1ª exploración arqueológica en la Quebrada de Piaxtla
Esta historia comenzó hace más de 20 años. Entre 1978 y 1979, Harry Möller, fundador de México desconocido, documentó desde un helicóptero el territorio de las Quebradas del estado de Durango, una de las regiones más abruptas de la Sierra Madre Occidental.
Un grupo de exploradores decidió no perderle la pista a este descubrimiento y esto fue lo que le siguió… Muchas cosas sorprendieron a Möller; espectacularidad, belleza, profundidad, pero sobre todo los misterios que encerraban. Ubicó más de 50 sitios arqueológicos del tipo cuevas con casas, localizados en lugares por demás inaccesibles. Acercándose con el helicóptero, apenas pudo alcanzar uno de estos lugares, el cual atribuyó a la cultura xixime (documentado en la revista México desconocido, números 46 y 47).
Así fue como Möller me mostró fotos de los sitios para que las estudiara y determinara los modos de acceso. Cuando plantee las rutas más probables, decidimos organizar una expedición para intentarlo, iniciando con la Barranca de Bacís, la que más había intrigado a Möller, pero pasarían diez años para que tuviéramos los financiamientos necesarios.
Años atrás…
Carlos Rangel y un servidor propusimos a México desconocido un nuevo intento de entrar a Bacís, y explorar los alrededores del cerro de la Campana. En diciembre Carlos, junto con el grupo de exploración de la UNAM, efectuó una entrada preliminar, con el fin de sondear el terreno. Se aproximó lo más que pudo y efectuó algunos hallazgos interesantes de cuevas con casas, pero eran los primeros sitios, los más accesibles, y ya presentaban huellas de saqueo.
Inicio de la gran aventura
Comencé a explorar en la Sierra Tarahumara, en Chihuahua, en busca de sitios arqueológicos del tipo cuevas con casas. En cinco años localicé más de 100, algunos muy espectaculares, que aportaron nueva información al estudio arqueológico de la cultura paquimé (revistas México desconocido 222 y 274). Estas exploraciones nos fueron llevando más al sur, hasta que nos dimos cuenta que los sitios de Durango eran una continuación de los de la Tarahumara, que aunque no de la misma cultura, pero si de una con rasgos parecidos.
En lo que actualmente es parte del noroeste de México y suroeste de los Estados Unidos, se desarrolló una región cultural llamada Oasisamérica (año 1000). Comprendía lo que ahora son los estados de Sonora y Chihuahua, en México; y Arizona, Colorado, Nuevo México, Texas y Utah, en Estados Unidos. Por los descubrimientos que hemos hecho, se puede agregar a esta lista la región de las Quebradas de Durango como el límite sur. En Chihuahua conocí a Walther Bishop, un duranguense que fue piloto de avionetas en la Sierra Madre y me comentó que había visto sitios de cuevas con casas, pero que especialmente recordaba la de Piaxtla.
Vuelo de reconocimiento
Volar sobre la quebrada nos confirmó la existencia de al menos media docena de sitios arqueológicos. Su acceso se antojaba imposible. Los escenarios nos sobrecogieron. Se trataba de 1,200 metros verticales de pura piedra, y en medio de ellos las habitaciones de una cultura olvidada. Después nos metimos por las terracerías de la sierra, buscando los accesos a la Quebrada de Piaxtla. La ruta a Tayoltita fue la entrada y la semiabandonada comunidad de Miravalles nuestra base de exploraciones. Localizamos un camino que nos dejó casi a la orilla de la quebrada, enfrente de las cuevas con casas. Constatamos la dificultad de llegarles.
¡Todo listo!
Así organizamos una expedición en forma para explorar la Quebrada de Piaxtla. En el equipo estaban Manuel Casanova y Javier Vargas, de la Organización de Montañismo y Exploración de la UNAM, Denisse Carpinteiro, estudiante de arqueología de la enah, Walther Bishop hijo, José Luis González, Miguel Ángel Flores Díaz, José Carrillo Parra y desde luego, Walther y yo. Nos acompañaron Dan Koeppel y Steve Casimiro. Recibimos apoyo del Gobierno de Durango y de la fundación Vida para el Bosque.
Todo comenzó con un vuelo de reconocimiento. En 15 minutos llegamos a la Mesa del Tambor, la parte más abrupta de la Quebrada de Piaxtla. Era un paisaje vertical e inaudito. Nos acercamos a la pared y comenzamos a ver las cuevas con casas. Intenté encontrar veredas que unieran a las casas, pero aparentemente no las había. Vimos unos sitios de pinturas rupestres realizadas en sitios inaccesibles. Volvimos a Tayoltita e iniciamos los viajes de traslado del personal a un vallecito frente a la pared de piedra.
En las alturas
Ya en tierra, en la Mesa del Tambor, iniciamos el descenso al fondo. Después de seis horas llegamos hasta el arroyo San Luis, ya muy cerca del fondo de la barranca. Este fue nuestro campamento base.
Al día siguiente un grupo pequeño exploró buscando el acceso a las cuevas con casas. A las 18:00 horas regresaron. Alcanzaron el fondo del cañón, hasta el arroyo de Santa Rita, cruzaron y alcanzaron a llegar a la primera de las cuevas. Remontaron hasta una mesetita siguiendo una fuerte pendiente. De ahí, guiados por una peligrosa repisa, visitaron el primer sitio, que aunque bien conservado, ya presentaba huellas de presencia reciente. En general las casas de adobe y piedra se encontraban en buen estado. Desde el campamento, con los catalejos, el paso se veía impracticable. Decidimos probar al día siguiente.
Segunda avanzada
En el nuevo intento nos agregamos Walther, Dan y yo. Íbamos preparados para tres días, sabíamos que no encontraríamos agua. Por una ladera con pendiente entre 45º y 50º llegamos a la mesetita alcanzada por los exploradores el día anterior. Encontramos las terrazas hechas por los antiguos indígenas para sus siembras. Alcanzamos la reducida repisa que nuestros guías pensaban era el camino para llegar a las demás cuevas. Aunque la repisa presentaba pasos expuestos y peligrosos, con tierra suelta, pocos agarres, plantas espinosas y una pendiente no menor de 45º, calculamos poder pasarla. Pronto llegamos a una cueva. Le pusimos la Cueva Núm. 2. Esta no tenía casas, pero si tepalcates y piso aterrado. Inmediatamente después había una vertical de unos 7 u 8 metros que bajamos a rapel y enseguida una subida sumamente difícil que tuvimos que proteger con cable y escalar con calma. No había espacio para errores, cualquier equivocación y caeríamos varios cientos de metros, más de 500.
Llegamos a la Cueva Núm. 3 que conserva vestigios de al menos tres habitaciones y un pequeño granero. La construcción es de adobe y piedra. Encontramos fragmentos de cerámica y algunos olotes.
Proseguimos nuestro expuesto camino por la repisa hasta llegar a la Cueva Núm. 4. Contenía restos de unos cinco o seis recintos de adobe y piedra, mejor conservados que la anterior. Es sorprendente constatar cómo los antiguos indígenas construyeron sus casas en estos lugares, para hacerlas debieron disponer de mucha agua y no hay evidencia de ella, la fuente más cercana es el arroyo de Santa Rita, a varios centenares de metros verticalmente hacia abajo, y subir agua desde este arroyo se antoja una hazaña.
Después de unas horas alcanzamos un punto donde la pared da una pequeña vuelta y se accede a una especie de circo (geomorfológico). Como es la repisa un poco más amplia, se formó un pequeño bosque de palmeras. Al final de éstas hay una cavidad, la Núm. 5. Contiene al menos ocho recintos. Parece ser el mejor conservado y construido. Encontramos pedacería de cerámica, olotes, raspadores y otros objetos. Acampamos entre las palmeras.
Al día siguiente…
Proseguimos y llegamos a la Cueva Núm. 6, con dos recintos amplios, uno circular, y cinco pequeños muy pegaditos que parecían graneros. Encontramos el fragmento de un molcajete, un metate, olotes, tepalcates y otras cosas. Destacó un fragmento de hueso, al parecer de cráneo humano, que presentaba un agujero, como si fuera parte de un collar o algún amuleto.
Continuamos y llegamos a la Cueva 7, la más larga de todas, más de 40 metros de longitud por casi 7 de fondo. También resultó ser uno de los sitios arqueológicos más interesantes. Había vestigios de al menos ocho o nueve recintos, algunos muy bien conservados. Había varios graneros. Todo hecho con adobe y piedras. En casi todos los recintos el piso estaba aplanado con adobe, y en el más grande tenía un fogón de ese material. Había algunas pinturas rupestres en colores ocre y blanco, pequeñas, con diseños muy sencillos. Para nuestra sorpresa encontramos tres ollas completas, de buen tamaño, y dos platones, su estilo era sencillo, sin adornos ni pinturas. Había además tepalcates, metates, olotes, fragmentos de guajes, costillas y otros huesos (ignoramos si son humanos), unas varas largas de otate, muy bien trabajadas, una de ellas de más de metro y medio de posible uso para pescar. La presencia de las ollas nos indicó claramente que después de los indígenas, nosotros fuimos los siguientes en llegar a ellas, por lo que estábamos en terrenos realmente vírgenes y aislados.
Las interrogantes del 2007
Por lo observado creemos que son elementos suficientes para pensar que la cultura que construyó estas casas era de la misma tradición cultural de Oasisamérica, aunque para afirmarlo categóricamente faltarían algunas dataciones y otros estudios. Desde luego estos vestigios no son paquimé, por lo cual posiblemente sean de una cultura oasisamericana desconocida hasta ahora. En realidad estamos sólo en el comienzo y falta mucho por explorar y estudiar. Ya sabemos de otras barrancas de Durango donde hay este tipo de vestigios y nos están esperando.
Después de la Cueva Núm. 7 ya no fue posible continuar, así que iniciamos el retorno, que nos llevo casi todo el día.
Aunque cansados, estábamos contentos por los hallazgos. Aún nos quedamos unos días en la barranca para verificar otros sitios, después el helicóptero pasó por nosotros a San José para llevarnos finalmente a Tayoltita.
Fuente: México Desconocido No. 367 / septiembre 2007
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