Ciudad prehispánica de Chichén Itzá (Yucatán)
Como mexicanos debemos sentirnos muy orgullosos al saber que nuestro territorio fue la cuna de grandes culturas mesoamericanas, reconocidas hoy en día como ejemplos extraordinarios del paso de la humanidad por este planeta.
Vive una experiencia única:
George de la Selva, balneario y cenote cerca de Mérida
Teotihuacanos, olmecas, zapotecas, mexicas, mixtecos, entre otros, aportaron cada uno sus múltiples expresiones culturales a la historia del continente americano. Su mismo desarrollo los llevó a intercambiar, sobreponer o mezclar sus tradiciones al establecer contacto entre ellos mismos, y Chichén Itzá fue el resultado de estas fusiones.
Se localiza en una amplia llanura del norte de la península de Yucatán, a la mitad del camino entre Mérida y Cancún. Es una de nuestras zonas arqueológicas más grande y rica en monumentos, visitada por numerosos turistas nacionales y extranjeros que arriban al Caribe mexicano. El primer centro de población conocido como Chichén Viejo, se estableció en torno a varios cenotes hacia los años 415-435 d. C., según relatos locales.
Estaba conformado por un grupo de mayas yucatecos –herederos de su cultura clásica– y campesinos de la región, juntos construyeron algunos monumentos de gran interés como el Edificio de las Monjas, llamado así por los conquistadores pues al tener numerosas habitaciones, lo asociaban con la estructura de los conventos. El segundo asentamiento ocurrió después de dos invasiones; la primera a cargo de marinos y comerciantes itzáes hacia el año 918; y la segunda y más importante, cuando procedentes de Tula llegaron guerreros y artesanos toltecas. De acuerdo con la tradición, el rey de Tula Ce Acátl Topiltzin Quetzalcóatl, que traducido al maya resultó ser Kukulcán, conquistó Chichén entre los años 967 y 987.
La historia nos dice que los toltecas invasores sojuzgaron a los mayas ferozmente, les impusieron un régimen militar, propagaron el culto a la serpiente emplumada y comenzaron a realizar sacrificios humanos, cuyas víctimas fueron arrojadas al Cenote de los Sacrificios, en el norte de la zona arqueológica. Esta práctica ritual era rara, inusual, dentro de la región. Surgió entonces un nuevo estilo de vida como resultado de la mezcla entre las tradiciones mayas y toltecas. Gracias a ello admiramos magníficas construcciones como el Caracol, observatorio astronómico de forma circular; la pirámide de Kukulcán o El Castillo, llamada así pues refleja el carácter militar impuesto por los toltecas, con sus 55 metros por lado y 30 de alto.
Todos sabemos que en los equinoccios, al caer los rayos del sol sobre su alfarda, la escalinata principal proyecta una sombra ondulante en forma de serpiente que se desliza hacia abajo. Al costado poniente de El Castillo se distribuye el Juego de Pelota, el más grande construido en Mesoamérica: 168 por 70 metros, con sus estupendos frisos. Cerca se distingue el Templo de los Jaguares y sus dos impresionantes columnas de gran grosor, con relieves en forma de serpientes rematadas con un penacho de pluma, que le da un aspecto impresionante a la entrada de este monumento. Más al oriente, se ubica el Templo de los Guerreros, en cuya cima se aprecia la escultura del Chac-Mool, dios de la lluvia, en pose recostada; y el Grupo de las Mil Columnas, integrado por numerosos pilares que alguna vez sostuvieron la techumbre de espaciosas galerías perfectamente iluminadas.
SUS VALORES UNIVERSALES
Son indiscutibles. Sus extraordinarios monumentos –particularmente los ubicados en el norte como la pirámide de Kukulcán, el Juego de Pelota y el Templo de los Guerreros– forman parte de las obras maestras de la arquitectura mesoamericana, debido a la belleza de sus proporciones, el refinamiento de su construcción y el esplendor de sus ornamentos esculpidos. Sin duda, estas edificaciones ejercieron del siglo X al XV gran influencia en la zona de la península de Yucatán, y lograron que este sitio sea el vestigio arqueológico más importante de la civilización maya-tolteca en dicha región.
Fuente: México desconocido No. 353 / julio 2006
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