Cihuacóatl, la diosa guerrera y protectora de los mexicas
La diosa Cihuacóatl fue parte de un complejo sistema religioso y cosmogónico del panteón mexica. Con atributos maternales y guerreros, esta deidad tutelaba a los tenochcas como una madre en pie de batalla.
Los mexicas, al igual que otros pueblos del periodo Posclásico Tardío (años 1200-1521d.C.), no sólo heredaron de otras etapas y culturas de Mesoamérica un complejo sistema religioso. También imbricaron creencias propias con las ya existentes, enriqueciendo la cosmovisión compartida por aquél ancestral mundo. Al igual que Huitzilopochtli, Tláloc y Tezcatlipoca, hubo una deidad que jugo un papel tutelar entre los hijos del Quinto Sol: Cihuacóatl.
¿Quién era Cihuacóatl?
Cihuacóatl es una deidad femenina. Su nombre se compone de las palabras en náhuatl cihuatl (mujer) y coatl (serpiente). Es decir, en una traducción muy aproximada, la palabra compuesta significa «mujer serpiente». Parece ser que Cihuacóatl era una deidad proveniente de los pueblos de habla yuto-azteca que se nahuatlizaron al emigrar de Aridoamérica a Mesoamérica. Entre ellos estaban los aztecas, los cuales adoptarían posteriormente el nombre de mexicas.
Esta divinidad tenía atributos maternales y guerreros. En primera instancia, era madre de los dioses. Tras la creación del Quinto Sol y la llegada de Quetzalcóatl de su larga travesía en el Mictlán, la creación de los humanos era imperiosa. La Serpiente Emplumada entregó los huesos de los antiguos habitantes de la tierra de otras eras, a la diosa. Ella los tomó y los molió con la sangre de los dioses, para así crear a los nuevos hombres.
También dio a los humanos los instrumentos para labrar la tierra. Enviaba la lluvia, protegía las plantas, propiciaba la fertilidad de la tierra y aplacaba sequías. Sin embargo, no era diosa de las nubes ni de la tierra. Era una presencia cósmica que otorgaba, brindaba y fructificaba, en un rol de maternidad germinal ininterrumpida. De ahí derivan otros epítetos para ella: Quilaztli (verdura) y Tzitzimicíhuatl (mujer prodigiosa) y uno muy conocido en la actualidad: Tonantzin (nuestra madrecita). Al ser un numen de la fertilidad, tuvo un papel conjunto con Huitzilopochtli: ella ayudaba a brindar la lluvia y él daba la luz del Sol, para hacer crecer la siembra.
Por otro lado, era una brava combatiente. Por este carácter bélico, se le llamaba Yaocíhuatl (mujer guerrera). La maternidad no estaba desligada del furor del combate. Por ello siempre brindó su favor a los hombres en batalla, a las mujeres que eran madres, así como a las parturientas, quienes pedían su favor. Aquellas que morían en el parto eran dignas de ser recogidas por Cihuacóatl, ya que habían mostrado la misma fuerza y valor que los guerreros varones. Al trascender, estas mujeres se volvían divinas y eran llamadas cihuateteo; vivían con esta diosa en el Cincalco (casa del maíz) o en el Cihuatlampa (región de las mujeres), además de acompañar al Sol en el atardecer como colibríes.
Precisamente, como señora de las cihuateteo, también vaticinaba diferentes eventos para sus hijos predilectos, los mexicas. A veces enviaba a las muertas en el parto a anunciar catástrofes. Aparecían llorando por sus hijos en medio de los caminos de pueblos y ciudades. Pero en ocasiones también ella aparecía, sollozando, ya sea como una mujer espectral o como una serpiente con un rostro femenino emergiendo de sus fauces. La historia más conocida al respecto es la de sus continuas manifestaciones poco antes de la conquista española, en el reinado del tlatoani Moctezuma Xocoyotzin. Fueron uno de los llamados «presagios funestos». En estos perturbadores eventos, Cihuacóatl lamentaba por las noches la desgracia que se avecinaba para los tenochcas, y se preguntaba donde debería llevárselos para protegerlos de su destrucción.
«La mujer serpiente» como símbolo de poder
Como hemos visto, la diosa Cihuacóatl fue una de las deidades más importantes del panteón mexica. Al ser una manifestación de la potencia femenina del Universo, tenía una muy compleja relación con otras deidades. Podía conformar varias dualidades con diferentes dioses como Coatlicue, Quetzalcóatl o Tláloc. De ellas adquiría nuevas características y viceversa, dando a lugar advocaciones o nuevas formas de celebrar dicho conjunto divino.
En particular, esta diosa tenía una relación filial con los dioses del poder: Huitzilopochtli, Xipe-Totec, Tezcatlipoca y Huehuetéotl. Era tan importante que, dentro del recinto ceremonial de Mexico-Tenochtitlan, su templo Tlillancalco (lugar donde abunda la negrura), se encontraba muy cercano al del dios patrono de los mexicas. Además estaba asociada al Coacalco, una construcción en donde se resguardaba a los dioses patrones de los pueblos sometidos.
Al comprender esta relación dual entre potencias divinas, no nos debe sorprender que este movimiento del cosmos también se reflejara en la estructura de poder mexica. La referencia más importante al respecto es que el tlatoani estaba acompañado en el gobierno por un dignatario que llevaba el título de cihuacóatl. Si el primero representaba el poder solar y masculino, el segundo representaba lo lunar y lo femenino. Este personaje participaba en todos los aspectos de la administración política tenochca, y era consejero del gobernante en turno. El más importante y célebre de todos los cihuacóatl fue el legendario Tlacaélel, que acompañó a varios tlatoanis de Mexico-Tenochtitlan.
Representaciones
Las efigies de la diosa de época prehispánica, así como sus representaciones en códices hechos poco tiempo después de la caída de la capital mexica, nos dan una impresión más o menos de como era imaginada.
Solía llevar un tocado compuesto de un cuauhpilolli (plumón y plumas de águila), una falda con una banda horizontal de jades y un cráneo que cuelga en la parte baja de su espalda. En su mano izquierda portaba tres jabalinas, y en la derecha sostenía un tzotzopaztli o machete de telar con un nudo. A veces en lugar de las lanzas, llevaba un escudo blanco. Sus cabellos estaban arreglados sobre la frente. Portaba orejeras de obsidiana o de oro.