Álamos y sus sorprendentes alrededores, Sonora
Recorre con nosotros las calles de Álamos, donde el buen gusto y la arquitectura antigua se conjugan en un paisaje enmarcado por la Sierra Gorda de Sonora.
Cuando tomé el avión pensaba en algunas películas que me marcaron mientras crecía. Películas de indios y hombres a caballo y la naturaleza como refugio y como eterno rival.
Al bajar del avión y recorrer una pequeña parte de Sonora, mis ideas quedaron reforzadas y, a la par, fueron contaminadas por la sofisticación que el norte de nuestro país ofrece a los ojos de todo aquel que esté dispuesto a conocerlo.
Se llega a Ciudad Obregón y se toma la carretera para la Sierra Gorda de Sonora para llegar a Álamos. El paisaje es ante todo áspero. Vegetación baja y largas planicies con tonos blancos y oscuros. La sierra espera de frente y uno se puede llegar a sentir diminuto frente a su escarpada presencia.
Tiempo después, noté que el camino subía. Entrábamos a la sierra y, en pocos kilómetros, Álamos nos recibía con sus calles rectas y cortas, de piedra rosada.
Este antiguo mineral, el más rico del mundo durante muchos años, conserva en sus fachadas y edificios la pinta opulenta que sus primeros habitantes plasmaron. Desde el Palacio de Gobierno hasta las casas habitacionales probaron mi resistencia como caminante al notar que las cuadras eran ocupadas por edificaciones que acaparan manzanas enteras, mismas que, me comentaban, eran propiedad de familias adineradas que tras la debacle de la mina, fueron consumidas por el paso del tiempo.
Álamos se visita de manera rápida. Mis paseos se vieron siempre bajo la sorpresa de las fachadas derruidas o reconstruidas. Varias plazas adornan los tramos dando un espacio de aire fresco, tan necesario por las altas temperaturas del lugar.
Y claro, no dejé de conocer la Casa de María Félix, lugar que funge como museo y hostal que, en realidad, únicamente conserva un muro de la edificación original.
Siempre lleno de tortillas de harina, que encontré de verdad suculentas, me dejé llevar de la plaza al Palacio de Gobierno, y de éste a los pórticos y negocios, hablando con la gente y disfrutando su marcado sentido del humor y el amor por las paredes que han sabido proteger de toda la historia que recorre el lugar. Sitio de vida y de nostalgia, Álamos me miraba al pasar, y yo no dejaba de admirarlo.
Hacienda de Los Santos: lujo en medio del desierto
Me abrieron sus puertas desde mi primer noche en Álamos. Miembro de Hoteles Boutique de México, la Hacienda de los Santos está formada por cinco haciendas menores abandonadas y sometida a un trabajo de remodelación que contabiliza 500 horas de trabajo, es uno de los hospedajes más exclusivos en todo el país, donde se recibe desde altos mandatarios hasta estrellas de cine que buscan un momento de paz y silencio.
Debo confesar que al entrar a mi habitación, me sentí un tanto agobiado por sus dimensiones. ¡Mi departamento cabe tres veces en ese lugar! Junto a este “derroche” de espacio visual, los dueños han tenido el buen gusto de encontrar un punto medio entre lo moderno y lo antiguo, dotando los diferentes patios y zonas de recreación con elementos que se conjugan perfectamente dentro del ámbito de la hacienda.
Así, cada pasillo, cada túnel y puente cuenta con una personalidad bien marcada y, ante todo, cercana y acogedora. Me di el gusto de recorrerla por completo, de conocer su teatro y su bar, lleno de motivos del trabajo de campo. Los patios son amplios y con enormes árboles, las albercas cuidan de no imponerse a las arcadas que las rodean.
Me parecía, ante todo, que esta hacienda estaba pensada, metro tras metro, habitación tras habitación, con cariño hacia la región y la historia del país que la alberga. No me hubiera parecido extraño encontrar por sorpresa un grupo de villistas haciendo una fogata tras el siguiente recodo, o a unos mineros ingleses planeando las siguientes perforaciones en la mina.
Cabañas y un pueblo fantasma
¿Pero dónde queda la naturaleza y el constante choque con el hombre? Conocí El Pedregal y supe que, a unos metros de la hacienda, uno puede vivir una experiencia opuesta. Este lugar me ofreció un contacto con el entorno completamente directo.
Es un complejo de cabañas que se conectan por senderos de tierra y piedra, todo enclavado en la falda del monte. Yo deseaba perderme un poco entre los caminos cubiertos de vegetación que cercan Álamos, y en este lugar lo conseguí.
Incluso uno puede acampar y ver el amplio cielo de Sonora escuchando los ríos que van descendiendo de la sierra para alcanzar los valles de los ríos Mayo y Yaqui. Encontré sin aviso la mayor cantidad de colibríes que jamás haya visto y me reconcilié con el modo de vida sencillo, que desde siempre ha caracterizado al hombre que vive en estas latitudes.
Ya saliendo de Álamos me desvié hacia La Aduana, un pueblo semi fantasma, para encontrar los restos de la mina que dio tanta riqueza a la región.
De nuevo decidí perderme, que es la mejor manera de conocer, y fui pasando casas vacías, destruidas por árboles, y calles que sólo son recorridas por algunas familias que aún viven en la zona y recuerdan las glorias de antes. Claro, la mina es de verse y admirarse, ante todo por su soledad y el testimonio inmenso de lo que fue.
Sonora me ha hablado de la vida sencilla y rudimentaria, me ha hablado de los mayores lujos, las mejores comidas, me ha dicho tanto que me parece no poder entenderlo todo, y permanece ahí, esperando al siguiente que desee escuchar.
Lo realmente desconocido: Naupatia
Y de nuevo retomé el camino, ahora rumbo al mar para descubrir una bahía enteramente virgen, que incluso se desconoce en la misma zona y que, por lo mismo, se mantiene tal cual ha estado por siglos. Para llegar hay que tomar la carretera hacia Huatabampo y después buscar una desviación que lleva al bosque de pitayas más grande del mundo.
Si alguien desea conocer el sitio, recomiendo acercarse a los módulos de turismo de Huatabampo o Álamos, pues es de muy difícil acceso, incluso poco seguro en cuanto a la velocidad con la que circulan ciertos conductores (una camioneta en sentido contrario nos hizo saltar a la maleza que cubría el camino).
Pero toda dificultad es recompensada al llegar a la bahía. La playa está dentro de la bahía de Agiabampo, y tan sólo es habitada por un hombre que fuma frente al agua y ve un islote cubierto en mangle rojo de nombre Masocari (“casa del venado”).
Mi verdadera fascinación fueron los delfines. Viven en las orillas y se muestran con la mayor naturalidad. Incluso uno rozó mi pie mientras los mojaba tras el largo camino. Si se tiene suerte, tal vez algún pescador pase y se ofrezca a dar un tour por los mangles que cubren las orillas cercanas y para ver a los delfines a una distancia mínima.
Se acampa y se escucha el mar, se come pescado recién salido del mar y se experimenta lo verdaderamente desconocido. Éste debe ser uno de los más hermosos escenarios que he podido encontrar en mi vida como viajero y me queda la esperanza de que ha de permanecer así por muchos años.
Cómo llegar
Desde Hermosillo tomar la carretera federal 15, una vez llegado a Navojoa tomar la carretera federal 13 que lleva hasta Álamos.
Contactos
Hacienda de los Santos HBM
Calle Molina 8, Álamos, Son.
T. 01 (647) 428 0222.
[email protected]
www.haciendadelossantos.com
El Pedregal
Calle Privada s/n, El Chalatón, Alamos, Son.
T. 01 (647) 428 1509.
[email protected]
www.elpedregalmexico.com
Agradecemos el apoyo de la Secretaría de Turismo del estado de Sonora para hacer posible esta experiencia de viaje. www.sonoraturismo.gob.mx
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