Códice Boturini o Tira de la Peregrinación, el registro de un pueblo
Los mitos de origen que un pueblo guarda son la justificación que el hombre necesita para pertenecer a un grupo determinado, de esta forma la historia se va escribiendo para comunicar un pasado común.
Olvídate de la rutina y escápate:
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Los mexicas no difieren de los demás y plasman sus leyendas y tradiciones en manuscritos «pintados», mejor conocidos como códices en este caso el Códice Boturini. Para fundamentar su posición, ya como tenochcas poderosos, tienen que adornar su pasado haciéndolo prestigioso e inclusive queman sus antiguos documentos para editar su historia (Izcoatl, 1427-1440), rompen con sus orígenes bárbaros y sin gloria, y visten a sus antepasados con honores y privilegios. Los registros pictográficos que a partir de allí se realizan tienen la finalidad de dar una identidad social al pueblo.
De esta manera, los mexicas se pintan a si mismos como guías y precursores de la idea de emigrar hacia tierras sureñas. Con el pretexto del mandato de su dios Huitzilopochtli, emprenden un largo viaje, y junto con otras tribus salen de su tierra natal, hacia la tierra prometida, donde serán soberanos y amos del mundo.
La «Tira de la Peregrinación’, también llamada «Códice Boturini» o «Tira del Museo» es uno de los documentos antiguos más conocidos de la cultura náhuatl, que justifica el asentamiento de los mexicas en el Valle de México, con gran elegancia recupera creencias originarias y ancestrales. Fechado como colonial temprano se le llama «Tira» por su formato alargado y doblado en forma de biombo que marca 21 páginas y media de tamaños desiguales; y «de la Peregrinación» por su temática acerca del arduo recorrido de los grupos nahuas-chichimecas desde su tierra de origen.
Ya que el documento perteneció originalmente a la colección del italiano Lorenzo Boturini Benaducci (1702-1751), la «pintura» adquirió el nombre de «Códice Boturini».
El relato es fluido gracias a su ritmo sincopado, comenzando en la primera página con la representación de la legendaria Aztlán vestida de gloria como lugar sagrado de origen, el tlacuilo representa el islote bordeado de agua, las seis casas que simbolizan los barrios o sectores del sitio y una pirámide central con el glifo caña de agua (Aacatl), refiriéndose probable- mente al jefe principal o dios patrono de la localidad. Los gobernantes sentados, la mujer llamada Chimalma (la del escudo) y el hombre, observan al personaje que valerosamente cruza en canoa el espacio acuoso y ya en terreno firme sus pisadas marcan el rumbo al cual se dirige, llegando a Teoculhuacan (cerro sagrado que tiene una joroba) donde ha nacido o donde habita el dios Huitzilopochtli (colibrí zurdo o del Sur). El dios con máscara de colibrí asoma la cabeza a través del follaje que decora una cueva dentro del cerro, de su boca surge el canto precioso, discurso de exhortación para emprender un largo viaje. El documento, escueto en imágenes, representa un mito mencionando en forma sutil el evento, el observador debe recrear mental o verbalmente la imagen completa y aunque la historia va adquiriendo poder, el quehacer humano nunca se separa por completo de la leyenda.
Las tribus se organizan y alineadas en vertical, cada casa indica una tribu, cada glifo muestra un nombre, y cada personaje sentado al frente es el jefe responsable de su grupo. De sus bocas, el elemento curvo nos remite al aliento divino, ellos tienen el poder del discurso hablado con el que logran hacer ejecutar el mandato del dios.
Al pasar por un paraje, los peregrinos construyen un templo para su dios Huitzilopochtli, se concentran alrededor del chiquihuite y disfrutan de un refrigerio; el árbol frondoso a la sombra del cual se han refugiado se quiebra y cae estrepitosamente, dotado de brazos y manos transmite el enojo del colibri zurdo, quien encolerizado ordena a las tribus separarse. El supremo mandatario Aacatl (caña de agua) transmite la noticia al jefe de los acolhua quien llorando se despide. Los demás jefes de las tribus lloran su desdicha alrededor de Huitzilopochtli, se niegan a cambiar de rumbo e imploran que los dejen seguir el mismo camino que los aztecas (Chimalpahin, 1982: Quinta relación).
Mira aquí el códice completo: Códice Boturini
Los cuatro teomamas recogen sus pertenencias sagradas y muestran el camino con sus huellas hasta que se detienen al ver que el sol, representado por un águila, lleva en sus garras el átlatl o lanza dardos que le obsequiará al jefe náhuatl quien a su vez asume la responsabilidad de obtener sangre y corazones para alimentar a los dioses, adquiriendo a partir de aquí el nombre de mexicas. El supremo sacerdote Acatl procede a hacer un rito de sacrificio colocando a tres personajes sobre biznagas y un huizache y se inclina sobre una de las victimas para extraer el corazón.
Después de estas dificultades, el ritmo acompasado de la narración se ordena, apareciendo los glifos uno por uno como si fuera una cinta cinematográfica donde los negativos se suceden unos a otros. Después de pasar por el sitio místico de Coatepec (cerro de la serpiente), el movimiento del documento cambia; los signos de los años se ordenan en bloques y cuatro personajes de proporciones redondas observan el horizonte mostrándonos el camino a seguir, marcando la pauta que se seguirá en el resto del códice.
El ritmo del relato se convierte en un lento oleaje de ideas que transcurre uniforme- mente. Pasan por distintos sitios asentándose temporalmente en algunos hasta que llegan a Coatepec (distinguiéndose este del Coatepec mítico pues la serpiente que lo identifica no se encuentra sobre un cerro). Aquí los de Chalco quienes sabían arar la tierra, enseñan a los mexicas a cultivar el maguey y después de veinte años aprenden a elaborar el pulque.
El códice sigue el curso de la peregrinación deteniéndose en Huizatepec (cerro del huizache), y en Tecpayocan (cerro de pedernal, llamado así pues se dice que aquí había minas de obsidiana, materia prima para la fabricación de cuchillos, flechas y demás utensilios) donde se establecen probablemente por motivos estratégicos para elaborar armas en preparación de un evento bélico anunciado por el símbolo de guerra.
Asentándose en seguida en Pantitlán (lugar de las banderas) los mexicas son atacados por una epidemia probablemente de Cocoliztli y forzados a abandonar el sitio se trasladan a Amalinalco (donde está la hierba de agua) -ciudad dominada por Tezozomoc, tlatoani de Azcapotzalco (en el hormiguero) para después seguir su camino hasta que arriban a Chapultepec (el cerro del chapulín) sitio trascendental del valle de México donde se encontraba el manantial que más tarde suministraría agua a toda la ciudad de Tenochtitlan.
Después de celebrar la ceremonia del Xiuhmolpilli, los guerreros mexicas luchan contra los pueblos asentados con anterioridad en estas tierras, el curso del líquido precioso que brotaba de la tierra queda interrumpido y los aspirantes a ser nuevos habitantes del valle son vencidos y obligados a esconderse entre los tulares y carrizales de la laguna donde lloran su desgracia con sus mujeres. Los culhuas toman prisioneros a Atlxochitl (flor de agua) y a su padre Huitzilihuitl (pluma de colibrí) y asidos por los cabellos son llevados ante Coxcox (Codorniz) mandatario de Culhuacán (cerro torcido), quien sentado en un imponente icpalli o trono recibe a los recién llegados convirtiéndolos en tributarios y sirvientes, dándoles como vivienda el barrio de Contintlán (junto a las ollas) donde los mexicas cohabitan con las mujeres del sitio y demuestran su hombría dejando su simiente en ellas. A partir del mestizaje con los de Culhuacán (quienes heredan la cultura tolteca) forjan un pasado colectivo, para así poder dirigirse hacia un futuro grandioso.
La guerra entre Culhuacán y Xochimilco (donde se siembran flores) es inminente y Coxcox llama a los mexicas para que le sirvan como guerreros aliados en esta guerra. “Creyendo los mexicanos lo hacían por tomarles sus mujeres” enviaron solamente a diez guerreros y los demás quedáronse a cuidar sus casas.
Dada la fiereza de estos guerreros ganan la guerra en favor de Culhuacán y cuentan sus hazañas al tlatoani quien se horroriza al saber que en el saco que le han traído están las orejas y narices de «ochenta» personajes vencidos; no queriendo saber más del asunto les otorga la libertad a los mexicas quienes tomando sus armas se dirigen a otras tierras. (Historia de los mexicanos por sus pinturas, cap. XVII)
No se sabe porqué el documento termina aquí, es probable que se hubiera roto la última sección o haya quedado inconcluso; sin embargo, el códice resalta por su elegancia que amalgama el mito originario, la saga histórica y la política en un recorrido dictado por los dioses, donde la importancia reside en que el mandato de Huitzilopochtli debe cumplirse siguiendo un ideal, buscando donde fundar lo que más tarde sería la gran Tenochtitlan.
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