Durango, Durango
La actual ciudad de Durango se levanta en un amplio valle en el que se fundó una primitiva villa española llamada Nombre de Dios.
Hacia el siglo XVI, los primeros conquistadora que cruzaron por su territorio fueron Cristóbal de Oñate, José Angulo y Ginés Vázquez del Mercado, éste último atraído por la quimera de la existencia de una gran montaña de plata, cuando en realidad lo que descubrió fue un extraordinario yacimiento de fierro, el cual hoy lleva su nombre. En 1562 don Francisco de Ibarra, hijo de uno de los célebres fundadores de Zacatecas, exploró la región y fundó la Villa de Guadiana, cercana al viejo asentamiento de Nombre de Dios que pronto se conocería como la Nueva Vizcaya en memoria de la provincia española de donde provenía su familia. Por lo agreste del territorio y para evitar que la población menguara en habitantes, Ibarra adquirió una mina que cedió a los indígenas y españoles que quisieran trabajarla, con la única condición de que se establecieran en la ciudad.
Como en la historia de muchas ciudades coloniales, la fundación de Durango no está exenta de la participación de muchos personajes; algunos de ellos, además de don Francisco de Ibarra, fueron el escribano don Sebastián de Quiroz, quien levantó el acta correspondiente, el alférez Martín de Rentería, que llevaba el estandarte de conquista, y los capitanes Alonso Pacheco, Martín López de Ibarra, Bartolomé de Arreola y Martín de Gamón. Fray Diego de la Cadena ofició la primera misa del solemne acto de fundación en el lugar que hoy corresponde al edificio de la esquina sureste de la intersección de las calles 5 de Febrero y Juárez.
La villa, establecida en llanos despoblados, quedó limitada por el cerro del Mercado al norte, el Arroyo o Acequia Grande al sur, un pequeño lago al poniente, y al oriente la prolongación del valle. La traza inicial, a «cordel y escuadra» de forma de un tablero de ajedrez, comprendía entonces los límites fijados por las actuales calles de Negrete al norte, 5 de Febrero al sur, Francisco I. Madero al oriente y Constitución al poniente.
Ya para el siglo XVII la población contaba con cuatro calles principales que corrían de oriente a poniente y otras tantas de norte a sur, con 50 vecinos españoles. La fundación del Obispado en el año de 1620, le confiere a Durango la distinción de ciudad. Su arquitectura se caracteriza hoy día por una patente transformación de los edificios coloniales, que evolucionó acorde a sus etapas de progreso, aspecto que enriqueció notablemente las edificaciones de los siglos XVIII y XIX.
Así por ejemplo, nos encontramos su Catedral,situada en la plaza principal, y máxima exponente de la arquitectura religiosa de Durango. La construcción original se inició bajo el mandato del obispo García Legazpi hacia el año de 1695, según un proyecto del arquitecto Mateo Nuñez. Se cree que la obra estaba casi concluida en 1711, aunque en 1840 sufre una severa transformación por la remodelación ordenada por el obispo Zubiría; aunque se haya conservado su aspecto exterior de estilo barroco muy severo, no obstante las portadas laterales les exhiben un exquisito estilo churrigueresco. Dentro de la rica decoración interior, sobresalen el mobiliario tallado en madera, la sillería del coro y algunas bellas pinturas firmadas por Juan Correa.
Otras muestras de arquitectura religiosa son el santuario de Guadalupe, edificado por el obispo Tapiz, con una interesante ventana del coro, el santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, construido en piedra labrada en los albores del siglo XIX, la iglesia de la Compañía, erigida en 1757, la iglesia de Santa Ana, de fines del siglo XVIII con un moderado estilo barroco edificada por el canónigo Baltasar Colomo y don Bernardo Joaquín de Mata. También son notables el convento de San Agustín, cuya obra data del siglo XVII y el hospital de San Juan de Dios, que conserva parte de su portería barroca.
Con respecto a la arquitectura civil de la ciudad, los edificios dedicados a residencia se caracterizan por ser de un solo piso, con portadas para los accesos principales generalmente enmarcadas por pilastras molduras, que en ocasiones alcanzan las azoteas, en donde se elevan pretiles ornamentados con medallones. Algunos de los muros superiores, se rematan con originales cornisas onduladas que parecen aligerar a las pesadas paredes de las fachadas.
Desgraciadamente, en aras del progreso muchos de estos ejemplos se han perdido en forma irreparable. Sin embargo es justo mencionar dos bellos palacios coloniales que han persistido a través de los siglos: el primero se ubica en la esquina que forman las calles de 5 de Febrero y Francisco I. Madero, señorial casona que perteneció a don José Soberón del Campo y Larrea, primer conde del Valle de Súchil. El edificio se construyó en el siglo XVIII y su fisonomía es una excelsa muestra del estilo churrigueresco, con una bella portada y un magnífico patio interior. El segundo edificio también pertenece al siglo XVIII y se encuentra en la calle 5 de Febrero entre las de Bruno Martínez y Zaragoza. Su dueño fue don Juan José de Zambrano, rico hacendado, regidor, alférez real y alcalde ordinario de la ciudad. El inmueble es de estilo barroco y posee una extraordinaria halconería, que armoniza con los arcos del primer piso. Forma parte del recinto el famoso Teatro Victoria, hoy remodelado, que fuera el teatro particular de la familia Zambrano. En la actualidad este edificio alberga al Palacio de Gobierno.
En los alrededores es recomendable visitar el poblado de Nombre de Dios, en el que se localiza la primera construcción franciscana de la región y Cuencamé, que conserva un templo del siglo XVI dedicado a San Antonio de Padua, con una sencilla fachada de estilo renacentista y que en su interior aloja a la famosa y venerada imagen del Señor de Mapimí.
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