Amatlán de Cañas en el sureste nayarita - México Desconocido
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Amatlán de Cañas en el sureste nayarita

Nayarit
Amatlán de Cañas
© @AMMAC_mx

La región minera de Amatlán de Cañas se encuentra asentada en un valle rodeado de cumbres aplanadas y profundos cañones que dan al lugar una extraña pero especial belleza.

En 1524 Hernán Cortés comisionó a su sobrino Francisco Cortés de San Buenaventura para que “descubriera nuevas tierras”. Éste salió de Colima en 1525 y después de cruzar el estado de Jalisco pasó por Ixtlán del Río y llegó a Ahuacatlán. La obra religiosa fue llevada a cabo por los frailes franciscanos de la provincia de Michoacán. Fray Francisco Lorenzo se hizo cargo de Ahuacatlán, en el estado de Nayarit, en 1550, estableciendo así el primer convento.

Nuestro recorrido se inicia en este poblado rico en parajes naturales y nacimientos de agua, hoy convertidos en balnearios por ser la puerta natural hacia la sierra del municipio de Amatlán de Cañas.

Nos llamó particularmente la atención su templo franciscano edificado en 1680, aunque ciertos elementos son posteriores. La portada es de dos cuerpos; en el primero el acceso tiene un arco de medio punto dovelado y pilastras estriadas a los lados, flanquean la portada dos columnas adosadas con capitel corintio; en el segundo cuerpo se ve una ventana coral rectangular y sobre ésta un nicho con la escultura de San Francisco.

El interior es de una sola nave con bóveda de arista y un retablo neoclásico. Frente a la fachada se encuentra una escultura de “San Francisco y el lobo” en cantera, sobre una base rectangular con relieve del símbolo franciscano.

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Del otro lado de la plaza de Ahuacatlán se yergue otro magnífico templo: el de la Inmaculada que data del siglo XVII. Su fachada es de piedra, tiene una portada de un solo cuerpo con acceso por arco de medio punto y con pilastras laterales, la flanquean dos torreones anchos; el remate de la portada es semicircular con nicho y cruz de cantera. Al costado derecho se encuentra la torre con remate piramidal.

Al centro de la plaza se levanta un quiosco con decoración en el techo de figuras vegetales recortadas en lámina; alrededor bancas y áreas verdes la complementan.

Después de degustar unas deliciosas codornices en uno de los restaurantes aledaños a la plaza, nos dirigimos por un sinuoso camino de terracería hacia la antigua región minera de Amatlán de Cañas. Ésta se sitúa en las estribaciones del volcán de Ceboruco, entre la sierra de Pajaritos, que semeja una muralla entre Amatlán y Ahuacatlán, y la sierra de San Pedro, al norte. La naturaleza favoreció a esta zona montañosa dotándola de exuberantes valles.

Amatlán de Cañas forma el rincón meridional de esta región: se ubica en el límite con Jalisco, y encerrado por serranías se asienta en un valle entre la muralla de piedra y el río Ameca.

Se trata de una sierra especial, extraña y bella. Fue esculpida por las aguas a partir de un bloque de roca volcánica y eso hace suponer que millones de años atrás albergó en sus partes altas poderosos volcanes que vomitaron miles de kilómetros cúbicos de roca que actualmente la conforman.

Poco a poco los arroyos, y después los ríos, fueron encontrando allí su camino al mar y excavaron pacientemente en la roca los cañones escalonados que le prestan su identidad. Es por ello que en la sierra han sobrevivido muchas mesas, todos restos de lo que se fragmentó originalmente.

Este paisaje de cumbres aplanadas y profundos cañones está rodeado de bosques de pino y encinos, que se extienden por las alturas como pinceladas verdiazules que suavizan lo abrupto y agreste de la región y que se aferran a las laderas.

Aquí se encuentra refugio venados cola blanca, zorras y ardillas; en las barrancas se enseñorean águilas y gavilanes.

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El primer pueblo con el que nos encontramos es Barranca de Oro, en cuya entrada aún se ven vestigios de lo que fuera una antigua hacienda: muros, nichos, una pequeña capilla y algún torreón son sólo algunos de los elementos que permanecen y que nos hablan de la majestuosidad del edificio durante el auge minero en los siglos XVIII y XIX.

El pueblo está prácticamente abandonado, sólo se ven fachadas, portones, ventanales y ricas texturas que el tiempo ha esculpido.

Continuando por estrechos y nostálgicos callejones se llega al camino que lleva al poblado de El Rosario, a sólo dos kilómetros de distancia. Esta pintoresca población, al igual que toda la región, fue fundada por Francisco Cortés de San Buenaventura, quien rápidamente se percató de la enorme riqueza que existía, principalmente oro y plata.

El Rosario tiene como principales atractivos el Templo de la Virgen del Rosario, edificio de un solo cuerpo con torre y campanario de excelente manufactura y un espléndido atrio.

La plaza principal armoniza con el templo. Edificios con gruesas columnas y amplios portales, un jardín central con exuberante vegetación y una bella fuente de piedra que asoma de entre el espeso follaje que la rodea.

Sus calles empedradas y estrechas, las casonas con típicos techos de teja y sus áreas ajardinadas hacen de El Rosario un bello rincón de la sierra nayarita, que además de sus atributos arquitectónicos cuenta con un espléndido balneario: el Manto, que enclavado en un cañón y circundado por vegetación selvática por donde se filtran los rayos del sol, ofrece sin duda un espectáculo fantástico de luz y naturaleza.

Para descender por el cañón hay un acceso de escalinatas que conducen a varias albercas seminaturales alimentadas por afloramientos de templadas y cristalinas aguas de manantial que forman una cascada que semeja un manto, por lo cual el lugar recibe este nombre. En el Manto se puede nadar, pescar y disfrutar de deliciosos platillos a base de pescados de agua dulce.

La temporada más recomendable para disfrutar del sitio es de noviembre a junio; el resto del año a consecuencia de las lluvias las aguas se enturbian y crecen las corrientes.

A sólo seis kilómetros de El Rosario se encuentra otra típica comunidad de la región que es, sin lugar a dudas, donde se conservan los mejores ejemplos de arquitectura vernácula del estado: Estancia los López.

A la entrada del pueblo encontramos vestigios de lo que fuera la Hacienda de Quesería, donde se elaboraba queso, cacahuate y café.

Todavía hoy se puede ver maquinaria del siglo pasado que en su momento se utilizó en la producción cafetera y cacahuatera de la hacienda.

Son también impresionantes los enormes “chacuacos” (chimeneas) que aún se yerguen como mudos testigos del auge de este pequeño rincón de la sierra. Hoy algunos lugareños trabajan en la caña de azúcar, este municipio forma parte de los llamados “ombligos dulces” del estado, importantes productores de caña. Otros son ganaderos, pero los más se dedican a los cultivos tradicionales: maíz, frijol, sorgo, etcétera.

Esporádicamente se ve gente en la plaza o en los portales de las viejas casonas, las callejuelas empedradas lucen desiertas durante el día. Muchos jóvenes buscan trabajo en otros lugares, y los que permanecen en el pueblo se resguardan del calor en los frescos patios de las antiguas casonas; otros con menos suerte trabajan en la siembra y sólo regresarán al final de la tarde. En Estancia Los López el tiempo se detuvo: callejuelas, banquetas, fachadas, portones de madera, todo permanece igual, como si, súbitamente, todos hubieran partido y nunca regresado.

A siete kilómetros de Estancia Los López se encuentra la cabecera municipal, Amatlán de Cañas, por donde pasa el río del mismo nombre y es uno de los afluentes formadores del gran río Ameca, y que desemboca en la región de Bahía de Banderas.

Amatlán de Cañas cuenta también con los arroyos Garabatos y Barranca de Oro. El pueblo, al igual que todos los de la región, es pintoresco y nostálgico; fue famoso por sus vetas auríferas que aunque con una producción que no compite con las épocas del gran auge de los siglos XVII al XIX, aún se explotan oro, plata, cobre, zinc y otros minerales. Hoy sólo algunos lugareños se dedican a la minería y el resto a la agricultura y la ganadería.

Uno de los principales atractivos del lugar es el Templo Parroquial que data del siglo XVIII, allí se venera la imagen del Señor de la Misericordia. La construcción original ha sufrido modificaciones, como el cambio del acceso principal que ahora se ubica en la portada lateral; ésta se forma por un cuerpo que sirve de apoyo a la torre que, a su vez, consta de dos cuerpos y remate de cupulín.

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La portada principal es de un cuerpo, con acceso de arco de medio punto flanqueado por pilastras tableadas; su interior es de una sola nave con bóveda de cañón corrido y altar neoclásico.

A menos de dos kilómetros del centro del pueblo, por un camino de terracería que atraviesa el río Amatlán de Cañas, se llega a una espléndida zona de manantiales en la margen del río que se ven como brotes de vapor originados por la corriente de un arroyo que se forma de aguas termales con temperaturas de hasta 37°C. El lugar es perfecto para disfrutar de las tibias aguas y relajarse totalmente, además de brindarle un suave masaje.

Si después del baño aún tiene energías, el lugar es ideal para pasear y conocer algunas de las minas de oro y plata que existen en las faldas de la montaña. Para realizar esta expedición es importante hacerse acompañar por un guía de la región.

No es difícil imaginar a los misioneros franciscanos, que llegaron por vez primera a Amatlán de Cañas en el lejano siglo XVI, caminar por sus calles.

Fuente: México desconocido No. 289 / marzo 2001

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