Descubriendo México en Bicicleta: de Ojos Negros a San Felipe, BC
Ésta es la tercera entrega de nuestra aventura (de Tijuana a Cancún) por las carreteras de MX. Acompáñanos mientras mi esposa y yo pedaleamos ahora ¡de Ojos Negros a San Felipe!
Actualmente en Baja California habitan 3,155,000 personas, de las cuales 94% vive en Tijuana, Mexicali y Ensenada. Para un ciclista esto representa buenas noticias. Quiere decir que dejando atrás estas ciudades nos espera vasta naturaleza y carreteras relativamente solitarias para poder pedalear a placer.
Descansamos bien dentro de nuestra casa de acampar en el campamento en Ojos Negros. Nos levantamos a las seis de la mañana y empezamos a recoger nuestro equipo. Siempre nos toma al menos una hora alzar y acomodar nuestras cosas dentro de las alforjas. El colchón de aire, la bolsa de dormir, el suéter que usé como almohada y el resto de la ropa.
Desayunamos con los locales en el comedor comunitario, donde la sonriente Vanessa es la encargada. Comimos burritos de machaca con huevo y frijol (a muy buen precio). El sabor era exquisito. Ojalá pudiera comer así todos los días.
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Seguimos nuestro camino. Ya habíamos subido a 600 m de altura y todavía faltaban otros 750 m para después bajar al nivel del mar. Pedaleamos por el valle de Ojos Negros. El pueblo debe su nombre a dos lagos que se forman en época de lluvia, que vistos a distancia parecieran un par de oscuros ojos.
Al dejar el poblado iniciaba la subida -mucho más gradual que el día anterior pero sin catalogarla como fácil. Por el camino vimos flores y aproveché para tomarle un par de fotos a Annika.
Siempre me había imaginado esta región del país con calles llenas de arena y cachanillas rodando, como en las películas del Viejo Oeste de Clint Eastwood. Para mi sorpresa había mucho más.
Conforme avanzaba, las subidas se hacían un poco más pesadas y las vistas más espectaculares. Habíamos entrado a la Sierra de Juárez, lugar donde se ubica el Parque Nacional Constitución. Se podía acceder por vías de terracería desde la carretera núm. 3.
Vimos diversos tipos de cactus: garambullo, cholla pelona y biznaga. Pedaleábamos lento, y el sol del atardecer iluminaba el paisaje con una luz tenue y embellecedora. Entre las vistas más increíbles está la de un nopal que crecía sobre una piedra, tan sólo faltaba el águila y hasta yo mismo me encargaba de fundar la Tenochtitlán sucursal dos.
Llegamos al poblado de Héroes de la Independencia, y nos paramos en una tienda de abarrotes. El lugar lo atendía María y le preguntamos si había un lugar donde podíamos acampar y pasar la noche. Sin dudarlo nos ofreció un espacio atrás de su negocio, un pequeño almacén. Debido a que el viento soplaba fuerte, el almacén nos venía bien, porque podíamos poner nuestros colchones de aire y las bolsas de dormir en el piso. Nos dio gusto saber que no íbamos a tener que armar la casa de acampar.
Al siguiente día a las 6:30 de la mañana estábamos listos para seguir con la pedaleada. El paisaje seguía igual de hermoso y frondoso. El aire fresco mañanero hacía de nuestra travesía por la Baja California una experiencia placentera y alegre. Seguimos subiendo y llegamos a un punto en donde la carretera dibuja curvas pronunciadas por los cerros verdes y rocosos de la sierra. Subir es cansado pero definitivamente tiene sus recompensas.
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A lo lejos se podían ver cerros más altos. Lo que estábamos viendo era el Parque de San Pedro Mártir, hogar del observatorio del mismo nombre, famoso por sus cielos claros. De hecho nos dijeron los de Secretaría de Turismo del Estado que hay una legislación que dicta que todas las luces de San Felipe se deben dirigir hacia el mar para no contaminar sus cielos con luz artificial.
Llegamos al poblado Lázaro Cárdenas en el Valle de la Trinidad, y ahí nos disponíamos a descansar por el medio día. Nos atendió Luz en su lonchería llena de calcomanías de todos los grupos que habían pasado por ahí, una tradición muy común por toda la Baja.
Annika y yo compartimos un plato de chilaquiles que comimos junto con Alejandro, un constructor que estaba en el Valle de la Trinidad por motivos de trabajo. Impresionado por lo que estábamos haciendo se ofreció a invitarnos el desayuno, nosotros no supimos qué decir más que «gracias».
15 km después llegamos al Ejido San Matías. Antes de continuar hicimos una parada estratégica en la lonchería Abigail. Compramos una jarra de agua de limón y nos acostamos en la hamaca debajo del árbol justo afuera de su local. Encontramos un buen lugar para dejar pasar el sol de mediodía.
A las dos y media de la tarde reanudamos actividad. A pesar de mis kilos de más y los cinco meses sin realmente montar mi bici, una vez más comprobé que esta actividad es para cualquier persona. Nuestros músculos se sentían íntegros. Al poco tiempo de pedalear llegamos a la cima. Lo habíamos logrado: subimos los 1,200 metros. Cuando supimos que de ahí en adelante iba a ser todo bajada se nos olvidó el dolor en nuestros traseros.
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Bajamos como un tren bala. En tramos logramos alcanzar los 55 km por hora. Quizá para un ciclista de carrera no sea mucho, pero cuando tienes 30 kilos en tus parrillas y varios camiones a tus espaldas, la experiencia resulta una inyección de adrenalina pura. Al bajar pude ver con mayor admiración la Sierra de San Pedro Mártir. Ahí estaba: imponente, majestuosa y soberbia.
Su tamaño contrastaba de sobremanera con el desierto plano y arenoso que estaba situado entre la sierra y un conjunto de cerros que, literalmente, se veían explotar a lo lejos. Resulta que contienen oro y los derrumbes que se veían eran producto de explosiones que tenían como finalidad extraer el metal precioso que se encontraba dentro de sus piedras. Más allá se veía nuevamente el mar, pero esta vez del Mar de Cortés.
Aunque eran las 6 de la tarde sentimos cómo el calor nos sofocaba. Por un momento me sentí como un guerrero del desierto; el ser humano que pedalea desafiando a los elementos. Me sentí grande, hasta que recordé que estaba en una carretera pavimentada con bastante tráfico a menos de 15 km de un puesto militar y a 65 km de San Felipe. Entonces ya no me sentí tan aventurero.
Me bajé de la nube completamente al llegar al Chinero, el cruce de la carretera 3 y la carretera 5. Ahí llegamos con el famoso Adán, el amo y señor que vigila el crucero desde su pequeño negocio de comida y refrescos llamado Oasis. Sin problemas nos dejó acampar en su terreno. Nos dijo que muchos ciclistas habían pasado por ahí. La lista de guerreros del desierto era numerosa, me dio gusto saberlo.
Al siguiente día nos esperaba San Felipe, pedaleamos 50 km en una carretera plana con el viento a nuestras espaldas. En San Felipe dormimos una noche en un hotel bastante barato. No tenía agua caliente y mucho menos refrigeración, pero afortunadamente no hacía tanto calor. Después de acampar y dormir en el piso, una habitación se siente como un lujo.
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Por la tarde caminamos por el mar. El terreno es tan plano aquí que cuando la marea se va, realmente se despide de la costa. Incluso puedes caminar un par de kilómetros hacía el mar para alcanzar el agua. Annika y yo caminamos mano a mano en el atardecer. Fue un premio bien merecido. Habíamos cruzado la Baja de oeste a este.
Kilómetros recorridos de Ojos Negros a San Felipe: 222
Días desde que partimos: 9
Pinchaduras: 0
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