Crónica de un atardecer en Holbox - México Desconocido
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Crónica de un atardecer en Holbox

Crónica de un atardecer en Holbox fifu

Primero el agua, los peces; luego los hombres que atraviesan las ondas con arpones en busca de sustento; por último, las puestas de sol y quienes viajan, como nosotros, deseando encontrarlas. Así es el sencillo orden de las cosas en Holbox.

“Una isla está fuera del mundo”, pensé mientras esperábamos el ferry en Holbox que nos llevaba de vuelta a tierra firme, a Chiquilá. Desde ahí hay dos horas y media de distancia a Cancún, al aeropuerto, a la vida de siempre. Atrás quedaban los días de pájaros y pies en el mar. Porque si algo hicimos en ese pedazo de tierra solitaria fue caminar las olas, no nadarlas. Un banco de arena se extiende justo enfrente del hotel Las Nubes, en el que amanecíamos en este viaje, por eso el Caribe en esa parte de la isla es una alberca de agua tibia que no sabe de profundidades. La gente deambula o se sienta dejándose rodear por el océano breve y adormecido. Un poco más al fondo se deslizan lanchas y navegan kayaks. El viento mueve nubes y papalotes de colores con surfistas detrás.

 Nos dijeron en el hotel que anduviéramos el banco de arena hacia el norte, antes de que se ocultara el sol, si queríamos encontrarnos con algo especial. Así que nos olvidamos de los zapatos, tomamos las cámaras, cerramos la puerta de cristal que separaba nuestra habitación de la piscina que teníamos delante, dejamos la hamaca para después, y descendimos un par de escalones para sumergirnos en el agua baja. La arena a mitad del mar es un lienzo húmedo colmado de huellas: las de las aves, las de las rayas que dejan círculos y las de los humanos. Íbamos así, atravesando el pasado vuelto pisadas, hasta que vimos a la distancia una multiplicidad de puntos rosados. Eran flamencos. Vuelan si uno se acerca demasiado, entonces hace falta cautela y silencio para adueñarse de la escena. 

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Asistir a ese sube y baja de cuellos largos y graznidos es ya suficiente para sentirse agradecido con el paisaje. Pero en Holbox la naturaleza es bondadosa y nos tenía reservado otro espectáculo: un sol renuente a dejar el día, impetuoso, convirtiendo el mundo en un momento rojo y violeta y vivo. El cielo se reflejaba en el suelo cubierto de charcas, y fuimos sombras rodeadas de luces en la arena mojada. Luego surgieron los moscos y la prisa por volver, las risas,  la sensación de haber tenido por un instante todo. “Voy a extrañar los atardeceres de Holbox”, me dije mientras acomodaba mis maletas y me asomaba por la ventana del ferry buscando despedirme de la laguna de Yalahau, la que separa la isla del continente, la misma que días antes nos había visto ir y venir en lancha bajo la custodia de un pescador, Marcial. 

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Con Marcial conocimos el sitio donde se origina la laguna, un ojo de agua dulce, llamado también Yalahau, desde donde se alcanzan a observar las sabanas de Chiquilá. Luego nos presentaría el par de islas cercanas a Holbox: Isla Pasión e Isla Pájaros. La primera es un pequeño universo de iguanas y árboles de mangle, con un mirador de madera donde se acumulan escaleras tanto como años. Solía ser un punto de reunión, de fiesta para los holboxeños, hoy son cormoranes, gallitos marinos y pelícanos grises los que ahí se congregan. La segunda posee un nombre elocuente y para resguardo de alas y nidos solo puede ser observada desde un muelle elevado. Rodeada de césped marino y un cardumen de lisas, la isla es un reino aislado al que la curiosidad se asoma. Fragatas y garzas, también flamencos, y en invierno pelícanos blancos, se mueven como si fueran monarcas vestidos con trajes de plumas. 

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Willi Torfer organizó para nosotros tanto esa expedición a las islas con Marcial, como aquella otra en la que pudimos nadar con el gigante de piel moteada que solo aparece entre mayo y septiembre, el tiburón ballena. Fue en un arenal frente a Cabo Catoche, ahí donde se junta el Golfo de México con el Caribe, donde nos lanzamos desde una lancha a las olas dispuestos a acompañar por un momento a esos poderosos peces que de plancton se alimentan. Solo hacen falta aletas y un esnórquel para sentir su presencia y su silencio, y al seguirlos las cosas, bajo el agua y en la mente, adquieren un orden distinto, ondulado, perfecto. Todo cabe en un día: lo mismo se puede andar el océano al lado de un tiburón ballena, que comer ceviche a bordo de una lancha detenida en el lugar más hermoso de Holbox, Santa Paula. En ese rincón azul, lleno de aire, de aves, de algas regalando colores al agua, se deshace entre la arena un río de agua salada. 

Cuando salí del ferry en Chiquilá, mi mente todavía estaba del otro lado de la laguna de Yalahau. Volví a la amplitud de Santa Paula, a la tarde que pasamos en el bar de nuestro hotel o los mojitos que tomamos en el hotel Casa Sandra. Vi otra vez las calles de arena del pueblo de Holbox y sus paredes cubiertas de arte urbano, pues si hay algo que detentan los holboxeños es su estrenado gusto por el graffiti y los artistas públicos. Recorrí las tiendas de artesanías, recordé a Noa y sus piezas de oro y plata con forma de caracoles, erizos y estrellas de mar. Disfruté de nuevo la pizza de langosta que probamos en el restaurante El Divino. Pensé en la calidez de Olga, la dueña de El Sushi en la Plaza El Pueblito, y en el sashimi de pulpo que nos dio a probar. Y regresé, sin ganas de soltarlo, a ese atardecer en el banco de arena frente a Las Nubes.

El destino de la isla 

Ubicado dentro del Área de Protección de Flora y Fauna Yum Balam, Holbox supone un paraíso aislado del resto de la Península de Yucatán. En su pequeño pueblo se concentran hoteles, tiendas, restaurantes y bares, pero el espacio que ocupan sus calles es mínimo en relación con los más de 40 kilómetros de suelo que posee. En ese territorio, poblado de manglares, cruzado por aves migratorias y habitado por especies que deseamos no se extingan, se tiene pensado desarrollar un proyecto turístico a gran escala. Llevarlo a cabo significaría deshacer el equilibrio ambiental de la isla, de ahí que la mayoría de sus habitantes se muestren reticentes, al igual que cualquiera que haya puesto alguna vez pie en su arena.  

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No olvides

Usar bloqueador solar biodegradable y protegerte de los moscos (no basta con usar repelente, debes tomar vitamina B una semana antes de viajar).
 

Haz tuya la experiencia
 

Hotel Las Nubes
Paseo Kuka s/n, Playa Norte.
T. 01 (984) 875 2300.
www.hotellasnubesdeholbox.com

VIP Holbox
Willi Torfer
Calle Igualdad s/n, Centro.
T. 01(984) 875 2107.
www.vipholbox.com

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autor #ViajeraExpertaMD y periodista cultural.
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