Conquistando el Citlaltépetl: crónica del ascenso al Pico de Orizaba
Una experiencia que todos los amantes del alpinismo apreciarán. Esta es la historia de un viajero conquistando la cima del Citlaltépetl, mejor conocido como el Pico de Orizaba.
En la actualidad, el invierno no garantiza que disfrutemos de nuestras montañas pintadas de blanco, acontecimientos fugaces que duran pocos días, causados por algún frente frío o tormenta tropical que trae consigo humedad que, combinado con las bajas temperaturas de la noche, nos dan esas bellas postales al amanecer.
Después de un invierno muy cálido, meses de espera e irónicamente en plena primavera, se dieron las condiciones y el tiempo, por lo que me propuse a conquistar el Citlaltépetl, conocido también como el Pico de Orizaba.
Para ello me puse en contacto con Aarón Covarrubias, un experimentado guía de alta montaña, con amplio conocimiento de los volcanes de México. Una vez recibidas sus instrucciones y recomendaciones, nos quedamos de ver en Ciudad Serdán, en el estado de Puebla.
Pico de Orizaba, una leyenda viviente
La bienvenida a Ciudad Serdán no pudo ser mejor: nos recibió Hilario “Layo” Aguilar, reconocido por ser un experimentado alpinista con más de 500 ascensos al Citlaltépetl, rescatista alpino, líder de la expedición para recuperar los cuerpos momificados descubiertos en 2015 y famoso por ser el cuidador de los últimos años de “Citla, el guardián de la montaña”, el amado perro que acompañaba a los montañistas en sus expediciones hasta la cumbre.
Mientras Layo nos trasladaba en su 4×4 a través del bosque, nos contaba sus increíbles experiencias y sin darnos cuenta llegamos al refugio Piedra Grande, al pie de la cara norte del volcán, a una altitud de 4,240 msnm.
La motivación
Llegando al refugio, Aarón —el líder de nuestra expedición— y los demás compañeros hicimos la caminata de aclimatación, recordamos las reglas de seguridad y el uso del equipo.
Nos acompañaba Edgar, originario de Jalisco, con una motivación muy interesante, venía a cumplir una promesa, visitar los restos de la avioneta accidentada en 1999 cerca de la cumbre, en ese accidente perdió la vida el padre de su esposa.
Después de cenar, platicar, preparar el equipo y los suministros nos fuimos a descansar para comenzar el ascenso a la media noche.
El ascenso al Citláltépetl
Fue una noche despejada, tranquila pero muy fría; el diálogo interno presente, caminos serpenteantes entre rocas sueltas y nieve. Acompañados por la luna llena y guiados por su luz, manteníamos un paso lento pero seguro, con paradas esporádicas para descansar y alimentarnos con gomitas, chocolates duros como las piedras, cacahuates, barritas energéticas y bebidas congeladas. Sin embargo, la noche era un deleite.
Después de seis horas de caminata, llegamos a la base del glaciar de Jamapa. Aparentemente habíamos superado lo más difícil, pues veía confiado rastros recientes de montañistas sobre una alfombra blanca y a lo lejos divisé una roca desnuda que se vislumbraba como la cumbre.
Después de un breve descanso y una selfie, nos colocamos los crampones y comenzamos a adentrarnos en el glaciar. Tras una hora caminando, habíamos avanzado 100 metros y solo era el comienzo, pero seguía motivado porque el cielo se tornaba azul claro y a lo lejos una línea de fuego pintaba el horizonte. Como cereza sobre el pastel, la luna llena.
Solicité un momento a mis compañeros para sacar el drone; con 50 grados de inclinación y de manera muy incómoda, levanté el vuelo de la cámara voladora. A través del celular, observaba abrumado la suntuosidad del volcán, lo diminuto del ser humano ante la naturaleza y el recordatorio de que a esto había venido. Agradecí al volcán por permitirme estar ahí y, motivado por tan increíble regalo, continuamos el ascenso.
Entre más alta la montaña… mejor es la vista
A paso pesado y doloroso, con el drone a cuestas, la cámara al cuello, la camel bag al frente, el equipo, los suministros y forrado con varias capas de ropa, la experiencia se tornaba desesperante y sofocante.
La roca desnuda —que era mi referencia de la cumbre— no parecía acercarse, se había mantenido en el mismo lugar durante dos horas. El sol estaba en todo su esplendor sobre la nieve cegadora, sin embargo, el paisaje era impresionante: mirar atrás y ver todo lo que se había avanzado era increíble. El vértigo de la pendiente y la inmensidad del paisaje aderezaron la experiencia.
A escasos 300 metros de lograrlo estaba rendido y no quería continuar, pero no había manera de retroceder; Aarón, Edgar y yo estábamos encordados, la única opción era seguir adelante.
Poco antes de llegar a la meta, mis compañeros se desviaron a ver los restos de la avioneta y yo me dirigí a la cumbre, mientras caminaba observaba rocas humeantes, un aviso de que el Gran Citlaltépetl está vivo. Al levantar la mirada, vi unas banderitas de colores y la cruz que anuncia el fin del recorrido.
Al llegar inmediatamente realicé un segundo vuelo desde la cumbre. Mientras el drone hacía lo suyo, fui consciente de que el 4 de mayo de 2018 estuve totalmente solo por unos minutos en la cima del volcán más alto de México.
La breve gloria y el regreso de promoción
Después de disfrutar la inmensidad del señor volcán a través de la pantalla del celular, me tomé un descanso para disfrutar el paisaje con mis propios ojos. En ese momento llegaron mis hermanos de ascenso e hicimos un picnic de tono infantil con dulces y refrescos en primera fila, al borde del inmenso y sobrecogedor cráter que era nuestro anfitrión.
Después de no más de 15 minutos, Aarón dijo: “Vámonos que solo hemos hecho la mitad del recorrido”, asimilé que faltarían muchas horas más para estar en la calidez de mi hogar.
Comenzamos el descenso y en un santiamén las nubes nos rodearon y se mezclaron con la blancura de la nieve. De pronto no había arriba ni abajo, ni atrás ni adelante; una escena surrealista; era como estar en el limbo.
En ese momento, a lo lejos, vislumbramos dos siluetas que se movían lento. Eran otros compañeros que se habían rezagado desde el inicio del ascenso: Ari, una experimentada guía, y un turista costarricense con enorme deseo por conquistar la montaña. Lamentablemente no lo consiguió y regresó con nosotros.
El descenso sobre el glaciar fue extenuante, pero en algunos momentos divertido gracias a la blanda nieve, el ángulo de la pendiente y la gravedad. El avance estaba de promoción: al dar un paso, nos deslizábamos cuatro.
Después de varias horas, por fin llegamos de vuelta al refugio Piedra Grande, donde un nutrido grupo de montañistas se preparaba para ascender y vivir sus propias experiencias. Layo nos esperaba paciente para trasladarnos de vuelta a Ciudad Serdán.