Doble aventura en Aculco
Para aquellos que buscan lugares fabulosos, he aquí uno muy singular. Si ya tiene el equipo y las ganas, sólo hágase acompañar de un buen guía. ¡Diversión garantizada!
Cargamos la camioneta con bicis, varios mapas y un gps, y tomamos la autopista México-Querétaro; alrededor del kilómetro 115, encontramos la desviación a Aculco. Estábamos en el mes de octubre y el campo en esa época del año se cubre de flores moradas muy brillantes, así que fue un trayecto placentero. Desde la autopista manejamos unos 14 km hasta llegar al pueblo (también existe un libramiento para no atravesar la población, pero vale la pena conocerlo).
El pueblo
Aculco es un pueblo pequeño y pintoresco. Esa mañana el empedrado se pintaba con la luz dorada del amanecer. Una vieja camioneta repartía quesos y otros productos regionales en las tiendas del centro, cuando las calles todavía estaban vacías. Rodeamos la plaza, pasamos por el convento de San Jerónimo (de arquitectura barroca y fundado en 1540) y tomamos otra vez un tramo de carretera, unos 12 kilómetros más, hasta llegar al cañón, mejor dicho a una caída de agua, la cascada La Concepción, lugar preciso donde nace el cañón. Fue amor a primera vista. Después de viajar kilómetros y kilómetros viendo praderas y campos, lo que menos esperábamos era encontrarnos con tal caída. El agua del Río Ñadó se deslizaba suavemente sobre las gastadas piedras y caía repentinamente 25 metros hacia las entrañas de una cañón que se aleja serpenteando hasta el horizonte.
Las paredes del cañón, donde hoy florecen basaltos columnares de hasta 50 metros de altura, eran antiguamente cañadas que se llenaron por el resultado de explosiones volcánicas en el periodo cuaternario. Un evento mágico. Ver imágenes
Trazando rodadas de primera
Sacamos los mapas y usando el cofre de la camioneta como mesa, comenzamos a explorar el terreno. No fue una tarea fácil, pues se dibujaban caminos que en la realidad ya no existían o a la inversa; encontrábamos senderos que no figuraban en ninguna carta topográfica. Sin embargo, nos dimos cuenta que podíamos circunnavegar el cañón. Terminamos trazando uno de los más bellos recorridos para bici de montaña que he hecho. En esta primera visita encontramos rutas de alto nivel técnico, pero después de repetir la búsqueda algunas veces más, concluimos que era factible hacer dos versiones; una para principiantes y familias, a través de caminos vecinales y brechas relativamente fáciles, pero llenas de vistas espectaculares; y, por otro lado, una ruta para ciclistas avanzados y expertos, donde la dificultad técnica y un buen manejo de la bici era la diferencia entre una rodada gloriosa o el suelo. Esta versión incluía dos buenas subidas, single tracks (caminos de una sola rodada) sobre laja de roca, canales de lava volcánica, arenisca, piedra suelta y clásicas veredas por bosque mixto. Cincuenta demandantes kilómetros, de los más técnicos que hemos conocido en México. Ver imágenes
La ruta fantástica
Comenzamos cruzando unas minas de cantera, subiendo por una vereda que nos hizo entrar rápido en calor, luego pasamos por unas represas y bordos que se transformaron en un paisaje boscoso. Rodamos sobre un degrade de colores cálidos, la tierra comenzaba con tonos rojizos, pasando a unos vibrantes naranjas, se aclaraba un poco hacia una gama amarillenta y finalmente a blancas veredas que cada tanto se hundían un par de metros en la tierra. Un poco más adelante comenzamos a tener público; mujeres con vestimentas coloridas y algunos niños que acarreaban leña sobre un burro. Aculco es uno de los ocho municipios considerados de alta marginación, de los 21 donde se asienta el pueblo otomí, que lucha por mantener vivas las tradiciones. Desde hace miles de años han mantenido un estrecho vínculo con su entorno natural, con base en el conocimiento y respeto del medio ambiente.
Con el sol a plomo sobre los cascos, llegamos a la cortina de la presa y tuvimos con una panorámica maravillosa. Así, la ruta de “principiantes”, apenas era la mitad de la de los avanzados. Para la segunda parte atravesamos más de diez cañadas, recovecos de basalto y roca ígnea, que alguna vez fueron lava. Nunca habíamos manejado con tanta concentración; constantes brincos, giros, subidas y bajadas que nos hacían llevar la adrenalina a tope. Nos dimos cuenta que la ruta estaba completa, no podíamos pedir más, sólo volver algún otro día. Ver imágenes
En el top de la escalada
Desde mi primer viaje entonces supe que el cañón de Aculco estaba considerado como uno de los mejores lugares para escalar en México y quizás el mejor para lo que se conoce como escalada de “interior”, o sea, un estilo donde las fisuras, grietas y chimeneas son las venas en la roca por donde fluye la sangre de la escalada. Se utilizan manos, dedos, puños, codos, pies, y todo lo que quepa en las grietas para “empotrarse” y subir. Así que decidí probarlo en una segunda visita. Cargamos el auto con todo: cuerdas, mosquetones, tiendas de campaña y otros gadgets. Acampamos en una planicie de roca, bajo la luna llena, por lo que la piedra parecía tener brillo propio. Después de pasar una noche realmente fría, preparamos el desayuno intercambiando anécdotas de montaña.
Íntima armonía: roca y cuerpo
Después de levantar el campamento y cargar el equipo, fuimos al lugar conocido por los escaladores como La Proa; una de las tantas curvas de cascada, donde se concentran la mayoría de las rutas para escalar (existen 140 vías de diferentes grados de dificultad). Ver imágenes
Amarramos las cuerdas y bajamos rapeleando hasta el fondo. Luego vino el momento de decidir quién subiría primero (puntear), quién segundo y quién sería el encargado de dar seguro, es decir, sujetar la cuerda con un equipo especial para que, en caso de una caída, el escalador de punta no llegue al piso.
Los dedos entran en las aberturas de la roca, uno, dos, tres, la palma de la mano, puño completo, antebrazo… Las falanges sangran, duelen y soportarlo se vuelve la diferencia entre caer o seguir sostenido en contra de la gravedad. De repente, un pie entra perfectamente como una cuña en la grieta. Esa vez retorcí un pie para que se atorara bien, el otro se adherió al áspero mineral, y el peso desapareció, el cuerpo y la roca así entraron en una íntima armonía.
Pasamos así por El Nopal, Kamikaze, El Inge y varias vías más de mediana dificultad. Después de la quinta, volvimos a la superficie, para entonces ya el auto se encontraba rodeado de lugareños que nos esperaban con árnica, cola de zorro y varias hierbas medicinales.
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