Criando cocodrilos en Sinaloa
Por donde se le vea, esta pequeña granja en las cercanías de Culiacán, Sinaloa, es un mundo al revés: no produce jitomates, ni cereales, ni pollos; produce cocodrilos; y estos cocodrilos no son del Pacífico, sino Crocodylus moreletii, de la costa atlántica.
En tan sólo cuatro hectáreas la granja reúne más ejemplares de esta especie que todos los que viven en libertad desde Tamaulipas hasta Guatemala.
Pero lo más sorprendente del asunto es que no se trata de una estación de carácter científico o un campamento de conservación, sino de un proyecto primordialmente lucrativo, un negocio: Cocodrilos Mexicanos, S.A. de C.V.
Visité este sitio en busca de explicaciones a su extraño giro. Cuando uno oye hablar de un criadero de cocodrilos se imagina a un puñado de hombres rudos que, provistos de rifles y manganas, se abren paso en un tupido pantano, mientras los feroces animales dan dentelladas y coletazos a diestra y siniestra, como en las películas de Tarzán. Nada de eso. Lo que descubrí fue algo muy parecido a una ordenada granja avícola: un espacio racionalmente distribuido para atender las distintas etapas de la vida de los reptiles, bajo el estricto control de una docena de pacíficos empleados.
La granja consta de dos áreas principales: una zona con docenas de casetas de incubación y algunos cobertizos, y un amplio terreno con tres acuaterrarios, que son grandes estanques color chocolate rodeados de gruesas arboledas y una resistente malla ciclónica. Con centenares de cabezas, lomos y colas de cocodrilos que lucen inmóviles sobre la superficie, recuerdan más al delta del Usumacinta que a las llanuras sinaloenses. El toque estrambótico en todo esto lo da un sistema de altavoces: como los cocodrilos se alimentan mejor y viven más felices cuando están acompañados por una frecuencia sonora constante, se la viven oyendo el radio…
Francisco León, gerente de producción de Cocomex, me introdujo a los corrales. Abrió las rejas con la misma precaución que si hubiera habido conejos adentro, y me acercó a los reptiles. Me llevé la primera sorpresa cuando, a metro y medio de distancia, fueron ellos, y no nosotros, los que salieron corriendo. En realidad son bestias bastante apacibles, que sólo muestran sus fauces cuando les arrojan los pollos crudos que comen.
Cocomex tiene una historia curiosa. Ya antes de ella hubo en distintas partes del mundo granjas dedicadas a la cría del cocodrilo (y en México, el gobierno fue pionero en los esfuerzos de conservación). En 1988, inspirado en las granjas que vio en Tailandia, el arquitecto sinaloense Carlos Rodarte decidió establecer una propia en su tierra, y con animales mexicanos. En nuestro país hay tres especies de cocodrilos: el moreletii, exclusivo de México, Belice y Guatemala; el Crocodylus acutus, oriundo de la costa del Pacífico, desde Topolobampo hasta Colombia, y el caimán Crocodylus fuscus, cuyo hábitat se extiende de Chiapas al sur del continente. El moreletii representaba la mejor opción, dado que había más ejemplares disponibles para la cría, es menos agresivo y se reproduce con mayor facilidad.
Los inicios fueron complicados. Las autoridades de ecología –entonces la SEDUE– tardaron un buen rato en disipar sus sospechas de que el proyecto fuera fachada de la cacería furtiva. Cuando por fin dieron el sí, les concesionaron 370 reptiles de sus granjas en Chacahua, Oax., y San Blas, Nay., que no eran ejemplares particularmente robustos. “Comenzamos con lagartijas –comenta el señor León–. Estaban chiquitos y mal alimentados”. El trabajo, sin embargo, ha rendido frutos: de cien primeros animalitos nacidos en 1989, pasaron a 7 300 nuevas crías en 1999. Hoy suman unas 20 mil las criaturas de piel escamosa en la granja (claro, descontando iguanas, lagartijas y serpientes intrusas).
SEXO POR CALOR
La granja está diseñada para albergar a los moreletii en todo su ciclo vital. Tal ciclo empieza en los acuaterrarios (o “estanques reproductores”) con el apareamiento, hacia el inicio de la primavera. En mayo, las hembras construyen los nidos. Arrastran hojarasca y ramas hasta formar un cono de medio metro de alto por metro y medio de diámetro. Cuando concluyen, lo orinan, para que la humedad acelere la descomposición del material vegetal y se genere calor. Dos o tres días después ponen los huevos. El promedio de la granja es de cuarenta por puesta. Desde la puesta, pasan otros 70 días hasta que nacen unas criaturas que cuesta trabajo creer que son cocodrilos: miden apenas el largo de una mano, son de color claro, tienen una consistencia suave y emiten un grito más tenue que el de un polluelo. En la granja, los huevos son retirados del nido al día siguiente de la puesta y llevados a una incubadora. Se trata de protegerlos de otros animales adultos, que con frecuencia destruyen los nidos ajenos; pero también se busca controlar su temperatura, aunque no sólo por mantener vivos los embriones.
A diferencia de los mamíferos, los cocodrilos carecen de cromosomas sexuales. Su sexo lo determina un gen termolábil, es decir, un gen cuyas características son fijadas por el calor externo, entre la segunda y la tercera semana de incubación. Cuando la temperatura es relativamente baja, cercana a los 30o c, el animal nace hembra; cuando se acerca más al límite superior de 34o c, nace macho. Esta condición sirve para algo más que ilustrar los anecdotarios de la vida salvaje. En la granja, los biólogos pueden manipular el sexo de los animales con sólo ajustar las perillas de los termostatos y producir así más hembras dedicadas a la reproducción, o bien, más machos, que, como crecen más aprisa que las hembras, ofrecen una superficie mayor de piel en menos tiempo.
Al primer día de nacidos, los cocodrilitos son llevados a unas casetas que reproducen el ambiente oscuro, cálido y húmedo de las cuevas donde suelen crecer en vida silvestre. Ahí viven aproximadamente los dos primeros años de su vida. Cuando alcanzan la mayoría de edad y una longitud de entre 1.20 y 1.50 metros, salen de esta especie de calabozos rumbo a una piscina circular, que es la mismísima antesala del infierno o de la gloria. La mayoría se dirige al primero: el “rastro” de la granja, donde son sacrificados. Pero unos pocos afortunados, a razón de dos hembras por macho, pasan a disfrutar del paraíso de los estanques reproductores, donde sólo tienen que preocuparse de comer, dormir, multiplicarse… y oír el radio.
REPOBLANDO HUMEDALES
En nuestro país, la población de Crocodylus moreletii sufrió un declive constante a lo largo del siglo XX por el efecto combinado de la destrucción de su hábitat, la contaminación y la caza furtiva. Ahora se da una situación paradójica: lo que algunos negocios ilegales amenazaban con destruir, otros negocios legales prometen salvar. La especie se aleja cada vez más del riesgo de la extinción gracias a proyectos como el de Cocomex. Adicionalmente a éste y a los criaderos oficiales, surgen nuevas granjas privadas en otros estados, como Tabasco y Chiapas.
La concesión otorgada por el gobierno federal obliga a Cocomex a entregar el diez por ciento de las nuevas crías para su liberación en el medio natural. El cumplimiento de este acuerdo se ha postergado porque las áreas donde podrían ser liberados los moreletii no están controladas. Soltarlos en cualquier pantano sólo les daría a los cazadores furtivos más piezas, y alentaría, por ende, el quebrantamiento de la veda. El acuerdo, entonces, se ha encauzado a apoyar la crianza de acutus. El gobierno le transfiere a Cocomex algunos huevos de esta otra especie y los animalitos nacen y se desarrollan junto a sus primos moreletii. Después de una infancia disciplinada y con alimento abundante, son enviados a repoblar zonas antiguamente cocodrilianas en la vertiente del Pacífico.
En la granja aprovechan la liberación de los acutus como evento didáctico para las visitas escolares. En el segundo día de mi estancia acompañé a un grupo de niños en todo el acto. Dos animalitos de 80 centímetros –lo suficientemente jóvenes para no estar malacostumbrados a los humanos– fueron seleccionados. Los niños, tras su recorrido por la granja, se entregaron a la exótica experiencia de tocarlos, no sin bastante nerviosismo.
Nos dirigimos a la laguna de Chiricahueto, un cuerpo de agua salobre a unos 25 kilómetros al sureste. En la orilla, los cocodrilos sufrieron la última sesión de manoseos por parte de sus libertadores. El guía les desató el hocico, dio unos pasos en el lodazal y los soltó. Los animales se quedaron quietos durante los primeros segundos, y luego, sin sumergirse del todo, chapotearon torpemente hasta alcanzar unos carrizales, donde los perdimos de vista.
Aquel increíble suceso fue el corolario del mundo al revés de la granja. Por una vez pude contemplar el espectáculo esperanzador de una empresa rentable y moderna que devolvía al medio natural una riqueza mayor que la que tomaba de él.
SI USTED VA A COCOMEX
La granja se encuentra a 15 Km. al suroeste de Culiacán, cerca de la carretera a Villa Juárez, Sinaloa.
Cocodrilos Mexicanos, S.A. de C.V. recibe a turistas, grupos escolares, investigadores, etcétera, en cualquier época del año que quede fuera de la temporada reproductiva (del 1 de abril al 20 de septiembre). Las visitas son los viernes y sábados de 10:00 a.m. a 4:00 p.m. Es requisito indispensable concertar la cita, que se puede hacer por teléfono, fax, correo o personalmente en las oficinas de Cocomex en Culiacán, donde le darán las indicaciones pertinentes para llegar a la granja.
Fuente: México desconocido No. 284 / octubre 2000