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La Casa de los Mascarones: ¿por qué este edificio del siglo XVIII sigue causando tanto misterio?

Ciudad de México
casa de los mascarones
© Lulu Urdapilleta

Ya sea por su valor arquitectónico, por su historia o por las leyendas que la rodean, la Casa de los Mascarones sigue viva en la memoria colectiva de la CDMX.

En la colonia Santa María la Ribera, a unos pasos del Metro San Cosme, se levanta una joya arquitectónica que llama la atención por su singular fachada: la Casa de los Mascarones.

Aunque hoy funciona como un centro de enseñanza de idiomas de la UNAM, este edificio ha sido muchas cosas, desde residencia virreinal hasta cuartel y sede de instituciones científicas. Sin embargo, su fama no se limita a lo académico: las historias de fantasmas y sucesos extraños también han rodeado sus muros por generaciones.

Casa de los Mascarones: construcción marcada por la historia

La historia de la Casa de los Mascarones arranca mucho antes de que existiera como tal. Desde el siglo XVI, los terrenos donde se ubica pertenecían al trazado original de la antigua calzada México-Tacuba, una de las rutas más antiguas del Valle de México.

Fue durante la Colonia que las autoridades españolas repartieron estos predios para crear huertas y pequeñas propiedades, con el fin de asegurar el camino que conectaba la capital con el occidente del virreinato.

En el siglo XVIII, el Conde del Valle de Orizaba, José Diego Hurtado de Mendoza, ordenó la construcción de una residencia palaciega en este sitio. Los trabajos comenzaron en 1766 y se prolongaron hasta 1771.

A pesar de su ambicioso diseño, la propiedad no se terminó por completo y, tras la Independencia, se subastó en 1822.

De colegio a instituto científico

A mediados del siglo XIX, la Casa de los Mascarones inició una nueva etapa como espacio educativo. En 1850, albergó al Colegio de San Luis y, más adelante, en 1871, recibió al Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe. Aunque los registros sobre este último son poco precisos, se sabe que su fundación marcó el inicio de un largo periodo en el que el edificio se asoció con la enseñanza.

En 1873, la propiedad pasó a manos de Ignacio Martínez Barral, quien la vendió al señor Rafael Linares. Este último la transfirió en 1885 al cura José Antonio Plancarte, quien finalmente la vendió en 1893 a Luis G. Lavié. Durante este tiempo, el recinto albergó también al colegio del francés Narciso Guilbaut, según lo recuerda el historiador Genaro Fernández McGregor en sus memorias.

Para 1897, el Instituto Científico de México operaba en el inmueble y contaba con instalaciones anexas. Probablemente los jesuitas, asociados a esta institución, coincidieron con la compra hecha por Lavié, quien, en 1906, aportó el edificio como parte de las acciones del instituto.

Del nacionalismo educativo a la UNAM

La Revolución Mexicana trajo nuevos cambios. En 1914, el presidente Venustiano Carranza nacionalizó el edificio, lo que implicó la expulsión de los jesuitas. Poco después, la Escuela Nacional de Maestras ocupó el lugar por un breve periodo hasta 1925. Ese mismo año, una escuela primaria utilizó sus instalaciones y la Universidad Nacional de México (hoy UNAM) comenzó a emplearlo como sede de su escuela de verano.

El 7 de octubre de 1929, la recién fundada Escuela Nacional de Música, separada del Conservatorio Nacional, se instaló de manera provisional en la Casa de los Mascarones. Apenas tres meses después, el 10 de julio de 1929, una ley orgánica permitió que el edificio quedara formalmente incorporado al patrimonio universitario.

Desde entonces, la casa ha permanecido bajo resguardo de la UNAM y ha cumplido distintas funciones, aunque hoy se conoce principalmente como la sede de la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción (ENALLT).

Una fachada que no pasa desapercibida

Lo primero que salta a la vista cuando uno se acerca a la Casa de los Mascarones es su portada barroca. Custodiada por figuras grotescas talladas en piedra —los famosos mascarones—, la entrada parece salida de una novela gótica. Estas esculturas no solo decoran, también provocan: invitan a mirar, a preguntarse qué ocurre al cruzar la puerta, y a desconfiar un poco del silencio que la rodea.

Fachada del edificio. Facebook Acervo Histórico del Palacio de Minería, Facultad de Ingeniería – UNAM.

Aunque por dentro conserva la estructura de un palacio virreinal con patios y columnas, muchas de sus áreas originales han desaparecido o sufrido restauraciones poco afortunadas.

Sin embargo, la atmósfera del lugar permanece intacta: hay algo en sus muros que sigue transmitiendo historia, aunque no siempre sepamos cuál.

Leyendas de la Casa de los Mascarones

Desde principios del siglo XX, la Casa de los Mascarones ha alojado diversas instituciones: fue sede del Instituto Científico de México, un centro de actividades académicas y, más recientemente, la ENALLT. Esta función educativa le ha dado nueva vida, pero también ha permitido que se acumulen historias entre quienes estudian y trabajan ahí.

Muchos alumnos coinciden en que hay zonas donde el ambiente se torna más denso, en especial al anochecer. Algunos aseguran haber escuchado pasos en pasillos vacíos, otros afirman haber visto sombras que cruzan las aulas.

Las leyendas hablan de espíritus que habitan en el inmueble desde los días en que aún era una casa inconclusa o quizá desde mucho antes, cuando esa zona era parte de los caminos lacustres de Tenochtitlan.

Un rincón donde la ciudad susurra

Visitar la Casa de los Mascarones es una experiencia que va más allá de su función académica. Es caminar por un edificio que ha resistido siglos de transformaciones urbanas, guerras, terremotos y remodelaciones. Es también asomarse a una época en que la ciudad se expandía sobre los vestigios de un mundo indígena y se mezclaba con la estética europea.

Hoy, aunque el paso del tiempo ha dejado marcas visibles, el lugar sigue sorprendiendo a quienes se atreven a cruzar su umbral.

¿Ya conoces el edificio que alberga el Museo Nacional de la Estampa? Aquí te contamos más sobre él

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