5 esculturas prehispánicas de formato… ¡espectacular!
Ocultas bajo la tierra por años, increíbles esculturas del México antiguo han podido ver la luz para sorprendernos con su simbolismo. ¡Te presentamos 5 obras maestras!
1. Coatlicue
Su nombre, cuyo significado literal es “la de la falda de serpientes”, se encuentra representado en las culebras entretejidas que ostenta en su impactante falda o enredo. La serpiente, dentro de la cosmogonía mexica, simboliza el plano terrenal sobre el que habitan los hombres.
Así, Coatlicue era considerada la diosa de la Tierra o Diosa Madre, aquella que daba la vida y los elementos necesarios para que ésta prosperara (agua, alimento, etc.). Además, se creía que ésta era la madre de todos los dioses del panteón azteca.
La escultura monumental de la Coatlicue fue hallada el 13 de agosto de 1790 en el antiguo Zócalo capitalino, cuatro meses antes de que la Piedra del Sol también fuera descubierta y posteriormente empotrada en una de las torres de la Catedral Metropolitana.
De este monolito, saltan a la vista sus pies y manos en forma de garras, una falda de serpientes entrelazadas y el pecho cubierto por un collar de cráneos, manos y corazones humanos. La cabeza de la diosa está sustituida por dos cabezas de serpiente encontradas, que simulan dos chorros de sangre que brotan de su cuello cortado. ¡Una imagen verdaderamente impactante!
Hoy en día se exhibe en la Sala Mexica del Museo Nacional de Antropología (MNA), en la Ciudad de México.
2. Coyolxauhqui
Su nombre significa “la de las mejillas maquilladas” o “la de los cascabeles en la cara”. Se trata de un gran disco ovalado que mide aproximadamente 3.40 x 2.90 m, y 40 cm de espesor, que representa a la Diosa de la Luna desmembrada luego de ser vencida por su hermano Huitzilopochtli (dios del Sol), en un combate mítico.
Después de casi 400 años de ocultamiento, fue descubierta la madrugada del 21 de febrero de 1978, durante una excavación que realizaba la ahora extinta Compañía de Luz y Fuerza del Centro, justo en la esquina que conformaban las antiguas calles de Guatemala y Argentina en el Centro Histórico del DF.
Tanto el monolito de Coatlicue -exhibido en el MNA- como el de Coyolxauhqui, se encuentran relacionados por una antigua leyenda. De acuerdo a ésta, la vieja deidad de la Tierra, Coatlicue, se encontraba barriendo en lo alto del cerro Coatépetl (Cerro de las Serpientes) y se embarazó mágicamente por un cúmulo de plumas blancas que encontró y guardó en su seno. Su hija, Coyolxauhqui, acompañada de sus hermanas las estrellas, fue a su encuentro decidida a matar a su propia madre al enterarse de la noticia, pues su futuro hermano sería Huitzilopochtli, el dios Sol, quien haría caer con su luz el reino de oscuridad reinante.
A pesar de la amenaza que Coyolxauhqui significó, Huitzilopochtli, desde el vientre, tranquilizaba a su madre prometiendo que la defendería de cualquier peligro. Y así fue. En el encuentro de Coatlicue y Coyolxauhqui en la cima del cerro, nació el dios Huitzilopochtli, ataviado con su disfraz de colibrí y armado de la Xiuhcóatl (serpiente de fuego). Con ella enfrentó a la diosa de la Luna a quien cercenó la cabeza de un solo tajo, y con rápidos cortes destrozó su cuerpo. Según el mito, cabeza y despojos rodaron ladera abajo del cerro de Coatepec; de ahí que su monolito haya sido encontrado al inicio de las escalinatas de la pirámide del Templo Mayor.
Hoy en día, es una de las piezas protagonistas del Museo del Templo Mayor, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
3. La Piedra del Sol
Se trata de un disco de piedra basáltica de 3.60 m de diámetro y 122 cm de grosor (y un peso de aproximadamente 24 toneladas). Fue descubierto el 17 de diciembre de 1790 a un costado de la Plaza Mayor, de la capital de la Nueva España.
Por su contenido, en el que se advierten los nombres de los días y los soles cosmogónicos, se le llamó erróneamente, Calendario Azteca. Sin embargo, en realidad, se trata de un gran altar de carácter solar en el que se representa a Xiuhtecuthli sujetando un par de corazones humanos y mostrando su lengua en forma de cuchillo, mostrando su sed de sangre de los hombres para tener las fuerzas necesarias para alumbrar el cosmos.
Sin duda, esta pieza es el monumento máximo de la arqueología mexicana y se exhibe en la nave principal de la Sala Mexica del Museo Nacional de Antropología, en la Ciudad de México.
4. Tláloc
Este monolito es el más grande de los descubiertos, con una altura de 7 m, y un peso de 164 toneladas. Fue descubierto el 16 de abril de 1964, en la población de Cuauhtlinchan, en el Estado de México.
Esta figura representa al dios de la lluvia, es decir, de las aguas provenientes del plano celestial, quien, además, era considerado el patrono de los agricultores.
Se dice que alrededor de las ocho de la noche del día que trasladaron esta imponente representación del Señor de las Lluvias a la Ciudad de México, cayó una singular tormenta que inundó varias zonas de la capital. Muchos atribuyeron tal suceso a los poderes del dios del agua.
Actualmente se encuentra en el exterior del Museo Nacional de Antropología, en la Ciudad de México sobre el Paseo de la Reforma.
5. Tlaltecuhtli
Conocido como señor o señora de la Tierra, es un monolito de 4.17 x 3.62 m, 38 cm de espesor y 12 toneladas de peso. Esta figura también representa a la diosa de la Tierra, en su advocación como la divinidad monstruosa que devora a todas las criaturas terrestres en el momento de su muerte, simbolismo del retorno primordial al seno materno.
Este monolito no tiene mucho tiempo de haber sido descubierto. Fue en el 2006 cuando el gobierno del Distrito Federal había dado la orden de demoler dos inmuebles que quedaron irremediablemente dañados a causa del terremoto de 1985. Durante estas obras, la pieza se descubrió el 2 de octubre de ese año, frente a las ruinas del Templo Mayor, en la esquina que conformaban las antiguas calles de Argentina y Guatemala, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Muy cerca de donde se encontró la Coyolxauhqui.
Hoy por hoy, la escultura relieve de Tlaltecuhtli es el último gran huésped dentro del discurso museográfico que el Templo Mayor ofrece a sus visitantes. ¡No dejes de conocerla!
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