Aquellos días de trenes y corridos
La presencia de los ferrocarriles en México no sólo ha influido en la economía y en la integración territorial del país.
A través de un moderno sistema de transportación, sino también en la cultura a partir de diversas expresiones artísticas, ya como un elemento circunstancial, un motivo más de inspiración, o como protagonista de obras y propuestas que van de las artes plásticas, a la literatura, el cine, la fotografía, los espectáculos masivos y la música de origen y gusto populares. Es en esta última donde ha permanecido con mayor impacto e influencia, a través de coplas, corridos y canciones inspirados en, por ejemplo, los elementos que integran la tecnología ferroviaria (máquinas, rieles, durmientes, equipo rodante); en las características de los oficios, la condición social y hasta el grado de explotación laboral de los ferrocarrileros; en los riesgos, pormenores o sucesos de viajeros y tripulaciones en el camino; en accidentes ferroviarios de triste memoria; y asaltos protagonizados por villanos de antología criminalística, como el temible Jesús Mosqueda.Por supuesto que no faltan las composiciones dedicadas a las incursiones, cuartelazos, asonadas, descarrilamientos deliberados, destrucción de estaciones e infraestructura, y demás hechos violentos que caracterizaron a la época revolucionaria.
Tampoco son escasas las melodías consagradas a personajes connotados del gremio, ocupando un lugar de privilegio Don Jesús García Corona, humilde maquinista de la compañía minera The Moctezuma Cooper Company de Nacozari, Sonora, quien a decir de la letra de uno de los corridos que se le han dedicado:»Le dio vuelta a su tren de vaporporque era de cuesta arriba,y antes de llegar al kilómetro seisahí terminó su vida».Y en efecto, concluyó su vida terrenal un 7 de noviembre de 1907, luego de salvar a ese pueblo del tremendo desastre provocado por el incendio de un carro cargado con dinamita, para ingresar por vía libre a la inmortalidad, como héroe máximo de la cultura oficial ferrocarrilera. Algunos caudillos revolucionarios y de épocas posteriores, así como sus muy personales estilos de gobernar, sus ambiciones o sus decisiones más cuestionables, han sido también recordados en las letras de tema ferrocarrilero. Así, la huida de los adeptos a Venustiano Carranza en 1920, tras el acoso de las fuerzas obregonistas, es narrada en el corrido «Caída de Carranza por el Plan de Agua Prieta», de Samuel M. Lozano; el secuestro ejecutado por los yaquis en Vicam, Sonora, del tren en el que viajaba Álvaro Obregón en septiembre de 1926, es recordado en «Vicam Pueblo», de autoría anónima. Y las truculentas aventuras de la plana mayor del Maximato (los generales Juan Felipe Rico, Jaime Carrillo y el mismísimo Lázaro Cárdenas del Río), en su intento de liquidar a la rebelión escobarista de 1929, son cantadas en «La campaña de Sonora», de Jesús Valdés.
VEHÍCULOS DE LA INSPIRACIÓN
En México, la tradición musical que se ocupa de los ferrocarriles hace su aparición a finales del siglo XIX, coincidiendo con la etapa histórica del Porfiriato, señalada como la época de la gran expansión ferroviaria nacional.Y es que, en aquel tiempo, la población se había acostumbrado al uso y al tráfico constante de los ferrocarriles, erigidos en el imaginario y en la opinión casi unánimes del momento, como la prueba más palpable de la modernidad, el progreso y el cosmopolitismo, entre afracesado y anglosajón, que se pretendía imponer en el país, como complemento al impulso incontenible del modelo capitalista de producción.No obstante lo anterior, la música popular prosigue su camino en el más puro y original lirismo, narrando sucesos de impacto social, trascendencia política o la introducción de cambios e innovaciones tecnológicas como los ferrocarriles, con las consecuencias y transformaciones que ocasionaron.
Los géneros más eficaces para esta difusión fueron los huapangos, los sones y los corridos, interpretados por músicos con poca o ninguna instrucción musical, pero eso sí, con harto sentimiento y encomiables muestras de entusiasmo, departiendo con los parroquianos de la pulquería, la plazuela, el estanquillo, el mercado, rascándole duro al guitarrón y soltando el gran chorro de voz en las esquinas de esas calles de Dios, que correspondían a las grandes ciudades de la época (México, Guadalajara, Puebla, Monterrey, Veracruz), sin olvidar a los trovadores ambulantes de la dilatada provincia mexicana, al fin comunicada, aunque marginal y selectivamente, por medio del «caballo de hierro», de la «máquina loca» o del «portento sobre rieles», también decimonónicamente llamado locomotiva o ferrocarril.Ya en el siglo XX, las canciones con tema ferrocarrilero no cesaron de sonar, aunque influidas por las nuevas tendencias musicales en boga, que fueron desde el corrido tradicional, hasta la balada rock («El trenecito», interpretada por Leda Moreno) y los temas dedicados al público infantil como «La Maquinita puch puch», de Francisco Gabilondo Soler, Cri-Cri.
POR SUS COPLAS LOS CONOCERÉIS
Los estudiosos del tema afirman que los corridos ferrocarrileros han tenido una relativa continuidad en el gusto musical más arraigado del país, gracias a su tono narrativo, a su musicalización versátil aunque sencilla y a su variedad de temas. Existen corridos ferroviarios ya históricos, en los que se relata el arribo de aquellas tremendas máquinas resoplando entre caseríos y atónitos pobladores, como en el «Corrido del primer tren» (1884), de Jesús Zavala, o en «Entrada del ferrocarril a Guadalajara» (1888), de Ambrosio Ibarra, Trinidad Murguía y Cipriana Raso. Favoritos del repertorio popular clásico son los corridos de descarrilamientos, como «Del descarrilamiento de Temamatla», o «El gran descarrilamiento de Temamatla», ambos de autoría anónima, en los que se cuenta el sonado accidente del 28 de febrero de 1895, cuando un convoy del Ferrocarril Interoceánico descarriló, cargado de peregrinos y turistas, en un poblado del Estado de México. Algunos más fueron dedicados a otros accidentes, como el del Ferrocarril Central Mexicano, a su paso por Zacatecas el 19 de abril de 1904, y el choque del tren número 2, llamado «El Paso», contra otro de carga, ocurrido el 19 de septiembre de 1907, al parecer una fecha fatal en la memoria del siglo que se extingue.
El tono y los contenidos de las coplas son siempre los mismos: llanto, dolor, muerte e impotencia ante las jugarretas e imprevistos de la tecnología aplicada en los transportes de carga y de pasajeros.Lugar aparte ocupan los corridos compuestos al calor de la lucha armada, donde los distintos caudillos y sus fuerzas vivas establecen feroces batallas por el dominio y la conducción del conflicto. De esta forma, el «Corrido del ataque a la Estación de Pedernales» recuerda la derrota de los maderistas en aquella estación chihuahuense, a manos del general Juan N. Navarro, entre el 16 de diciembre de 1910 y el 13 de enero de 1911. No menos elocuentes son los que narran la derrota, huida, desprestigio y muerte del barón de Cuatro Ciénegas, don Venustiano Carranza, como en «La retirada de Carranza combates de Apizaco, San Marcos y La Rinconada», de Melquiades C.N. Martínez.Menos tradicionales, aunque igualmente lastimosos y hasta con rasgos de cierta politización gremialística, son las composiciones que están consagradas al relato de luchas sindicalistas, como la del conflicto de 1950-1951 organizado por los mineros de Nueva Rosita, Cloete y Palau, contra la empresa Americana Smelting and Refining Company (ASARCO). Uno de sus protagonistas, Agapito Maltos Ruiz, compuso un largo corrido, «La huelga de Nueva Rosita».Apartándose un poco del corrido original, existen canciones que se ocupan de los ferrocarriles en un sentido cómico, paródico y hasta de doble sentido lingüístico, que se han hecho populares en tiempos contemporáneos como «El crimen del expreso», del cronista urbano Salvador «Chava» Flores.
¿CON LA MÚSICA A OTRA PARTE?
En las últimas décadas, el corrido en general ha experimentado cierto rezago y estancamiento respecto de otros géneros musicales de consumo popular, como la llamada canción ranchera, la no siempre romántica balada o los ritmos de marcada influencia afroantillana. Y, sin embargo, se resiste a desaparecer de la escena melódica, concentrándose en otros temas, a tono con los tiempos que corren. Desde los años setentas, y aún antes, los compositores de los distintos circuitos comerciales se han dedicado a componer corridos en los que se da cuenta, por ejemplo, de las no siempre claras relaciones entre el poder político, las clases que lo representan o personifican y los emperadores de la corrupción económica, el narcotráfico y el crimen organizado.Aún así, los trovadores «de veras» y los líricos de provincia continúan cultivando este género con pasión y profunda inspiración, así como algunos trabajadores ferrocarrileros jubilados y en activo, a los que les basta un atardecer de acuarela, la nostalgia por el terruño, o el recuerdo de aquellos tiempos de máquinas y trenes, para llamar con acordes de guitarra a esa parte sensible de la inspiración, e intentar componer un corrido, o cualquier otra melodía de tema ferroviario.
Fuente: México en el Tiempo # 26 septiembre / octubre 1998