores”, ejecutan una espectacular danza para agradar a los dioses.

Un grupo de cinco hombres se suben a un poste de unos 30 metros de alto, cuatro de ellos se atan una cuerda a la cintura y se lanzan de cabeza al vacío con los brazos abiertos, girando alrededor del poste. Mientras tanto, el quinto miembro permanece en la parte superior del poste y toca música indígena con instrumentos de madera hechos a mano. La flauta representa el canto de las aves y el tambor la voz de los dioses.

Esta danza es también un símbolo de los cuatro puntos cardinales (la plataforma de cuatro lados y los cuatro voladores). El músico va marcando los cuatro puntos cardinales, comenzando por el oriente, pues es ahí donde se origina la vida. Cada volador gira 13 veces, cifra que multiplicada por los 4 voladores da el número 52, y ya se sabe que según los calendarios prehispánicos, cada 52 años se completa un ciclo solar, después del cual nace un nuevo sol y la vida sigue su curso.

Voladores de Papantla
autor Conoce México, sus tradiciones y costumbres, pueblos mágicos, zonas arqueológicas, playas y hasta la comida mexicana.
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