Atacado por un Calamar Humboldt
Quizá una noche de Año Nuevo, cuando llegaba usted a casa en su coche, un conductor que venía en el carril opuesto estuvo a punto de cruzarse la doble línea amarilla. Sin saberlo, usted estuvo cerca de caer en el abismo y se preguntó: ¿Estuve yo en el mero borde o no corrí ningún peligro?
Todo esto se me ocurrió cuando prendí las luces del 1 300 vatios que tenía junto a mí y miré directamente el monofilamento mientras descendía en la oscuridad. La luz era tan brillante que el resplandor me cegó, pero era necesaria para poder filmar grandes animales marinos en la noche, debajo del agua.
Esperaba ser imaginativo porque en el negocio de filmar documentales sobre historia natural esto puede significar el éxito de la empresa. Mientras yo sumergido pensaba así, a bordo del Ambar III mi padre estaba inclinado sobre una caña de pescar en placentero paroxismo. No podía imaginar lo que él tenía en el otro lado de la línea, pero el dueño del Ambar III, Mike McGettigan, me explicó que si atrapa algún pez grande en la noche, en aguas profundas, es frecuente que un calamar gigante lo siga hasta la superficie. Algunos pescadores mexicanos nos dijeron haber visto algunos calamares gigantes en la zona. Cuándo preguntamos qué tan grandes eran, extendieron los brazos lo más que pudieron al tiempo que decían “¡así de grande!” Uno de ellos que vio nuestro equipo de buceo, nos preguntó si nuestra intención era nadar con el calamar. Cuando le dijimos que sí movió la cabeza y con toda solemnidad expresó “no me parece muy buena idea”.
Mis ojos me engañaban mientras colgaba suspendido en aquella oscuridad opresiva mirando con asombro hacia abajo, hacia la línea de pescar. Veía sorprendentes formas que cuando empezaban a materializarse se desvanecían de repente. Es mi imaginación, pensé. Recapacité sobre lo que habían dicho los pescadores. Quizá la idea no era realmente tan buena. Miré hacia la superficie y pude ver los tres barriletes que colgaban a los lados del Ambar III para que el calamar subiera a darse un festín. Yo no sabía si este molusco era peligroso o no ya que nunca había visto un calamar Humboldt, pero sabía de otros peces que habitan en las profundas y oscuras aguas, que también eran atraídos por la sangre de los barriletes. Había olvidado mi traje antitiburón; lo había dejado en casa, en San Diego. Definitivamente, esto tampoco fue una buena idea.
De pronto, debajo de mí, en las oscuras aguas se materializó una gran forma e inmediatamente me percaté de que ésta sí era real. Después de casi dos horas de lucha, mi padre estuvo a punto de cobrar una zorra de mar (especie de tiburón) de casi 5 m. El señuelo se había clavado en la cola del tiburón. Salí a la superficie y traté de hacerme oír por encima de aquel alboroto y griterío: “Déjenlo ir. Trataré de fotografiarlo cuando se vaya”, grité; y después de esto, me volví a sumergir unos 9 m y esperé a que lo liberaran del señuelo. Alex Kertstich se sumergió con su cámara e hizo algunas fotos del animal antes de empezar a liberarlo, y mientras él trabajaba, mi instinto me llevó a mirar hacia abajo. ¡Algo centelleaba! Había objetos muy abajo y se veían unos destellos como si alguien en la profundidad estuviera haciendo funcionar un estroboscopio de fuego cinco veces por segundo. A medida que las formas subían, pude ver que eran calamares; uno de ellos era el más grande que jamás en este oficio había visto.
Un calamar pasó rápidamente cerca de mí y atacó la cabeza de la zorra de mar. El calamar, de alrededor de metro y medio de longitud, era de los más pequeños de esta especie, pues el calamar Humboldt llega a alcanzar los 4 m y a pesar unos 150 kg. Al momento de atrapar la cara del tiburón empezó a brillar lanzando deslumbrantes destellos que iban desde el rojo hasta el blanco marfil. Luego se alejó del tiburón y descendió como una exhalación. Otro calamar, mucho más grande, pasó vertiginosamente cerca de mí y atrapó con avidez un pez aguja de poco más de un metro de largo que estaba nadando muy cerca de la superficie. Este calamar medía más de 1.5 m y posiblemente pesada unos 35 kg, y a medida que descendía con el pez aguja, lo desgarraba dejando tras de sí una nube de sangre y escamas.
Por otra parte, Alex logró desenganchar al tiburón y lo soltó cerca de mí. Hice un esfuerzo semiconsciente para filmarlo pero fallé. Entonces Alex nadó hacia un calamar que estaba desgarrando uno de los barriletes que habíamos puesto de carnada. Otro calamar pasó rápidamente junto a mí. Casi todos oscilaban entre los 20 ó 25 kg de peso. Algunos de ellos quizá se acercaban a los 2 m y a los 50 kg o más. De pronto, algo me agarró por detrás y por un momento sentí una corriente de agua que me jalaba hacia arriba y hacia abajo. Di una vuelta repentina y pude ver cómo el calamar que me había agarrado se iba rápidamente. Debo de haber sido arrastrado unos 3.5 m hacia abajo. Nadé hacia la superficie hasta los 9 m y neutralicé mi flotabilidad. No me detuve a pensar qué hubiera pasado si el calamar no me hubiera soltado o si otros calamares me hubieran agarrado, o si uno realmente grande me hubiera…
Todo sucedió con demasiada rapidez, y todavía no había podido lograr una buena toma. Cada vez que me volvía hacia algún calamar y lo iluminaba con mis lámparas, todos descendían y desaparecían. De repente, me di cuenta de que eran las luces; ¡no les gustaban las luces!, lo cual me iba a hacer sumamente difícil la filmación. Quería filmar un calamar atacando a algún pez que nadara libremente, pero al ver que evadían el resplandor de las lámparas, decidí filmar uno de los calamares que se estaba alimentando de la carnada de barrilete. Un enorme calamar de 3 m había sumergido a uno de los peces de la carnada y lo despedazaba. Nadé por encima de él y empecé a filmar. El calamar comía de una manera tan agresiva que no soltó su presa ni cuando las lámparas se le acercaron a unos centímetros. La sangre y las escamas fluían entre los tentáculos del calamar cuando desgarraba al pez. Tomé varios close-ups y entonces decidí familiarizarme un poco más con él. Alcancé a tocar al animal, pero cuál no sería mi asombro cuando un largo y carnoso tentáculo se desprendió y me agarró la mano. Retrocedí bruscamente, sobresaltado. El dorso de mi mano comenzó a sangrar. ¡Esto no era igual que manejar un pulpo! Alex nos había advertido que el calamar gigante tiene filosos garfios alrededor de cada potente disco de succión y que, por tanto, no sólo toma las cosas por succión sino que entierra sus garfios en la carne. Mi curiosidad no era tanta como para tratar de acercármele otra vez.
Alex estaba detrás de mí en la oscuridad. Él no tenía luces para filmar que pudieran ahuyentar al calamar. Un grupo de ellos ascendió de las profundidades atraídos por el olor a sangre que invadía el agua. Tres grandes calamares se prendieron de Alex al mismo tiempo. De repente se sintió de cabeza sumergiéndose con rapidez. Un tentáculo se enredó en su cuello y rompió la cadena que detenía un colgajo prehispánico rasgando la piel de su cuello. Otro calamar rompió su computadora de descompresión y desconectó el manómetro. Los tentáculos despedazaron la lámpara de buceo que llevaba en la muñeca y la bolsa para recolectar de su cintura. Después, se fueron tan repentinamente como habían llegado.
Cuando subí a bordo, Alex ya se había ido a la cama. No había mencionado nada del incidente al resto de la tripulación y yo no había visto nada. Así pues, continuamos buceando casi toda la noche. Sin embargo, nos parecía raro que Alex nos hubiera abandonado tan pronto, pues le gustaba mucho bucear de noche. El asedio del calamar no había aterrado realmente a Alex mientras ocurría, pues estaba demasiado ocupado para asustarse. Pero cuando subió a bordo pensó en lo que podía haberle sucedido: ¿y sí…? ¿qué hubiera pasado si lo hubiera tenido preso durante un poco más de tiempo? ¡En momentos podían haberlo arrastrado a las profundidades abismales! ¿Qué hubiera pasado si le hubieran arrancado el regulador?, y lo que más le horrorizaba: ¿qué hubiera sucedido si ese pico (mucho más grande que el pico de un loro) hubiera apresado su cuello, encajado su gancho y arrancado un buen pedazo de carne? Cuando más pensaba en todo eso, más le temblaban las rodillas; decidió, pues, que necesitaba un poco de descanso.
Bob Cranston, Mark Conlin y yo continuamos buceando casi toda la noche sin incidentes. Yo me sentía frustrado pues el calamar evitaba mis luces a toda costa. Hacia las tres de la mañana me di por vencido. Bob decidió sumergirse una última vez para tomar fotos fijas de un gran calamar que se había quedado enganchado con la carnada del pez que todavía colgaba de un lado de la lancha. Justo en el momento en que Bob se bajaba la máscara de su cara, la línea que estaba en el carrete empezó a correr tan rápido como si dos atunes marlin hubieran mordido la carnada. Dejé caer mi tanque sobre el puente y corrí a detener la rastra, pero no me fue posible. Aumenté la rastra lo más que pude pero la línea seguía corriendo. ¡Era que el aparejo de pesca había atrapado aquella zorra de mar de casi 4.5 m! Ya nada podía hacer. La línea seguía corriendo. Miré hacia Bob que estaba ya dispuesto a saltar al agua con su regulador en la boca y la cámara en la mano. Por un momento se quedó mirando el carrete que giraba. “¿Vas a bucear?”, le dije. Bob seguía mirando el carrete. “Mejor te apuras. Lo que pudiera ser se está yendo”, dije; Bob no quitaba los ojos del carrete. “Pero parece hambriento, quizá regrese”. Bob dejó su cámara y dejó caer el tanque sobre el puente, “o quizá no”, dijo. “Me parece bien”, dijo Mark. Me dirigí al refrigerador y tomé tres cervezas. Bob, Mark y yo dimos un gran trago y nos quedamos viendo cómo giraba el carrete con el resto de la línea.
Fuente: México desconocido No. 209 / julio 1994