Aventura sin límites en Guerrero. Las grutas de Juxtlahuaca
A cada momento aparece algo nuevo y sorprendente por su belleza, majestuosidad, rareza, antigüedad o valor cultural, de modo que el recorrido parece no tener fin.
En compañía de Andrés y Enrique, hijos del profesor Andrés Ortega, el legendario “Chivo”, celador oficial de Juxtlahuaca desde 1958, y los experimentados espeleólogos del Instituto Politécnico Nacional, a cargo de Ricardo Arias, nos aventuramos a las entrañas de esta gruta. Se requieren botas, cascos, lámparas, cuerdas, mochilas, bebidas hidratantes y alimentos energéticos para las largas jornadas, que pueden ser de más de 12 horas, en el interior de la Tierra.
Un mundo ajeno y extraño
Tras cruzar el gran portón de hierro que da acceso a la gruta, disminuyen los rayos solares con inquietante rapidez y a cada paso creció en nosotros la sensación de penetrar en un mundo ajeno y extraño, cuyos pobladores son estructuras pétreas que bajo las tenues luces de nuestros cascos, proyectan sombras grotescas y fantasmales. Sin embargo, logramos distinguir en el piso y los muros de piedra el ir y venir de animales: cucarachas de diez centímetros de largo, en diversas fases de metamorfosis.
Lo que de inmediato empezó a llamar nuestra atención son las estalactitas y estalagmitas que al unirse resultan en pilares o columnas de diferentes tamaños; hay también otros tipos como las colgaduras o cortinas, que parecen desafiar las leyes físicas al depositar los minerales en formas caprichosas, a veces semejan pliegues tan delgados que son traslúcidos; otras construyen macizos como blancas cascadas petrificadas. Nuestras referencias se hicieron evidentes en los nombres de las formaciones, salones y ramales: La Columna de la Independencia, El Infierno, La Fuente Encantada, El Faraón Egipcio, La Virgen de Guadalupe, La Catedral, El Jardín de Cristal.
Entrando al Infierno
Cuando nuestros ojos se acostumbraron a las luces de las lámparas eléctricas o de gasolina, el olfato y el oído entraron en acción. Un olor peculiar y sonidos aislados indicaban que nos acercábamos a algo de naturaleza viva; y sí, en un recodo, cientos de murciélagos nos recibieron con chillidos y aleteos en el Salón del Infierno, llamado así por el calor intenso que se genera por la descomposición del excremento de los murciélagos –guano– que aquí habitan. Una experiencia fascinante consistió en apagar las luces y sin hacer ruido, escuchar los sonidos emitidos por dichos voladores, así como sentir muy cerca su aleteo al esquivarnos gracias a su sistema de radar (ecolocalización).
El guano es la principal fuente de materia orgánica de la caverna y constituye un elemento importante en la cadena alimenticia, de la cual forman parte las cucarachas gigantes y otros insectos que dependen de sus largas patas y antenas para vivir en completa oscuridad. Mamíferos pequeños como los mapaches entran ocasionalmente a la gruta para guarecerse o devorar murciélagos muertos. Otro integrante de la cadena alimenticia es la serpiente mazacuata, que en esta gruta en particular trepa a la parte superior del portón de entrada para desde ahí atrapar murciélagos cuando al atardecer salen a buscar alimento.
Debido a la gran variedad de conjuntos calcáreos y paisajes cavernícolas, por un momento pensamos que lo hemos visto todo, pero al descender algunas decenas de metros encontramos restos petrificados que delatan la presencia humana. Así, en una pequeña bóveda al final de un pasillo, observamos un cráneo cubierto de minerales calcáreos; a un par de metros, un hueso largo incluido en la roca del suelo y descubierto parcialmente; en otro sitio, una quijada y en otro, un pequeño esqueleto semienterrado, apenas visible. Más adentro del ramal principal, en lo más profundo, localizamos las obras de nuestros ancestros: representaciones figurativas sobre la roca de su cosmovisión, ideas y mitos religiosos, todas muestras culturales de la incipiente civilización olmeca, que despertaron en nosotros diversas fantasías. Imaginamos al pie de la figura del chamán, del jaguar o de la serpiente, a un sacerdote que conducía un rito de paso mediante el que iniciaba a los jóvenes en la vida adulta, la guerra, la caza y el mundo espiritual.
Otros paisajes subterráneos los constituyen un mundo de agua cristalina con fuentes y lagunas naturales, así como un pequeño pero fascinante jardín de cristal con formas de flores bastante raras y difíciles de encontrar llamadas aragonitas, que cubren las paredes del pequeño salón llamado Jardín de Cristal, debido al mineral que les da origen, cristales con la misma composición química de la calcita. Aún más difíciles –¡y en Juxtlahuaca las hay!– son las helictitas, de un solo cristal que crece en forma caprichosa desafiando la ley de la gravedad.
Más ramales
Si se desea continuar la aventura, existen otros ramales y salones, como el Ramal de las Aragonitas, donde la exuberancia de flores minerales es mayor; más allá se encuentra el Ramal de los Árboles de Navidad, con estalagmitas cubiertas por formaciones florales blancas de aragonitas y helictitas. El Salón de la Música, en el que las colgaduras representan instrumentos musicales naturales que cuando son tocadas por el guía, suenan como una marimba o varios teponaxtles. También se puede visitar el Ramal de los Vampiros, muy cerca de la Entrada del Hoyito, donde habita una colonia de murciélagos hematófagos que se alimentan de la sangre del ganado vacuno que vive en los alrededores.
En total, se pueden recorrer 5,098 metros en los que es preciso subir, bajar, arrastrarse, nadar en lagunas subterráneas, y sobre todo admirar verdaderas maravillas.
Nacimiento de una caverna
Una caverna comienza su configuración por la disolución química de las rocas del subsuelo, debido a los cauces de agua de lluvia, que se torna ácida a su paso por la atmósfera y la cubierta vegetal del suelo. Posteriormente, la continua fricción del agua provoca una disolución mecánica de la roca que poco a poco forma conductos que dan lugar a galerías. Tras mucho tiempo, cuando la gruta alcanza un estado “maduro”, las figuras pétreas a su interior, como estalactitas –superiores que crecen desde el techo– y estalagmitas –inferiores que crecen desde el piso– se producen por el carbonato de calcio, que el agua de lluvia arranca de las rocas calizas superficiales, se filtra por incontables grietas y mediante un goteo lento y constante va dando forma a las figuras cónicas características de estos conjuntos milenarios. Se requieren aproximadamente cinco años para modelar un centímetro cúbico del mineral constitutivo de dichas formaciones: la calcita.
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