El cacle o huarache. Un hallazgo incierto.
Los pueblos han usado calzado durante miles de años, no es difícil deducir su existencia, en parte se debe a que la naturaleza obligó a su invención, pues los humanos carecemos de elementos que nos resguarden de las inclemencias del tiempo.
Pero el calzado no sólo fue una necesidad, llegó a ser un símbolo de la condición social, objeto de belleza, de moda, se asoció con materiales y color para prácticas religiosas, por su funcionalidad al trabajo, para ocasiones especiales, danza o deportes, etc. Así, el calzado es una gran fuente de información testimonial acerca del paso de las sociedades humanas a través de la historia. En 1994 recibimos en la Coordinación Nacional de Restauración un objeto proveniente de una cueva del Valle del Mezquital, Hidalgo, con el fin de someterlo a procesos de conservación que le proveyeran de estabilidad y con ello se facilitara su investigación, se trataba de un cacle o huarache.
Con ese propósito, la pieza fue sometida a un análisis histórico de su empleo, y se realizó un estudio tecnológico-material de la misma, con el fin de realizar una mínima intervención en cuanto a lo que se refiere a su conservación.
En México, el calzado fue conocido desde la antigüedad, prueba de ello la encontramos en sus variadas representaciones plásticas. Por ejemplo, las vemos en pinturas murales, tableros, dinteles, tallas pétreas monumentales que representan a deidades o guerreros, así mismo como decoración en objetos cerámicos y en los diversos códices. A esto se suman las descripciones de los misioneros que llegaron con los conquistadores españoles y más recientemente a los hallazgos arqueológicos en diversas cuevas.
El calzado mexicano, llamado cactli, tenía un significado social muy marcado y denotaba el rango de su usuario.
El cactli también era conocido como cacle, aunque genéricamente era nombrado por los españoles sandalia o zapato de indio. Estaba confeccionado en ixtle o henequén, en cuero de jaguar, con suelas de cuero de venado «con varios dobleces a manera de alpargatas españolas». Había otros llamados potzolcactli de piel de zorra, empleados generalmente por el que daba la fiesta de los mercaderes. También los había adornados con pintura, con plumas de aves, o bien se les colocaban láminas de oro, como era el caso de los cozehuatl, especie de polainas de piel o medias botas que eran prolongación o parte de los cactli y cuyo uso era exclusivo de los mandatarios.
Respecto a los cacles de ixtle: «…los mexica tenían calzado de fibra de maguey para la gente común, y del mismo ixtle combinado con algodón para los señores principales» (Calle: 1949 p.94)
Para la época del virreinato, el artesano indígena continuaba manufacturando los cacles en gran número, incluso había regiones que se singularizaron por esta actividad, aunque algunos ya vestían a la española. El empleo del huarache pasó por las diferentes etapas de nuestra historia hasta llegar a la actualidad, aunque modernizado con la adopción de nuevos materiales.
Como se observa, el cacle o huarache es un escaso vestigio de la antigua indumentaria prehispánica y su uso aún perdura en todo el país entre indígenas, mestizos, gente de las grandes ciudades y extranjeros» Específicamente, el huarache del cual hacemos referencia proviene del Pañu, parte de una de las nueve regiones otomianas (de acuerdo a la familia lingüística), que se localiza al oeste del estado de Hidalgo. En esta región está el Valle del Mezquital. Su clima es predominantemente seco semidesértico, con lluvias de verano, por lo que los abrigos rocosos en donde se realizó este hallazgo suelen ser muy secos, lo que hizo posible la buena conservación del material.
El cacle se encontró prácticamente al azar, por estudiantes del lugar, quienes lo entregaron a los arqueólogos, por lo que se carece de registro arqueológico, ubicación del lugar exacto del hallazgo, así como de su cronología. El encuentro ocurrió a escasos 500 metros del centro ceremonial del Pañu, en el área denominada Xajay, en un abrigo rocoso que está hacia la parte este del sitio. El cacle estaba directamente expuesto en la superficie. Lo anterior explica el porqué se perdió el contexto inmediato del objeto, esto es, la asociación con otros vestigios y el entorno inmediato.
Hay dos aspectos importantes que determinan la historia de un objeto, sea de origen arqueológico o histórico-etnográfico; la mayor observación del contexto del hallazgo con su material asociado, es decir del «yacimiento» (espacio) y «objeto» en sí, a lo que se suma el tiempo en que fue elaborado, usado y descartado.
La pérdida de contexto representa una carencia de información que sólo algunas veces puede suplirse con documentación. Esta carencia de datos redunda más adelante en problemas de exhibición de los objetos en una nueva ubicación, la cual requiere generalmente de algún tipo de recreación.
Lamentablemente, como hemos observado, el cacle al cual nos referimos ha perdido toda connotación y, con ello, una gama de posibilidades que lo situarían apropiadamente en un tiempo determinado; simplemente pasó a ser un objeto descontextualizado: fue encontrado en un abrigo rocoso, superficialmente, y según los informantes, al parecer no había material asociado, lo cual nos indica que tal vez no se trate de material arqueológico en sentido estricto y si así fuera, no hay forma de evaluarlo en este momento. Dos son las razones: una, porque no tenemos material de asociación, otra es que no podemos fecharlo por estar altamente contaminado, pues fue tocado por los estudiantes que lo encontraron y los arqueólogos, entre otros. Era evidente que fue sometido a un proceso destructivo.
Por ahora consideraremos el cacle un material etnográfico que, como tal, es de gran importancia por ser testimonio de una cultura que, al estar en contacto con la modernidad, está sujeta a cambios, abandono de costumbres o sustitución de elementos, por lo tanto, merece ser conservado y estudiado. El objeto etnográfico tiene un valor artístico y es expresión sociocultural de una región donde la forma, materiales y técnicas, llevan la huella de la creatividad y la habilidad del artesano y de la cultura que lo produjo. Por ello es importante conservar este tipo de materiales, ya que en el futuro serán de inestimable valor por los múltiples elementos culturales que lo conforman en forma y fondo (esto es en estructura de soporte e imagen según Brandi).
Desgraciadamente, se carece de una bibliografía especializada acerca del calzado similar a éste, generalmente se habla del zapato, por lo que no se cuenta con una terminología especializada en sandalias, de tal forma que se intentará su descripción con base en la que se tiene en el calzado en general, o remitiéndonos a los respectivos huesos y músculos del pie. Esta sandalia o cacle corresponde a un pie izquierdo, está tejido con fibra natural de ixtle; podría ser una variante de los conocidos como «pata de gallo» en los que hay dos cuartos laterales que se insertan en la suela, una pieza que protege al talón (correa) que pasa por los cuartos, convirtiéndose luego en dos tiras que pasan entre el empeine y el segundo dedo, quedando al descubierto el empeine y los dedos del pie, lo que permite la circulación del aire. Técnicamente, es la mezcla de cuatro distintos tejidos complejos y la decoración la constituye el mismo diseño.
Este ixcacle izquierdo presentaba desgaste (huellas de uso), por lo que se observaba un faltante mínimo que no debilitaba al material en cuestión, tenía una pequeña rotura entre la costura de unión y el cuarto derecho (interno), presentaba pequeños desfases de algunas fibras correspondientes a los hilos de la trama en ambas paredes. Aún así mostraba cierta flexibilidad y resistencia material, pero no al ataque de microorganismos; de hecho, tampoco presentaba rastros de mugre. Una vez que la pieza ingresó al taller de materiales etnográficos de la Coordinación Nacional de Restauración, se sometió a una sesión fotográfica de registro. Antes de llevar a cabo cualquier proceso se le tomaron placas radiográficas para determinar el número de elementos que lo componían y se identificó la fibra de la que está hecho. En razón de su buen estado de conservación se decidió que no era necesario efectuar un proceso mayor que le proveyera de estabilidad material, solamente se determinó realizar una operación de mínima intervención, en la que se le restituyera la forma más aproximada al original. Para esto fue necesario darle una mayor flexibilidad, se reincorporó el área desprendida (la correspondiente a la pared del extremo derecho) a la suela colocando un refuerzo en los lugares donde se tenían pequeños desprendimientos de fibras, las que se colocaron de nueva cuenta en su sitio. Aquí concluyeron los trabajos ejercidos directamente sobre la prenda, pero como una medida importante de preservación o tratamiento «post-conservación» se le diseñó un embalaje ex profeso, que a la vez sirviera para exponerlo y transportarlo, de ser necesario.
Es importante mencionar que el hallazgo de objetos de fibras, es decir de materiales perecederos, se presta a que generalmente se les someta a procesos drásticos de consolidación (empleo de adhesivos, plásticos, etc.), pero en este caso, y gracias a los análisis realizados, se consideró que sólo necesitaba una intervención de conservación, basada en el principio canónico de “mínima intervención”.
Fuente: México en el Tiempo No. 20 septiembre / octubre 1997