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Cazar estrellas en La Quemada, Zacatecas

Zacatecas
© Jonathan Pérez

Una experiencia única que deberás vivir al menos una vez: cazar estrellas en La Quemada, Zacatecas.

Tal vez no sepamos con exactitud quiénes construyeron la ciudad que hoy llamamos La Quemada, pero al caminar por sus terrazas y subir por sus escalinatas queda claro que lo hicieron en comunión con el cielo.

La llegada a La Quemada

Quedan pocos minutos de sol la tarde de nuestro arribo, y el valle que rodea a La Quemada se tiñe de un rosa pálido que curiosamente recuerda el color de la cantera virreinal.

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Por encima de los cerros se asoma Venus y detrás de unos huizaches negros aparecen los guías de la expedición: un alemán de apellido Berg, una sacerdotisa de las flores, un chamán que llama a los ancestros al ritmo del tambor.

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La bóveda celeste de La Quemada

Con ellos exploramos la zona arqueológica, un acertijo de piedra a 50 kilómetros de Zacatecas que algunos han asociado con el Chicomoztoc, legendario lugar de origen de las tribus nahuas. En compañía de los guías subimos a la pirámide, aprendemos que fue una urbe populosa, salpicada de mercados y dotada de un juego de pelota con vista hacia el horizonte.

Hacia esa cancha nos convocan con sahumerios de copal e incienso, nos piden recostarnos sobre colchonetas en la explanada, cerrar los ojos y olvidar toda luz artificial. Abrimos los ojos y cientos de estrellas penetran por nuestras pupilas; se cobra consciencia entonces de cómo los antiguos zacatecanos emplearon la bóveda celeste como mapa sagrado y guía para las cosechas.

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La luz helada de la Luna contorna el Patio de las Columnas, aledaño al juego de pelota; su resplandor es tan potente que incluso a los astrónomos del Consejo Zacatecano de Ciencia y Tecnología, recién llegados para cerrar la experiencia, se les dificulta ubicar estrellas con el ojo desnudo.

Así, la silueta de las constelaciones debemos completarla con nuestra imaginación, siguiendo un láser, uniendo puntos luminosos tal cual lo hicieran los sabios que subían a la cima de estas pirámides.

Apenas han terminado de montar los telescopios electrónicos cuando —segundos antes de verle el cutis a la Luna— una estrella fugaz atraviesa la noche dejando tras de sí una cauda dorada y varios gritos de desconcierto.

Podrán transcurrir los siglos e inventarse sofisticados instrumentos, pero contemplar cara a cara la inmensidad del universo seguirá siempre siendo un acto sobrecogedor.

¿Has visto una estrella fugaz en alguna zona arqueológica?

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