Creel, corazón del mundo Tarahumara
Esta ciudad ofrece magníficos servicios, además de ser punto estratégico para llegar a algunos de los rincones más interesantes de las Barrancas del Cobre.
El pueblo vive de los aserraderos, de la ganadería y del turismo, en sus calles siempre vimos viajeros con toda la indumentaria que se requiere para las largas caminatas, la escalada y el rappel, otros van en vehículos de montaña para excursiones extremas; algunos llevan tambores, violines o alguna otra artesanía local; también están los que trabajan, los que surcan estas calles todos los días llevando madera, o productos del mercado; y las mujeres, con niños de la mano. Aquí no son muchos los tarahumaras, están más bien en las afueras del pueblo, en San Ignacio o rumbo a San Juanito.
En el centro del pueblo, donde está la estación del ferrocarril, visitamos el bello quiosco y la iglesia de estilo ecléctico singular, muros de piedra y campanario de madera. Del otro lado está la antigua iglesia con el estilo de las misiones jesuitas del siglo XVIII. A un lado de la estación está la Casa de las Artesanías que ofrece al visitante una importante variedad de artículos trabajados por manos rarámuris, son especialmente interesantes los enormes tambores que utilizan en sus fiestas y rituales o para comunicarse a lo largo y ancho de las profundas barrancas; también hay violines, muñecas que los representan, cestería, telares, vestidos, camisas, literatura sobre la región, fotos, entre otras cosas.
No lejos de ahí, a sólo un par de calles, conocimos en el complejo asistencial: el Museo de Arte Sacro de San Ignacio de Loyola, que cuenta con una interesante colección de arte religioso. En la calle principal, la Adolfo López Mateos, visitamos el Museo de Paleontología.
Al continuar nuestro paseo siempre por la misma calle que atraviesa el pueblo, llegamos al cementerio, que es sin duda interesante, quizá por su colorido o su ubicación al pie de la montaña rodeado de pinos y cedros, o tal vez por su sencillez.
San Ignacio Arareko
Al dejar atrás el cementerio, llegamos a este ejido y enseguida están sus cuevas y cabañas, quizá la más emblemática es la del difunto Sebastián, ahí reciben al viajero alrededor del fuego y siempre hay un café humeante o una sonrisa franca; a lo lejos, los chivos escalan las pronunciadas pendientes de piedra laja y los rarámuris, siempre viniendo de lejos, llevan en la espalda la leña o el agua. Más adelante, empezamos a ver las extraordinarias formaciones del Valle de los Hongos, y las piedras rana, las piedras tortuga y demás formas pétreas de este valle encantado.
A distancia, la misión jesuita de principios del siglo XVIII de San Ignacio Arareko que en su patio trasero tiene las lápidas de los verdaderos pioneros, los primeros misioneros que llegaron a estas tierras.
Más adelante se ven otras cuevas, todas viviendas y cabañas de madera, también la escuela rural y niños, muchos niños que nos veían con ojos curiosos.
Bisabirachi
Ahí estábamos, contemplando todo, cuando se nos acercó un lugareño y nos propuso llevarnos en su camioneta a Bisabirachi. Después de un buen acuerdo, en menos de media hora llegamos a un enorme valle de pinos y encinos, conforme avanzábamos, frente a nosotros iban apareciendo unas enormes formaciones de piedra con formas caprichosas, cientos de gigantescos y espectaculares monolitos. Sólo las águilas, zorros y mapaches los habitan.
En esa impactante soledad, únicamente se oía el viento y las vistas quitaban el aliento.
De allí, nuestro guía nos llevó en menos de 40 minutos a la hermosa Laguna de Arareko, donde estaban pescando mojarras, mientras las mujeres tejían bellas canastas con las hojas de los pinos. Por cierto, el ejido renta unas cabañas al pie del espejo de agua con sus garzas y patos salvajes. También se puede dar un paseo a caballo o lancha de remo.
Más tarde regresamos a Creel para comentar nuestras experiencias del día y disfrutar de un típico cocido de carne, que es un exquisito puchero con costilla, chambarete, cola, tuétano, verduras y hierbas aromáticas.
Entre barrancas y misiones
Después de un desayuno rápido, nos subimos al auto para conocer la Cascada de Cusárare, a 24 kilómetros, la cascada de más de 30 metros de altura de impactante belleza. Seguido de ésta, fuimos a la Misión de Cusárare, también establecida por los misioneros jesuitas a mediados del siglo XVIII. Destacan en su interior lienzos religiosos elaborados por artistas tarahumaras.
Lo que siguió fue la Barranca de Tararecua, a menos de una hora. Desde su mirador más alto, la vista era espectacular, destacaba la cascada de Rukiraso. Cerca de ahí, y antes de que la noche nos alcanzara, fuimos a Recowata, un manantial de agua termal con una temperatura promedio de 35º centígrados todo el año. Nos sumergimos y esperamos a que el sol se escondiera.
Más tarde, en Creel nos esperaba una cena completa de cortes de carne con tortillas calientes, quesadillas, chiles de queso y claro el tradicional chile verde pasado en asadero.
Más tarde recordaríamos el texto de Samuel Payán Palma, rarámuri de Turuachi, que dice:
“Los dioses tenían bien marcado su reinado sobre la tierra que en ese tiempo era suave y blanda. Entre el norte y el sur, que es Cocoyme, fue donde salió el hombre, por eso los tarahumaras se encuentran en el centro de la tierra.” Al día siguiente dejaríamos Creel y continuaríamos el viaje al centro de la tierra.
La visita a las Barrancas del Cobre es sin lugar a dudas una de las experiencias más intensas e interesantes que puede tener el viajero en México, y Creel el lugar ideal para pasar algunos días al abrigo de su gente y de sus casonas de madera.
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