De los chamulas, descendientes de los antiguos mayas (Chiapas)
chamulas son el grupo indígena más numeroso de estas regiones (se calcula que hay unos 75 000).
Su organización política-religiosa es muy rígida, y el tener responsabilidades, como las de gobernador, alcalde, policía y escribano, es un alto honor que se concede por méritos personales. Los “iloles” o curanderos (hombres o mujeres) no son elegidos, su sabiduría la adquieren desde niños y sus poderes proceden de San Juan.
El pueblo de San Juan Chamula cuenta con tres barrios: San Pedrito, San Juan y San Sebastián, cada uno con su panteón presidido por unas gigantescas cruces que representan a Chul Metic (Dios Madre) y a Chul Totic (Dios Padre). En la gran plaza del pueblo tienen lugar los eventos más importantes, como el mercado, las elecciones, las reuniones políticas y las ceremonias religiosas. Al fondo de la plaza está el templo, precedido por un enorme atrio. La iglesia es sobria, con un gran portón entablerado que sólo se abre por completo en la fiesta de San Juan. Todo está vigilado por los “mayoles” o policías, que portan un “chuck” –cotón de lana gruesa– blanco y un marro de madera dura como el fierro. A los visitantes les está prohibido tomar fotografías y comportarse de manera inconveniente. El acceso al interior de la iglesia está regulado y se debe pagar una cuota para entrar. El recinto, sólo iluminado por velas, tiene un aire misterioso que se refuerza con el perfume del copal y de la mirra. El piso está alfombrado con juncia.
Los fieles asisten vestidos a la usanza indígena, con capas de brocados y un espejo en el pecho; algunos portan collares de medallas. A los lados se encuentran las estatuas talladas de santos y santas alojadas en antiguos tabernáculos. Los santos que no han respondido a los ruegos están volteados. En el centro, al fondo, está San Juan, con un borrego en los brazos, y a su lado San Juanito, protector de los trabajadores que laboran en las fincas lejanas. Varios chamulas están sentados en el piso, con velas encendidas de diferentes colores, según la petición. Rezan en voz alta, con voz demandante o sollozando.
En algunos grupos está un “ilol” practicando el rito con una gallina que matan para que se lleve el mal. Tienen botellas de refresco gaseoso y jícaras con “pox”, el aguardiente ceremonial. Todo este misticismo lleno de misterio y singularidad impresiona. Tiene una fuerte carga de fe y esperanza. Se trata de un universo diferente, la esencia del mundo indígena que ha sobrevivido. Convivir con esta cultura milenaria es un privilegio que hace reflexionar profundamente acerca de la conveniencia de respetar la diversidad de los grupos humanos que pueblan el mundo, manteniendo su identidad, inmunes al “progreso”. Y entonces uno se pregunta: ¿Quiénes tendrán la razón? ¿Quiénes son más plenos y felices?¿Quiénes sobrevivirán?
Fuente: Tips de Aerómexico No. 26 Chiapas / invierno 2002
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