De Sombrerete a Altavista. País de las minas milenarias - México Desconocido
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De Sombrerete a Altavista. País de las minas milenarias

Ciudad de México
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Si de pueblear se trata, éste es un rumbo ideal, donde desde hace siglos la minería ha dejado infinidad de grandes monumentos poco conocidos: la zona arqueológica de Altavista, las casonas señoriales de Chalchihuites y el increíble ramillete de templos barrocos de Sombrerete.

Desde la carretera federal 45 (Fresnillo-Durango) Sombrerete no nos parecía más que otro pueblo zacatecano común y corriente. Pero conforme  nos fuimos acercando a su centro histórico vino un grato desengaño.

Nuestra idea era conocer un poco la región. En la lista, Sombrerete era sólo una parada más. Pero muy pronto nos percatamos de que era una muy buena base de operaciones y, además, de que para conocerlo a cabalidad necesitaríamos, cuando menos, un par de días.

Sombrerete es un ejemplo clásico del que “tiene más quien ha tenido y no tiene…”. Su pasado virreinal es deslumbrante. Hace 450 años llegó a ser uno de los lugares minerales más ricos de la Nueva España y desde entonces, con cada nueva bonanza, los tesoros del subsuelo dejaron atrás una robusta cauda de tesoros sobre el suelo.

Un primer vistazo

Entramos por la avenida Hidalgo, la antigua “Calle Real”. A medida que avanzábamos, aparecían las casonas elegantes y las placas conmemorativas: “Aquí se juró adhesión a Iturbide”, “Aquí durmió Carranza”, “Aquí pasó la noche Benito Juárez”. Luego llegamos a uno de los portales más simpáticos y largos de México. Es en tres cuadras donde uno encuentra de todo: el Museo de la Ciudad (con un acervo fotográfico interesante), la Oficina de Turismo, puestos de golosinas, farmacias. Ahí también está la mueblería La Casa de Usted, que amerita una parada tanto por sus viejos portones cubiertos de chapetones de bronce, como por las fotos de la sierra de Órganos que exhibe en su interior. Aparte, su amable dueño, Luis Carlos Martínez Ledesma, siempre está dispuesto a platicar con los viajeros sobre la importancia de la zona. Frente al portal está la parroquia de San Juan Bautista, la primer maravilla barroca que nos detuvimos a ver. Un par de cuadras más al sur, encontramos la Escuela Benito Juárez, que en su tiempo fue un convento agustino.

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Los tres platos fuertes

En el extremo suroeste de la ciudad está el primero: la Plazuela de la Soledad, donde se levantan el Santuario de la Virgen de la Soledad y la Capilla de la Santa Veracruz (que no pudimos visitar por los trabajos de restauración que se realizan durante este año). El segundo es el conjunto franciscano, que incluye la iglesia de San Francisco, el convento de San Mateo y a un lado, la Capilla de la Tercera Orden, un raro edificio de planta elíptica, como nunca lo habíamos visto. A un costado, junto al convento, nos detuvimos a comprar conservas y licor de membrillo en una tiendita llamada El Portal del Sabor. El tercero fue nuestro favorito, la Iglesia de Santo Domingo, junto al Jardín Zaragoza. Pasamos horas viendo su portada, que en mi opinión, es la más bonita de todo el estado, después de la catedral de Zacatecas. Columnas y estípites alternan con delicados relieves, nichos con figuras de santos y unas cariátides barbadas y aladas que resultan francamente alucinantes. Aparte, en su interior conserva formidables lienzos.

De camino a Chalchihuites

El segundo día salimos temprano rumbo a Altavista. El camino estuvo lleno de sorpresas. En dos pueblos, Felipe Ángeles, sobre un ramal cercano, y Lo de Mena, vimos y fotografiamos los restos de antiguas haciendas. Luego pasamos por el poblado de Gualterio, donde llamó nuestra atención un grupo de grandes ahuehuetes que cobija un delicioso balneario de aguas termales.

Finalmente, tras 52 kilómetros desde Sombrerete llegamos a Chalchihuites, una ciudad que si bien es más modesta en dimensiones y arquitectura, también tiene lo suyo. Nos detuvimos primero a la entrada del poblado en un monumento raro por su temática: la Persecución Religiosa en México, que marca el lugar donde fueron martirizados, en agosto de 1926, los ahora santos David Roldán, Luis Bátiz, Salvador Lara y Manuel Morales. Después, en el centro descubrimos varios edificios porfirianos interesantes: la parroquia basílica menor de San Pedro Apóstol, el mercado (que es un raro conjunto de arcadas) y la casa Reveles, toda una elegante mansión con delicados relieves y balaustrada de cantera. Detrás del mercado entramos al Santuario de Guadalupe,  una iglesita que parece no tener nada, pero que alberga un grupito muy apreciable de óleos virreinales.

El enigma de Altavista

Seguimos los señalamientos y llegamos al final de nuestra ruta: la zona arqueológica de Altavista, distante 7 kilómetros de Chalchihuites. Pasamos primero al nuevo museo de sitio. Debo decir que no fue uno más de los museos aburridos que abundan en México. Por el contrario, es pequeño y está muy bien presentado con además varios videos que te introducen a la magia de este lugar.

Como Sombrerete y Chalchihuites, Altavista hizo fortuna también con la minería, sólo que mil años antes. En las cercanías se cuentan por centenares los restos de pequeñas minas donde se extraía cuarzo, hematita, pirita, entre otros minerales. Aparte, fue un centro de comercio entre Mesoamérica y los rumbos del noroeste de México y suroeste de Estados Unidos.

Pero cuando ya recorrimos la zona arqueológica, nos cautivó la otra faceta de esta ciudad fantasma. Altavista fue también un observatorio astronómico. Según los arqueólogos, fue construida ahí para marcar el sitio “donde el sol da vuelta”, en su recorrido anual por el firmamento, es decir, en el Trópico de Cáncer. En uno de sus lados tiene un grupito caótico de raros muros llamado Laberinto. Los investigadores ya han descubierto cuál fue su propósito: los muros, al menos un par de ellos, cierran la visión y la enfocan sobre la aguda cumbre del Picacho, un cerro que se levanta más allá de Chalchihuites. ¿La razón?

Es sobre el Picacho que sale el Sol durante los equinoccios. Eso no fue todo. Junto al Laberinto pudimos gozar con el espectáculo de uno de los recintos más extraños de toda la arquitectura mexicana: el Salón de las Columnas. Es un espacio de unos 20 metros por lado con 28 gruesas columnas, unas perfectamente cilíndricas, otras semicónicas y otras más con una suerte de pedestales cuadrangulares que en su momento debieron haber sostenido un techo. Su aspecto actual, sin embargo, es verdaderamente desconcertante. Fue este el gran finale de nuestra excursión, uno muy acorde para todo este raro país desconocido de minas y grandes edificaciones en el norponiente de Zacatecas.

autor Periodista e historiador. Es catedrático de Geografía e historia y Periodismo histórico en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México donde intenta contagiar su delirio por los raros rincones que conforman este país.
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