El descubrimiento del Templo Mayor
El Templo Mayor se encuentra en el centro de la Ciudad de México. Aquí la historia de su descubrimiento...
El 13 de agosto de 1790, en la Plaza Mayor de la ciudad de México se encontró una enorme estatua cuyo significado no pudo precisarse en ese momento.
Los trabajos ordenados por el virrey conde de Revillagigedo para hacer emparejamientos y atarjeas en la plaza habían dejado al descubierto una extraña masa pétrea. Los detalles del hallazgo han llegado hasta nosotros gracias a un diario y a unos cuadernos que dejara un guardia alabardero del palacio virreinal (hoy Palacio Nacional), de nombre José Gómez. Dice así el primero de los documentos:
«…en la plaza principal, enfrente del real palacio, abriendo unos cimientos sacaron un ídolo de la gentilidad, cuya figura era una piedra muy labrada con una calavera en las espaldas, y por delante otra calavera con cuatro manos y figuras en el resto del cuerpo pero sin pies ni cabeza y fue siendo virrey el conde de Revillagigedo».
La escultura, que representaba a Coatlicue, diosa de la tierra, fue trasladada al patio de la universidad. Tiempo después, el 17 de diciembre del mismo año, cerca del sitio del primer descubrimiento se encontró la Piedra del Sol o Calendario Azteca. Al año siguiente se localizó otro gran monolito: la Piedra de Tízoc. Así, la obra del segundo conde de Revillagigedo traía aparejado el hallazgo, entre otros, de tres de las grandes esculturas aztecas, hoy depositadas en el Museo Nacional de Antropología.
Pasaron muchos años, y aun siglos, y diversos objetos fueron hallados a lo largo de los siglos XIX y XX, hasta que en la madrugada del 21 de febrero de 1978 otro encuentro vendría a poner la atención en el principal templo azteca. Trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro estaban excavando en la esquina de las calles de Guatemala y Argentina. De repente, una gran piedra impidió que continuaran con sus labores. Tal como ocurriera cerca de doscientos años atrás, los trabajadores detuvieron la obra y esperaron hasta el día siguiente.
Se dio aviso entonces al Departamento de Rescate Arqueológico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y personal de esa dependencia se trasladó al sitio; luego de constatar que se trataba de una enorme piedra con grabados en su parte superior, se iniciaron los trabajos de rescate de la pieza. Los arqueólogos Ángel García Cook y Raúl Martín Arana dirigieron los trabajos y empezaron a aparecer las primeras ofrendas. Fue el arqueólogo Felipe Solís quien, después de observar detenidamente la escultura, una vez liberada de la tierra que la cubría, se percató de que se trataba de la diosa Coyolxauhqui, que había sido muerta en el cerro de Coatepec por su hermano Huitzilopochtli, dios de la guerra. Ambos eran hijos de Coatlicue, deidad terrestre, ¡cuya efigie había sido encontrada en la Plaza Mayor de México dos siglos atrás…!
La historia nos dice que la Coatlicue fue enviada a las instalaciones de la universidad, en tanto que la piedra solar se empotró en la torre poniente de la Catedral Metropolitana, viendo hacia lo que hoy es la calle 5 de Mayo. Ahí permanecieron las piezas cerca de un siglo, hasta que, creado el Museo Nacional por Guadalupe Victoria en 1825, y establecido por Maximiliano en 1865 en el edificio de la antigua Casa de Moneda, en la calle del mismo nombre, fueron trasladadas a este recinto. No podemos pasar por alto que el estudio que se hizo de las dos piezas, publicado en 1792, correspondió a uno de los sabios ilustrados de la época, don Antonio León y Gama, quien relata los pormenores del análisis y las características de las esculturas en el primer libro de arqueología que se conoce, titulado Descripción histórica y cronológica de las dos piedras…
HISTORIA DE UNA HISTORIA
Muchas son las piezas que se han encontrado en lo que hoy conocemos como Centro Histórico de la Ciudad de México. Sin embargo, vamos a detenernos un momento para relatar un hecho que ocurrió a principios de la Colonia. Resulta que allá por 1566, después de destruido el Templo Mayor y de que Hernán Cortés repartiera solares entre sus capitanes y sus allegados, en lo que hoy es la esquina de Guatemala y Argentina se construyó la casa que habitaron los hermanos Gil y Alonso de Ávila, hijos del conquistador Gil González de Benavides. Cuenta la historia que algunos hijos de conquistadores se comportaban de manera irresponsable, organizando bailes y saraos, y que incluso se negaron a pagar tributo al rey argumentando que sus padres habían dado su sangre por España y que ellos debían disfrutar de los bienes. La conspiración la encabezaban los Ávila y en ella estaba involucrado Martín Cortés, hijo de don Hernán. Descubierta la trama por las autoridades virreinales, procedieron a detener a don Martín y a sus colaboradores. Se les hizo juicio sumario y se les sentenció a sufrir la pena de muerte por decapitación. Aunque el hijo de Cortés salvó la vida, los hermanos Ávila fueron ejecutados en la Plaza Mayor y se decretó que su casa fuera demolida hasta los cimientos, y que el terreno se sembrara con sal. Lo curioso de este acontecimiento que conmocionó a la capital de la Nueva España fue que bajo los cimientos de la casa solariega se encontraban los vestigios del Templo Mayor, derruido por los conquistadores.
Después del hallazgo de la Coatlicue y de la Piedra del Sol en el siglo XVIII, pasaron varios años hasta que, hacia 1820, se dio aviso a las autoridades de que una enorme cabeza de diorita había sido encontrada en el convento de la Concepción. Se trataba de la cabeza de Coyolxauhqui, que muestra los ojos semicerrados y los cascabeles en las mejillas, atendiendo a su nombre, que quiere decir, precisamente, “la de cascabeles de oro en las mejillas”.
Muchas piezas valiosas fueron enviadas al Museo Nacional, como el cactus donado por don Alfredo Chavero en 1874 y la pieza conocida como “Sol de la Guerra Sagrada”, en 1876. En 1901 se hicieron excavaciones en el edificio de los Marqueses del Apartado, en la esquina de Argentina y Donceles, encontrándose dos piezas singulares: la gran escultura del jaguar o puma que hoy se observa a la entrada de la Sala Mexica del Museo Nacional de Antropología, y la colosal cabeza de serpiente o xiuhcóatl (serpiente de fuego). Muchos años después, en 1985, se localizó la escultura de un águila con una oquedad en el lomo, elemento que también muestra el puma o jaguar, y que servía para depositar los corazones de los sacrificados. Múltiples son los hallazgos que a lo largo de estos años se han hecho, siendo los anteriores sólo un ejemplo de la riqueza que aún guarda el subsuelo del Centro Histórico.
En lo que al Templo Mayor se refiere, los trabajos de Leopoldo Batres en 1900 dieron con una parte de la escalinata de la fachada poniente del edificio, sólo que don Leopoldo no lo consideró así. Él pensaba que el Templo Mayor se encontraba debajo de la Catedral. Fueron las excavaciones de don Manuel Gamio en 1913, en la esquina de Seminario y Santa Teresa (hoy Guatemala), las que sacaron a la luz una esquina del Templo Mayor. Se debe, pues, a don Manuel la localización, después de varios siglos y de no pocas especulaciones al respecto, del verdadero lugar donde se encontraba el principal templo azteca. Lo anterior quedó plenamente corroborado con las excavaciones que siguieron al hallazgo casual de la escultura de Coyolxauhqui y que hoy conocemos como Proyecto Templo Mayor.
En 1933, el arquitecto Emilio Cuevas llevó a cabo excavaciones frente a los restos del Templo Mayor encontrados por don Manuel Gamio, a un costado de la Catedral. En este terreno, en donde otrora estuviera el seminario conciliar –de ahí el nombre de la calle–, el arquitecto encontró varias piezas y restos arquitectónicos. Entre las primeras cabe destacar un enorme monolito muy parecido al de la Coatlicue, el cual recibió el nombre de Yolotlicue, pues a diferencia de la diosa de la tierra, cuya falda es de serpientes, la de esta figura representa corazones (yólotl, “corazón”, en nahua). Entre los vestigios de edificios cabe destacar un sector de escalera con ancha alfarda y un muro que corre hacia el sur para luego dar vuelta al oriente. Se trata ni más ni menos que de la plataforma de la sexta etapa constructiva del Templo Mayor, como se pudo comprobar con los trabajos del proyecto.
Hacia 1948 los arqueólogos Hugo Moedano y Elma Estrada Balmori pudieron ampliar la parte sur del Templo Mayor excavada años atrás por Gamio. Encontraron una cabeza de serpiente y un brasero, además de ofrendas depositadas al pie de estos elementos.
Otro hallazgo interesante ocurrió en 1964-1965, cuando trabajos de ampliación de la Librería Porrúa llevaron al rescate de un pequeño adoratorio al norte del Templo Mayor. Se trataba de un edificio orientado hacia el este y decorado con murales. Éstos representaban mascarones del dios Tláloc con tres grandes dientes blancos, pintado con tonos rojos, azules, anaranjados y negros. El adoratorio pudo ser trasladado al Museo Nacional de Antropología, donde se encuentra actualmente.
EL PROYECTO TEMPLO MAYOR
Una vez terminadas las obras de rescate de la Coyolxauhqui y la excavación de las cinco primeras ofrendas, dieron comienzo los trabajos del proyecto, el cual se propuso descubrir la esencia del Templo Mayor de los aztecas. El proyecto se dividió en tres fases: la primera consistió en la recopilación de los datos sobre el Templo Mayor provenientes tanto de la información arqueológica como de las fuentes históricas; la segunda, en el proceso de excavación, para lo cual se reticuló toda el área para poder llevar el control de lo que fuera apareciendo; aquí se contó con un equipo interdisciplinario compuesto por arqueólogos, etnohistoriadores y restauradores, además de miembros del Departamento de Prehistoria del INAH, como biólogos, químicos, botánicos, geólogos, etcétera, para atender los distintos tipos de objetos. Esta fase duró alrededor de cinco años (1978-1982), si bien nuevas excavaciones han sido emprendidas por integrantes del proyecto. La tercera fase corresponde a los estudios que los especialistas han practicado de los materiales, es decir la fase de interpretación, contándose hasta el momento con más de trescientas fichas publicadas, tanto de personal del proyecto como por especialistas nacionales y extranjeros. Cabe agregar que el Proyecto Templo Mayor es el programa de investigación arqueológica que más ha publicado hasta la fecha, contándose tanto con libros científicos y de divulgación, como con artículos, reseñas, guías, catálogos, etcétera.
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