El mar que atrapa (Colima)
Colima tiene un litoral marítimo de 150 km; pequeño comparado con el inmenso Pacífico mexicano, que es nuestra frontera más extensa.
Como se sabe, las costas occidentales mexicanas son accidentadas; su cercanía con la Sierra Madre, que con frecuencia se precipita en el seno marítimo, las hace, en su mayoría, de acceso difícil y limitada extensión; sin embargo, tienen a su favor la inmensidad azul, la cálida temperatura de sus aguas y la riqueza de su fauna. La Antigua Mar del Sur, que los españoles concibieron como la puerta de acceso a un inmmenso mundo nuevo, aquí es, en esa mezcla de nuevo y añejo sabor, una experiencia inolvidable.
El mar tiene una eufonía que atrapa. Tiene el atractivo de lo ignoto, del peligro; atrae con fervor y alienta sueños; alimenta esperanzas y recrea en el ensueño. Una memoria que se anida en el recuerdo y una reminiscencia de sabores salobres y dulces que nos ensimisma. Es lo más cercano a lo natural. Aquí el alma rompe sus cadenas y el ensueño alcanza los más altos niveles.
El cuerpo se libera de las ataduras y estrecheces que impone la moda, para dar paso a lo cómodo, a lo suave, a lo sencillo. El mar siempre atrae porque descubre la piel, nos abisma en nosotros mismos y nos descifra el alma a través de la desnudez. Es pretexto en las canciones y melodía que se entona con el vigor que da la vida. El mar nos acerca a las fuentes primigenias, es como sumergirnos en el vientre materno abrigados sólo por el cálido ambiente; nos hace más humanos al contacto con la brisa y los vientos alisios, que acarician el ambiente con el aliento perfumado de las flores y de los frutos tropicales. Si el día es fiesta, la noche es encanto.
Nuestras playas tienen nombres que remiten a antiguas consonancias y nos descubren la memoria, una memoria antigua sumergida en los tiempos remotos de nuestro pasado indígena: Boca de Apiza, Chupadero, El Real, Boca de Pascuales, Cuyutlán, El Paraíso, Manzanillo, con sus pequeñas radas y caletas, Las Hadas, El Tesoro, Salagua, Miramar, Juluapan y La Audiencia, entre otras.
Algunas de ellas no son buenas para los baños de mar, por ser playas abiertas, pero son excelentes para disfrutar de la comida –en este renglón, la variedad es extensa, porque se puede comer moyos, una variedad regional de cangrejos, en Boca de Apiza, o langostinos criados en una granja acuícola en el valle de Tecomán o degustar platillos elaborados con mariscos en Boca de Pascuales, hasta llegar a lo más sofisticado de la cocina en Manzanillo–: otras, como Cuyutlán, tienen una añeja y bien ganada fama popular: son antiguo lugar de reunión común para los mexicanos del occidente y centro del país, y balneario tradicional de los colimenses que en períodos de vacaciones abarrotan el lugar, o Manzanillo que ahora es punto de reunión de turismo internacional que cimenta su prestigio en la excelencia de los servicios que ofrece a sus visitantes; o en la aventura de adentrarse al mar para atrapar pez vela o dorado, en ese inmenso forcejeo que es la lucha cotidiana del hombre y la naturaleza.
Esta mezcla de sol, arena y agua es una atracción irresistible que pocos pueden ignorar. Nuestras playas de pendientes y arena suave, son quizás de las más atractivas del Pacífico mexicano. Es fácil comprobarlo.
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