Danzas nahuas en la Sierra Norte de Puebla
En la Sierra Norte de Puebla, donde la tierra se confunde con el cielo, las intrincadas formaciones apenas dejan entrever algunos valles, pues lo demás son barrancas abismales y profundas laderas. Aquí se forman las nubes que traen del mar las próximas lluvias: estamos en la tierra de Tlalocan (paraíso del Dios Lluvioso).
Olvídate de la rutina y escápate:
Villa Zardoni Cuetzalan
La primera comunidad importante a la entrada de la sierra es Teziutlán, donde todavía podemos observar la arquitectura colonial. Esta comunidad fue fundada en 1552 en Mexcalcuautla, antiguo asentamiento nahua.
Saliendo de Teziutlán, tomamos el camino que va a Zacapoaxtla, población enclavada en el corazón de la cadena montañosa, rodeada por impresionantes elevaciones (Yetzontepec y Apaxtepec) donde nacen los ríos Tehuetzia y Texpilco que desembocan en el Apulco.
Seguimos subiendo la sierra hasta llegar al hermoso poblado de Cuetzalan (lugar de quetzales). En sus alrededores se yerguen enormes cimas hasta de 1 500 metros. Allí encontramos una rica vegetación: desde bosques tropicales hasta una gran variedad de coníferas.
A un lado de Cuetzalan y en medio de esta exuberancia se encuentra la pequeña comunidad de San Miguel Tzinacapan, donde la tradición ancestral, la cultura y “el costumbre” permanecen incólumes como gran herencia de los abuelos nahuas.
Inicialmente fueron los totonacos quienes habitaron en esta región de la sierra; después fueron conquistados por nahuas-chichimecas, luego por toltecas-chichimecas.
Finalmente los nahuas, junto a su caudillo Xolotl, fundaron nuevos pueblos y obligaron a sus antiguos habitantes a adoptar sus costumbres e idioma.
Uno de los significados de su nombre proviene del náhuatl: “cuatro”, ya que decían venir de los cuatro puntos del mundo:
“Quetzalcóatl entró a la casa de los muertos y robó los huesos de los que ahí descansaban; al ser descubierto tropezó, lo que provocó que las osamentas se quebraran. Con los fragmentos molidos por la diosa Zihuacóatl y vivificados con la sangre del propio ‘serpiente preciosa’, se amasaron los cuerpos de los nuevamente creados: los nahuas de los cuatro puntos del orbe. Fueron ellos los dueños del universo”.
COFRADÍAS DANCÍSTICAS
Las fiestas en San Miguel Tzinacapan se celebran a finales de septiembre, del 28 al 31, cuando la lluvia y la bruma atrapan y envuelven a esta sierra. Todo se lleva a cabo en un aparente orden, y cada quien sabe exactamente lo que tiene que hacer; la comunidad entera participa en una manifestación de enormes plasticidad y colorido.
Hay que agradar a los seres celestiales, servirlos con comida y bebida, flores de todas clases, arreglos vegetales multicolores, misas, cantos y danzas.
La danza es una forma de oración; con ella se recrean las cosmovisiones, los mitos, las divinidades.
En esta fiesta convergen varias cofradías dancísticas entre las cuales podemos destacar “Los Voladores”, “Los Migueles”, “Los Negritos”, “Los Santiagos” y “Los Quetzales”. Las danzas se llevan a cabo de manera casi ininterrumpida en el atrio de la iglesia y dentro de ésta durante cuatro días. La parte medular de la fiesta es la procesión de San Miguel Arcángel; a lo largo del pueblo va acompañado de músicos, danzantes y todos los peregrinos que en estas fechas se reúnen en la localidad.
Unos participan en la elaboración de los trajes, otros en la organización de la fiesta, así como en la venta de múltiples fritangas y artesanías de la zona; juntos bailadores y músicos imprimen a esta celebración un sentido religioso pero al mismo tiempo juguetón.
La música en la zona nahua-totonaca de la Sierra de Puebla es utilizada en diversos momentos del ciclo vital de sus habitantes. Se hacen acompañamientos con violín, guitarra, flauta y tambor.
La danza de Los Voladores o del Sol tiene sus orígenes en la época prehispánica y es originaria de Totonacapan, región situada en los estados de Puebla y Veracruz.
Está dedicada al astro rey, que es fuente de la vida. El ritual inicia al seleccionarse el árbol de aproximadamente 30 m que habrá de ser utilizado en estas danzas aéreas.
Antes de cortar el árbol se pide permiso a Quihuicolo, Dios del Monte; acto seguido se realiza un ritual, consistente en limpiar alrededor de éste y ejecutar la danza del perdón.
Después de cuatro días los danzantes regresan a talar el árbol; una vez cortado, se inicia la danza y los transportan hasta donde habrá de ser enterrado.
El hoyo tiene de 2.5 a 3 m de profundidad. Ahí se coloca un guajolote, los ingredientes con los que se elabora el mole (chiles, chocolate, especias), se vacía una botella de aguardiente, se ponen copal y flores; inmediatamente después se entierra el árbol.
La danza inicia con los tecotines, quienes bailan alrededor del tronco, y culmina con el vuelo.
El danzante principal, que dirige la ceremonia, se convierte en sacerdote; durante más de media hora mira al Sol y lanza plegarias mientras toca sus instrumentos. Después va cambiando de posición, señalando los cuatro puntos cardinales. Finalmente, al terminar sus plegarias, se sienta. Ésta es la señal para que los voladores protegidos por sus divinidades se lancen al vacío.
“Los Migueles” representan a San Miguel Arcángel. Hay un diablo, arcángeles y los músicos que tocan guitarra y violín.
La indumentaria es de gran colorido, pues utilizan el atavío del “Príncipe de la Milicia Celestial”, al representar la lucha entre el bien y el mal. El diablo es finalmente derrotado no sin antes realizar una serie de malas pasadas a los asistentes.
El origen de “Los Negritos” es sincrético; predominan influencias criollas y del pensamiento mágico negro. Se cree que esta danza fue introducida en México por los africanos que llegaron en la nao de China. Visten una elegante indumentaria: camisa blanca de manga larga, pantalón negro, sombrero negro con tiras brillantes y coloridas; también portan un paliacate de diferentes colores.
“Los Negritos” bailan, cantan y dicen parlamentos donde se indican los ejercicios a seguir así como el turno que corresponde a cada danzante. Participan jóvenes varones de 12 a 16 años así como un niño de 11 años llamado “gran chiquillo”.
También aparece un personaje llamado “marigunilla”, hombre vestido de mujer, con su serpiente de palo para indicar la presencia de la Madre Tierra. Éste tiene una gran habilidad para zapatear al ritmo de sus castañuelas y trazar los diseños coreográficos de los sones, interpretados por dos guitarristas y un violinista.
En la danza de “Los Santiagos” se revive la gesta del apóstol Santiago en su reconquista cristiana. Aquí la lucha se da con los enemigos ancestrales “los taotl”, que hay que capturar para el sacrificios. En este caso se personifica la lucha entre los dioses de la guerra, de la tierra, del cielo, del agua y de la fertilidad. El capitán, que es Santiago, monta un “caballo cinturón” y trota sin parar.
Por último están “Los Quetzales” cuyo origen es muy remoto. Viene de la celebración azteca Xochipehualitztli o Fiesta de la Primavera. Probablemente se simbolizaba al quetzal como ave libre. Los bailarines van ataviados con adornos de vistosas plumas en un penacho que asemeja el disco solar en torno a la cabeza. También llevan bordados, cintas, chaquiras, espejuelos y lentejuelas en el traje. La danza va acompañada con música ejecutada por un solo instrumentista: utiliza una flauta de carrizo y un tamborcito de doble parche.
Termina la fiesta y todos los danzantes regresan a sus comunidades brumosas en las cimas de la Sierra Norte de Puebla. Vendrán otros años cuando tendrán que reunirse, confeccionar sus trajes y de esta manera continuar con sus danzas rituales, parte fundamental de su razón de ser.
SI USTED VA A SAN MIGUEL TZINACAPAN
Por la autopista México-Orizaba, carretera núm. 150, pasando Puebla y a 19 km, tome usted la desviación a Acajete por la carretera núm. 129 hasta llegar a Tlatlauquitepec.
Después siga el camino a Zacapoaxtla y de ahí continúe hasta Cuetzalan, que está a 150 km aproximadamente.
En esta comunidad se toma un pequeño camino de terracería a la izquierda que lleva a San Miguel Tzinacapan en cerca de 15 minutos.
Fuente: México desconocido No. 259 / septiembre 1998
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