Córdoba, entre el mar y el altiplano (Veracruz)
Regia ciudad veracruzana que no es sólo del pasado ni vive del ayer, se muestra sí, orgullosa y hospitalaria, con sus majestuosos portales que esperan para darle la bienvenida.
El calendario occidental marcaba el año de 1618 cuando, autorizada la fundación por el virrey Diego Fernández de Córdoba en Huilango, o “lugar donde abundan las palomas”, nacía Córdoba, entre el mar y el altiplano, envuelta en los aires libertarios ligados al esclavo Yanga, el príncipe etiope que luchó por la libertad de los suyos. La creación de San Lorenzo de los Negros o Villa de Yanga fue la recompensa para aquellos que huyeron del sometimiento y contribuyeron a insertar a Córdoba en el camino real de Veracruz-Orizaba-México.
Hoy, en medio de un ambiente festivo, en pleno centro de Córdoba podemos escuchar el alegre canto de los pájaros que revolotean entre las altas palmeras, alternado con la música de danzón que ofrece la banda municipal las tardes de jueves y domingos.
Así, diverso, es el centro de Córdoba, donde conviven los imponentes portales, el templo parroquial y el palacio municipal de estilo neoclásico; todos ellos vieron irrumpir el art nouveau francés, adulado en exceso durante el porfiriato, que modificó la apariencia colonial con nuevas fachadas y con detalles decorativos como el alumbrado público, el enrejado del atrio de la iglesia y el quiosco.
A pesar de esa fiebre por el arte francés, aún se conservan magníficos edificios coloniales, como el citado templo parroquial de la Inmaculada Concepción y la capilla de San Antonio.
Córdoba celebró con algarabía un gran acontecimiento bajo el majestuoso portal Zevallos: el nacimiento de nuestro país. En un recinto de esa construcción de doble arquería, propiedad de la familia Zevallos, el representante del rey de España, don Juan de O’Donojú, y el jefe del Ejército Trigarante, don Agustín de Iturbide, estamparon sus firmas ante las autoridades civiles y religiosas, para darle con ese acuerdo, vida, ilusión y vigorosa esperanza a un nuevo Estado: el México independiente, una mañana de agosto de 1821.
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Otro portal, La Favorita, después llamado La Gloria, fue habilitado como palacio imperial, y desde ahí pronunció Maximiliano de Habsburgo su primer discurso en suelo mexicano. En la actualidad la planta alta del conjunto arquitectónico –que también llegó a hospedar a don Benito Juárez–, funciona como Casa de la Cultura. En la parte trasera del mismo portal está el edificio en que vivió el poeta cordobés Jorge Cuesta, y que ahora está convertido en un magnífico museo que exhibe joyas arqueológicas y objetos históricos, y presenta exposiciones artísticas diversas.
Por el trazo del camino que iba de la costa a la ciudad de México, Córdoba fue para los españoles la segunda posibilidad de asentamiento, después de Veracruz, y ello explica la fuerte presencia de peninsulares y muchas de sus tradiciones, como la fiesta de la Virgen de la Covadonga –en septiembre–, en la que los descendientes de aquéllos desfilan por las calles vestidos con trajes típicos de México y de España.
Hay en la historia de Córdoba varios hechos dignos de recordar, como la heroica defensa de la ciudad que realizaron sus habitantes, primero ante la invasión norteamericana y luego ante la intervención francesa. En 1914 Córdoba fue capital provisional de la República durante otra invasión de Estados Unidos. Más adelante las fuerzas constitucionalistas se refugiaron en Córdoba y desde la misma don Venustiano Carranza decretó varias leyes de carácter nacional. Tres años después, la ciudad, siendo entonces capital de Veracruz, tuvo el honor de que la legislatura en pleno aprobara ahí la Constitución Política del Estado.
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Pero Córdoba no sólo es del pasado, ni vive del ayer. Córdoba sigue creciendo y multiplicando vigorosamente su sector productivo y de servicios; hoy se ha acrecentado el comercio y se ha diversificado su estructura ocupacional. No obstante, Córdoba mantiene sus tradiciones, y por eso sábados y domingos puede uno perderse entre el flujo regional de caminantes que se dirigen a los diferentes mercados en busca de los más diversos productos artesanales o de los riquísimos guisos típicos de la región. Luego, en la sobremesa, las esencias de la caña y la uva permiten deslizar las viejas palabras que relatan aquel tiempo cuando las familias cordobesas asentadas en el valle iniciaron una incesante actividad agrícola, como el cultivo de la caña de azúcar que hoy día tiene una envidiable producción; o del tabaco, que fue una fuente principal de ingresos; pero primordialmente del café, traído a mediados del siglo XVIII por el vasco Juan Antonio Gómez de Guevara, quien presumió los beneficios de esta labor y ahora el producto ocupa los primeros lugares a nivel nacional.
Así, con el sabor añejo por la influencia de olmecas y totonacas, de españoles y mestizos, sigue creciendo la historia de esta ciudad, a la que cantó Pepe Guízar y paseó por su poesía Antonio García Quevedo.
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