México en Bicicleta: De San Felipe al Parador Punta Prieta, BC
Ésta es la cuarta entrega de nuestra aventura (de Tijuana a Cancún) por las carreteras de MX. Acompáñanos mientras mi esposa y yo pedaleamos de San Felipe a Punta Prieta!
Annika y yo lo habíamos logrado: llegar a la costa del Golfo de California en bicicleta. Por los próximos días pasearíamos a lado del también llamado Mar de Cortés por la carretera núm. 5 hasta el poblado de San Luis Gonzaga. Actualmente la carretera aún no está concluida y por lo mismo no hay mucho tráfico. Para el próximo año que se termine seguro habrá más autos, pero afortunadamente cuenta con un arcén bastante decente por donde se puede pedalear. Comenzamos en San Felipe.
Al salir de San Felipe me empezó a preocupar el calor. Tomamos acción y compramos dos contenedores de agua de 4 litros cada uno para rellenar nuestras botellas cuando éstas se vaciaran. Partimos de San Felipe como a las 6:10 de la mañana, lo cual nos dolió porqué no queríamos dejar la comodidad de un cuarto, cama y televisión.
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Encontramos la motivación para levantarnos y pedalear ese día los 90 kilómetros que nos correspondían porque nos acordamos que nos esperaba Puertecitos, un lugar del que habíamos escuchado bastante, sobre todo por sus albercas naturales de aguas termales.
Emprendimos así nuestro viaje hacia el sur, dejando atrás San Felipe. A unos 15 kilómetros llegamos al famoso Valle de los Gigantes. Si vienes de norte a sur por la carretera núm. 5, en este lugar se marca el inicio del dominio de los cardones, la especie más alta y grande de la familia de las cactáceas. A lo lejos no parecen de gran tamaño, pero tan sólo te vas acercando y entiendes por qué les dicen “gigantes”. Ahí estaban inamovibles, verdes y soberbios esos imponentes guardianes del desierto.
“Los gigantes me observaban mientras pedaleaba y yo quería que vieran como los admiraba”.
La Baja California es de esos territorios increíbles para pedalear. Hace unos cuantos kilómetros estábamos frente al mar, y pocos minutos después nos encontrábamos sumergidos en el exótico desierto de la Baja. Y con ello el calor que lo caracteriza. A medio día éste hacía que nuestro sudor nos nublará la vista; aunque estaba previsto no fue de lo más divertido…
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Afortunadamente la Baja cuenta con oasis creados por humanos en forma de tienditas de conveniencia. Llegamos a una de ellas en el poblado de nombre Delicias. La tiendita estaba dotada de varios productos refrescantes, incluyendo hielo. En teoría estamos en los lugares más alejados de los servicios en México y aún así puedo tomarme un té helado. Hasta aquí llegó la red del celular.
No puedo evitar comparar la misma escena en Asia Central, donde las tiendas sólo venden granos en costales, cebolla, zanahoria y arroz. Aquí hasta fruta había, pepino y mango que seguramente viajó unos cuántos kilómetros para llegar hasta aquí. Nos sentamos en la sombra y cada quién se tomó una bebida fría. Al final toda el agua que cargábamos ni la habíamos tocado.
Ya hidratados y azucarados continuamos nuestro recorrido por la costa. Me llamó la atención ver decenas de anuncios en inglés de compra y venta de terrenos frente al mar. Era claro que muchos de nuestros vecinos del norte habían encontrado aquí un pedazo de cielo frente al mar a un precio accesible a comparación de los costos de los inmuebles en California o en Oregon. Quién los puede culpar, este lugar es hermoso y México hay para todos.
Nuestro camino a Puertecitos estuvo caracterizado por dos colores dominante:s el azul y el café. Dos colores que cuando se unen contrastan y obsequian a la pupila esas vistas que luego presumes en cenas con amigos. Y es que ver desierto, cardón y un mar azul turquesa tiene que ser algo especial para cualquiera. Verlo durante varios kilómetros a una velocidad regulada por tus piernas no tiene comparación.
A unos 5 kilómetros antes de llegar a Puertecitos llegamos al Cowpatty, un bar fundado por Richard, un estadounidense que llegó a la región hace más de 20 años. El lugar ofrecía tres cosas: licor, cerveza y hot dogs. Lo atendía el buen Guillermo, un mexicano que en los últimos 5 años ha hecho 5 viajes en bici de Puertecitos a Cancún. Cada año elige otra ruta para sus 4 meses de vacaciones de verano. Nos pasó una enorme cantidad de recomendaciones sobre cómo pedalear en México y nos obsequió un paquete de maicena para las pompis y una caja de aspirinas para los calambres. ¡Siempre es un gusto toparse con un cicloviajero colega mexicano!
Finalmente llegamos a Puertecitos, un poblado fundado en 1952 por el señor Rafael Orozco Esquivel con la intención de convertir a este paraje en un santuario natural para deleite de todos. Hoy en día esta administrado por la señora Clara Orozco con la misma visión que tenía su padre. Parte de sus tierras las vendieron a locales y la otra a extranjeros que provenían principalmente de Estados Unidos; en medio construyeron un complejo turístico donde hoy en día se puede acampar frente a una bahía.
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Gran parte del atractivo de este lugar son las aguas termales que están ubicadas del otro lado de la bahía. Las albercas se forman de manera natural al mezclarse el agua de mar con las aguas termales que salen de las formaciones rocosas. Tanto Clara como su familia buscan que este lugar se conserve lo más natural posible, que el turismo que venga encuentre un lugar para relajares, ver las estrellas en la noche y pescar en familia.
Annika y yo no perdimos el tiempo y nos fuimos a relajar en las aguas termales. En la entrada de las albercas uno puede leer: “Las Aguas Termales de Puertecitos, una bendición de Dios para usted”. Después de 90 kilómetros de pedalear casi me quedo dormido en una de las pozas. Esa noche dormí como bebé.
Al despertar la vista era inmejorable, la bahía, el sol naciente y el viento fresco auguraban un buen día para pedalear. Pasamos así por el ritual de empacar nuestras cosas y seguir nuestro camino. Esa noche nos esperaba otro lugar mágico: San Luis Gonzaga.
El camino a San Luis me estaba pesando. Creo que el augurio de la mañana había sido una gran mentira creada en mi cabeza. “Otra subida más” decía a mí mismo con coraje. No salía de una subida cuando entraba a otra. Lo único reconfortante era la vista hacia el mar. Los acantilados nunca me van a cansar, cada uno es especial y más aún aquí en la Baja.
Me imagine el poblado de San Luis Gonzaga mucho más grande. Resultó ser una gasolinera, una tienda con aires de supermercado, palapas frente al mar y algunas casas rodantes. Pero tenía una pista de aterrizaje para avionetas para los que vienen de lejos. Inclusive nos tocó ver cómo aterrizaba una.
Habíamos llegado al atardecer y nos acomodamos en una de las palapas frente al mar. Éstas tenían tres paredes para protegernos de los vientos fuertes que soplaban. Como nos cubrían decidimos dormir sin la casa de acampar. La noche llegó y con ella la lluvia de estrellas, un espectáculo que no creí que se pudiera superar. Pasaron unos cuantos minutos y a lo lejos vi algo que jamás había presenciado: el nacer de la luna sobre el horizonte. San Luis Gonzaga se quedará para siempre en mi memoria por ello. Durante la noche la dirección del viento cambio y no pudimos dormir mucho. En la mañana amanecímos todos empanizados de arena, pero las experiencias habían valido mucho la pena.
Los próximos días tendríamos que pedalear en terracería (los 35 kilómetros de camino que conectan a la carretera núm. 5 con la 1). Los locales nos dijeron que para diciembre se terminaría la obra, pero mientras había que despedirse del asfalto.
A 13 kilómetros de adentrarnos en la terracería llegamos al famoso Coco´s Corner, un área de descanso para los conductores de camiones, motociclistas y ciclistas. Coco, como se hace llamar, es un señor de 79 años que no tiene piernas, aún así mantiene el lugar impecablemente limpio. Es todo un personaje, muy querido por los que han tenido la oportunidad de pasar por su local.
Nos dio la bienvenida y nos dijo: “Aquí pueden dormir ésta noche, ahí en una de las casas rodantes. Tan sólo les pido que se bañen y firmen mi libro de visitas”. Cumplimos con los requisitos (con mucho gusto) y en la noche pasamos una velada muy agradable con él; después llegaron unas visitas de San Luis Gonzaga, un cuarteto de estadounidenses que trajeron pasta, cerveza y ensalada y nos invitaron a cenar con ellos. ¡Nos habíamos ganado el premio mayor! Quizá el augurio de en la mañana siempre sí había estado correcto.
Al siguiente día seguimos nuestro camino por la terracería. Aunque sabía que estaba en una ruta trazada en partes se sentía como si nos hubiéramos adentrado en el desierto pedaleando lado a lado con los cardones. A lo lejos vi pasar un primer coyote. Tenía el lente equivocado, por eso no le pude tomar una buena foto. En Puertecitos ya los habíamos escuchado aullar, pero nunca los había visto en su hábitat natural, ¡siempre hay una primera vez!
Casi al final de nuestra etapa, en Laguna Chapala, casi casi besamos el asfalto. Llegamos a una tiendita como de costumbre a recargar motores y nos fuimos hasta el Parador Punta Prieta. Ahí acampamos en la noche para, al siguiente día, tomar la carretera que baja hata la famosa Bahía de los Ángeles. Ahí seguramente tendremos muchas sorpresas más.
Kilómetros recorridos de San Felipe al Parador Punta Prieta: 270
Días desde que partimos: 14
Pinchaduras: 0
Kilómetros totales del recorrido por México: 642
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