Ruta de las misiones en el río Sinaloa - México Desconocido
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Ruta de las misiones en el río Sinaloa

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Perdidos en las márgenes del bajo río Sinaloa se encuentran los restos de lo que fue el cimiento del mundo misional jesuita en el noroeste de México.

Texto : Luis Romo Cedano 

Perdidos en las márgenes del bajo río Sinaloa se encuentran los restos de lo que fue el cimiento del mundo misional jesuita en el noroeste de México. Frente a una taza de café, el cronista de Guasave, Ramón Hernández, me habla sobre El Nío, un poblado 10 km al norte, y de su famoso santo, San Ignacio de Loyola. Efectivamente, en la iglesia de El Nío se encuentra un extraño San Ignacio de piedra, de tamaño natural, todo él gris excepto la cabeza, que está pintada. Aunque tiene sus ropas labradas, los fieles le han puesto una capa y una especie de chal bordado. “Cuando quieren que llueva, lo llevan a bañar al río”, me dice el cronista; pero obstinado, como buen vasco, el santo no siempre satisface los deseos de sus devotos: “cuando no quiere que llueva, no se deja cargar”.

San Ignacio parecería duro, y sin embargo, de algún modo, El Nío le debe su existencia, igual que cientos de poblados del noroeste de México y del suroeste de Estados Unidos. Más aún: sin San Ignacio no serían hoy lo que son Baja California, Sonora, Sinaloa y, en cierta medida, la Alta California, Arizona, Durango y Chihuahua, porque fueron los hijos de este santo quienes desde finales del siglo xvi crearon todo aquel gran mundo misional. Y justamente esas regiones del bajo río Sinaloa, donde se ubican Guasave y El Nío, fueron su cuna. El punto de partida de lo que puede considerarse el cimiento del mundo misional jesuítico se encuentra en la actual Sinaloa de Leyva, a 80 km de la desembocadura del río.

Esta es hoy una de las ciudades más pintorescas del noroeste de nuestro país. Su principal virtud consiste en su ambiente vetusto, de calles estrechas y en desnivel que no siguen un trazo recto, así como infinidad de casonas del siglo XIX y principios del XX con techos altos, cornisas elegantes y patio romano. En este lugar, en 1591, se inició la gesta de los jesuitas, con la llegada de los padres Gonzalo de Tapia, español, y Martín Pérez, mexicano. Sinaloa de Leyva tenía entonces el nombre de Villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa, y no era más que el triste recuerdo de los fracasados intentos de conquista por parte de los españoles. Martín Pérez empezó a predicar río abajo, mientras que Gonzalo de Tapia se dedicó a la parte norte. Este último misionero, chaparrito, corto de vista y muy dado a bromear, contaba con dotes extraordinarias para los idiomas. Llegado a Sinaloa le bastó un mes para darse a entender en dos lenguas indígenas, y de inmediato comenzó a evangelizar a través de catecismos y canciones, pero su labor provocó el descontento de los antiguos chamanes locales, al grado de que uno de ellos, Nacaveva, terminó por matarlo y comérselo.

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De Tapia, no obstante, dejó el campo sembrado. El humilde jacal de varas y lodo que junto con Pérez había construido en la Villa de San Felipe y Santiago, y del que naturalmente no queda nada, se convirtió más tarde en el centro regional de los jesuitas. La Compañía estableció una gran iglesia y una escuela para la educación de los indígenas, así como copiosos graneros, una farmacia y una suerte de enfermería. De la obra material de los jesuitas en Sinaloa de Leyva, sin embargo, queda muy poco. De cualquier modo, la solidez de la labor socioeconómica de la Compañía, sumada a la riqueza de los minerales cercanos –principalmente el de Chínipas, en el actual estado de Chihuahua–, dejaron al poblado en una situación relativamente próspera. Hacia finales del siglo XVIII, con unos cuatro mil habitantes, Sinaloa de Leyva era el mayor poblado de lo que hoy conocemos como Sinaloa, y aun creció hasta alcanzar los diez mil hacia el final del XIX. Como testimonio de su pujanza quedan las casonas antes mencionadas, pero la expulsión de la Compañía de Jesús sin duda influyó para que esta ciudad dejara de ser la principal población de aquel territorio. 

LOS ENEMIGOS DE EL NÍO  

La Villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa no fue un pueblo de misión propiamente dicho, sino más bien una villa española. Sí fueron misiones, en cambio, Cubiri, 7 km al sur, y Bamoa, a 18 km. Esta última también ostenta casas coloniales pero carece de una verdadera atmósfera antigua. Sus orígenes son, por demás, curiosos. Las crónicas revelan que indirectamente debe su nacimiento nada menos que a Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el explorador que realizó uno de los viajes más fantásticos de la historia, precisamente entre Luisiana y Sinaloa. Estando en Sonora, un grupo de indios pimas se le unió y lo acompañó en la parte final de su trayecto. Cuando en 1536 encontraron finalmente, cerca del río Sinaloa, a otros soldados españoles, los escoltas pimas prudentemente se quedaron fuera del alcance de éstos, que eran gente del temible Nuño de Guzmán, y fundaron el pueblo. Más tarde, a finales de siglo, llegaron Martín Pérez, Hernando Santarén y el portugués Pedro Méndez, quienes establecieron una misión. La iglesia de los jesuitas en Bamoa, como las otras de los poblados ribereños, fue destruida por una crecida del río Sinaloa en 1770.

El templo actual parece del siglo XIX, aunque presenta importantes remodelaciones del siglo XX. El Nío, 10 km al sur, es el poblado que más trágicamente muestra el lamentable fin del sistema misional jesuita. Para entender su historia hay que considerar que hoy se compone de dos pueblos, El Nío y, dos kilómetros al sur, Pueblo Viejo. La primera misión de El Nío, fundada en 1595, se ubicó en este último. Hacia mediados del siglo XVIII los jesuitas iniciaron la construcción de una gran iglesia, pero vino una crecida del río en 1758 y la obra, ya muy avanzada, tuvo que abandonarse. Sus restos han sobrevivido hasta hoy y son los más impresionantes de toda la zona. Al interrumpirse los trabajos, el pueblo fue vuelto a fundar río arriba, si bien no toda la gente se trasladó al nuevo sitio. También se comenzó la construcción de otra iglesia, al lado de la que hoy está en El Nío, pero como si hubiera una maldición de por medio, una calamidad más volvió a interrumpir la obra. En esa ocasión Carlos III decretó la expulsión de la Compañía de Jesús de todo el imperio español en 1767, y con ello las misiones fueron abandonadas. La actual iglesia de El Nío es una edificación del siglo XIX, y es en ella donde está el San Ignacio mencionado, cuya manufactura es anterior a la mudanza del pueblo. 

LA EJEMPLAR MISION DE GUASAVE 

Diez kilómetros separan a El Nío de Guasave. En el trayecto se hace cada vez más evidente el distrito de riego del río Sinaloa. Los grandes canales de irrigación, que han hecho de ésta una de las zonas agropecuarias más ricas del país, fueron excavados a principios del siglo XX, pero remiten forzosamente a la prosperidad agrícola de los tiempos misionales. Ya desde el siglo xvi se introdujeron cultivos de muy diversos tipos, como hortalizas y garbanzos. Las misiones, que además de difusoras de la fe católica cumplían funciones educativas y económicas, lograban cosechas suficientemente ricas como para generar excedentes, los que se vendían en los minerales de las sierras cercanas o se utilizaban para sostener durante sus primeros años a las nuevas misiones que se iban fundando cada vez más al norte o en la costa occidental del Mar de Cortés. 

OCASO DE LAS MISIONES 

El último pueblo de misión en la ruta del río Sinaloa es Tamazula, a 18 km de camino al sur de Guasave. En el museo comunitario de ahí tuvimos la oportunidad de platicar con don Hermes González Maldonado, quien conoce mejor que nadie la antigua historia del pueblo. Él nos explicó que Tamazula es uno de los asentamientos permanentes más antiguos de la región: los indios locales ya estaban instalados ahí desde antes de la llegada de los jesuitas, y al parecer el sitio fue visitado hacia 1530 por la expedición marítima de don Diego Hurtado de Mendoza. La misión de Tamazula, también de finales del siglo xvi, fue establecida por el padre Clericis, y como la de Guasave, sucumbió ante la fuerza de los ciclones.

En Tamazula ya no queda nada que recuerde los tiempos de los jesuitas, salvo el relato de don Hermes.  Haciendo todavía un último recorrido hasta Playa Las Glorias, a un costado de la boca del río, dejamos atrás los matorrales y las lomas. El camino muestra exclusivamente canales de riego, ganado abundante, granjas de avestruces y camarón, campos sembrados y caminos obsesivamente rectos. Los hijos de San Ignacio hubieran disfrutado con esta vista, así como con las espectaculares puestas de sol de Las Glorias (las más hermosas que hayamos visto) que hoy pueden gozar en paz los turistas. 

SI USTED VA A LAS MISIONES DEL RÍO SINALOA 

La ciudad de Guasave se encuentra a la vera de la carretera México-Nogales, que a esa altura se ha convertido en la autopista federal núm. 15. Desde ahí podrá encontrar transporte público a cualquiera de los pueblos mencionados. Si va en automóvil, tome las siguientes rutas: Norte: En Guasave están los señalamientos de la carretera que lo lleva directamente a Sinaloa de Leyva, 40 km al norte. Sin embargo, el camino que pasa por Bamoa Pueblo, El Nío y Pueblo Viejo, corre paralelo al anterior unos 2.5 km al sureste. Dependiendo de cómo arme su ruta personal, pregunte por este camino en Guasave o en Sinaloa de Leyva. Sur: Para ir a Tamazula hay que seguir desde Guasave los abundantes señalamientos de la carretera (pavimentada) a Playa Las Glorias. Diez kilómetros adelante, en El Cubilete, hay que doblar a la izquierda (al sureste).

Tamazula está 8 km después, en línea recta. Para seguir a Playa Las Glorias desde Tamazula, avance por el camino de terracería, frente a la iglesia de este pueblo, que lo llevará al Zerote y la Brecha. En este último punto volverá a encontrar la cinta asfáltica. La playa se ubica a escasos 13 km de ese punto. 

Fuente : México desconocido No. 277 / marzo 2000

autor Periodista e historiador. Es catedrático de Geografía e historia y Periodismo histórico en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México donde intenta contagiar su delirio por los raros rincones que conforman este país.
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