Amarillo Público: el arte que reinventa la urbanidad y la historia

A través de intervenciones artísticas, el proyecto Amarillo Público de Rodrigo Olvera, resignifica el espacio urbano. Las más celebres de sus acciones son las que ponen de relieve el pasado prehispánico de la Ciudad de México.
Es indudable que la Ciudad de México es una de las capitales más dinámicas y cambiantes del mundo. Más allá de los reglamentos y acuerdos de urbanidad, sus espacios son continuamente resignificados por la población. En este sentido, las artes plásticas no podían quedarse atrás en este continuo proceso. El proyecto Amarillo Público, de Rodrigo Olvera, realiza intervenciones artísticas en las calles de diversas ciudades, a fin de resignificar el espacio urbano. Actualmente, las más famosas de aquellas acciones son las que se efectuaron en la capital del país, explicitando su pasado prehispánico con señales de tránsito.

Rodrigo Olvera y Amarillo Público
Rodrigo Olvera es quien creó Amarillo Público. Este joven es artista visual. La idea de su proyecto es dirigir el arte público al servicio del espacio urbano, a través de intervenciones artísticas. En un inicio, el planteamiento original era que esta iniciativa se enfocara en el municipio de Atizapán, Estado de México. Con ello, se buscaba revitalizar las calles con expresiones artísticas, a fin de que convivieran con el entorno y los habitantes de la entidad mexiquense. También se deseaba la participación de los vecinos a través de su propia creatividad para mejorar el espacio público.

El latente pasado de la Ciudad de México
Bajo esta premisa, Olvera y Proyecto Amarillo han realizado diferentes intervenciones en variados espacios. Además de exponer su propuesta en diferentes recintos y sitios digitales, ha continuado con sus acciones que reinventan por completo la urbe.
Las más conocidas de aquellas propuestas en el espacio público, son las de la Ciudad de México. Para ello, el artista se ha valido de curiosas señales de tránsito. En ellas, de forma sintetizada, podemos apreciar como un automóvil pasa sobre el Templo Mayor de Mexico-Tenochtitlan. El recinto aparece de cabeza y enterrado en el subsuelo.

Otra pieza muy conocida es una señal de cruce de peatones, donde la figura que simboliza a una persona caminando, aparece con atavíos de los guerreros águila.

Probablemente, las intervenciones más subversivas de este proyecto son las que refieren a la revitalización de espacios religiosos en las calles. Es común ver en el Centro Histórico de la capital del país, nichos vacíos, en los cuales en época virreinal, tenían diversos santos. Estos elementos arquitectónicos fueron «rellenados» por Rodrigo Olvera, con reproducciones de efigies de diversas deidades mesoamericanas. El pasado prehispánico de nuestro país pareciera reconquistar una ciudad que nació en aquella época y que de cierto modo, le sigue perteneciendo.

El pasado y la urbe
Más allá de solo explicitar la necesidad de llevar las artes plásticas al ámbito de lo social, el proyecto Amarillo Público hace patente una cuestión que suele desdeñarse. Los espacios de lo urbano no son fijos ni permanentes. Rebasando inclusive las nociones de propiedad y de inmueble, los significados y esferas de realidad yacen en la interpretación de los que habitan la ciudad. Al transitar las calles, se construyen mil y un ciudades en un solo espacio, aparentemente definido, a través de los imaginarios populares.
Con ello es inevitable no darse cuenta que la historia y el pasado no dependen de forma exclusiva del patrimonio histórico. La historia es ante todo, una interpretación del tiempo humano y por ende, una posibilidad de acción y creación en el presente. La historia también es arte, el arte de imaginar, reconstruir y vivir épocas que son totalmente distintas a la nuestra.
