Colima, una ciudad jardín
Fundada el 20 de enero de 1527 con el nombre de Villa de San Sebastián de Colima, la hoy ciudad capital del estado es una de las más antiguas pueblas novohispanas, que no obstante su edad, tiene la estampa de una joven en plenitud.
Como lo habría dicho hace doscientos años el último alcalde mayor de la provincia, capitán don Miguel José Pérez Ponce de León, no en balde Colima nació y creció en el valle “más lucido y de temperamento más benigno que otro ninguno de este mundo”.
Regada por los ríos Colima y Chiquito y los arroyos de Pereyra y Manrique, la villa nació entre huertas de cacao y cocoteros –de ahí que se le llame la ciudad de las palmeras–, que al crecer se integraron al paisaje urbano para dotarla con el notable arbolado que la adorna, al tiempo que atempera sus bochornos tropicales. No hay casona de patio y corredor sin el respectivo transcorral sombreado por un mango, un zapote o un tamarindo centenario, ni calle vieja que no esté bordeada de naranjos, o camellón de avenida nueva sin primaveras, dispuestas a brindar cada año el espectáculo de sus amarillos portentosos. Colima es una ciudad verde, y una visita a sus parques y jardines públicos ayuda a conocer su historia.
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Tan antiguo como la ciudad misma es el Jardín Libertad, que antes fue la Plaza de Armas que sirvió como punto de partida para el trazo de la villa original. Lo circundan por el oriente la catedral y el palacio de gobierno, que ocupan el mismo sitio desde que eran parroquia y casas reales; al sur, el portal Morelos alberga al Museo Regional de Historia; al poniente el portal Hidalgo y al norte el portal Medellín, ejemplo de la arquitectura llamada neogótica tropical, peculiar y típica de la región. En las noches de jueves y domingos la Banda de Música del Estado invita a bailar alrededor del quiosco, y a refrescarse con un ponche de granada en los cafés de los portales. A espaldas de la catedral está la antigua Plazuela del Comercio, que hoy, convertida en jardín, lleva el nombre de un insigne maestro colimense: Gregorio Torres Quintero. El chorro de agua de su fuente de cantera apaga el eco de los fusilamientos que allí tuvieron lugar durante la Cristiada.
Dos calles al norte de la catedral se levanta el Beaterio, o templo de San Felipe de Jesús, santo protector de Colima contra los temblores, y en su costado norte la Plazuela del Libertador, dedicada al más célebre de sus párrocos, don Miguel Hidalgo y Costilla, quien radicó en Colima en 1772. Frente a esta plazuela se encuentran el edificio del obispado y la Pinacoteca Alfonso Michel, de la Universidad de Colima, que brindan la oportunidad de admirar buenos ejemplos de la arquitectura civil decimonónica y al mismo tiempo una magnífica colección de pintura mexicana. El oriente de la ciudad es dominado por el Jardín Núñez, antes Plaza Nueva, que en las primeras décadas del siglo fuera sede de la Feria de Colima y del primer sitio de automóviles de alquiler. Frente a éste se encuentran el Palacio Federal y el viejo templo de La Merced. Tres calles al sur está uno de los jardines más acogedores de la ciudad, La Concordia, donde alguna vez se levantaba la plaza de toros, más tarde un campo deportivo y, por último, la sede de la ex Escuela de Artes y Oficios, edificio porfiriano que hoy alberga al Archivo Histórico del Estado.
Siguiendo en la misma dirección, pocas calles más y se llega al Parque Hidalgo, originalmente Paseo del Progreso, creado a finales del siglo pasado con motivo de la llegada del ferrocarril, y con el noble propósito, típico de la era de la Ilustración, de ser un jardín botánico dedicado a la flora regional, por eso allí es posible disfrutar de una gran diversidad de árboles y palmeras centenarias y distintivas de la región. Al poniente de la ciudad se encuentran otros dos jardines de especial interés, el de San José, llamado también “el charco de la higuera”, en recuerdo de que allí existió, al pie de un majestuoso árbol de higuerón, un manantial de donde los viejos aguadores, de aquellos de burro y cántaros, se surtían para entregar a domicilio el “agua de beber”. El otro es el Jardín de San Francisco de Almoloyan, en el que se pueden admirar las ruinas del antiguo convento franciscano cuya construcción se inició en 1554.
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Esos son los jardines viejos, mas no los únicos, pues también son de admirarse por su arbolado el Parque Regional, pocas cuadras al sur del Jardín Libertad, la vega del río Colima, que atraviesa la ciudad, y la calzada Pedro A. Galván, bordeada de parotas y sabinos que conocen las historias más alegres y más tristes de Colima, pues sirvieron de escondite a los bandidos que asaltaban en el Camino Real a Manzanillo, y de sus ramas colgaron los despojos de más de un ejecutado, pero también, hasta hace apenas unos años, fueron el escenario de las tradicionales “batallas de flores”, con que los colimotes festejaban la llegada de la primavera.
Colima es un bosque que guarda dentro de sí a la ciudad. Si usted no lo cree, hay que verla desde el cercano cerro La Cumbre, o desde la Loma de Fátima, y así podrá constatar que sólo los campanarios de sus templos y alguna que otra torre son visibles por entre el verdor de su singular paisaje urbano.
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