El maraton de los cielos en el Izta (Estado de México, Morelos, Puebl
Muchos son los alpinistas que han aceptado el reto de hacer cumbre sobre los majestuosos volcanes del Valle de México, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, mudos testigos de los esfuerzos de numerosos atletas que de igual forma han sufrido y disfrutado durante estas travesías.
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La alta montaña siempre ha sido considerada como un santuario reservado para alpinistas, que dispuestos a todo han realizado memorables hazañas en nombre de la humanidad. Las grandes cumbres de nuestro planeta han cedido al paso indeleble del ser humano, que desde hace muchos años ha procurado mantener ciertas tradiciones de respeto y armonía entre el hombre y la montaña.
Pero al igual que el deshielo modifica los glaciares, las tradiciones de ascenso alpino han sufrido cambios muy drásticos en los últimos años. Hoy los corredores del cielo se abren paso hacia las grandes cumbres, desafiando las duras condiciones de la alta montaña.
En busca de nuevos retos que llevan más allá de los límites, muchos corredores de fondo han puesto sus metas en las alturas. Correr contra el tiempo ha dejado de ser el mayor reto, las distancias a paso firme y las dificultades de la maratón han sido conquistadas. Las carreras de altura en un principio causaron cierta polémica entre los expertos de ambas disciplinas. Hoy, gracias a los avances de la ciencia médica, los circuitos de carreras de montaña son una realidad en varios países del mundo, incluyendo México.
El circuito nacional «Sólo para Salvajes» consta de dieciséis carreras que cumplen con los requisitos internacionales del «Fila Sky Race»; de éstos, el más importante especifica que la ruta de competencia debe llevar a los corredores a más de 4 000 metros sobre el nivel del mar. Los atletas tienen que acumular suficientes puntos durante el calendario nacional de competencias para recibir la invitación a participar en la útima carrera del año, el «Fila Sky Marathon International», que se corre año con año en el Iztaccíhuatl.
El Maratón de los Cielos, como se ha dado en llamar a la carrera del Iztaccíhuatl, es la carrera más alta del mundo; su extremoso recorrido es considerado por los expertos como uno de los más duros del circuito internacional.
El comité organizador cuenta con el apoyo de todo un equipo de voluntarios que hacen posible este evento, entre jueces y equipos de rescate y de abastecimiento, así como un grupo de limpieza que recorre la ruta al terminar la competencia.
En promedio, cien corredores de México y del resto del mundo son invitados a participar en la edición anual de esta carrera, que otorga puntos para el campeonato mundial. Una competencia abierta para aficionados se realiza el mismo día, aunque ésta no sigue la misma ruta de la categoría «élite»; los 20 km del recorrido son suficientes para poner a prueba la resistencia de todos los participantes.
Según las condiciones climatológicas de cada año la ruta puede ser modificada en ciertas partes de la montaña, pues aunque el recorrido debe probar al máximo la resistencia de estos atletas, lo más importante es su seguridad. El trayecto de la carrera comienza en el Paso de Cortés, a 3 680 msnm, y de ahí sube por un camino de terracería (8 km) hasta La Joya, a 3 930 msnm; este primer ascenso aparenta ser moderado y todos los corredores mantienen un paso veloz en busca de los primeros lugares.
Llegando a La Joya la ruta continúa por una escarpada brecha; entre las frígidas sombras de la montaña los competidores siguen su recorrido hacia la cima, en donde los rayos del sol ya brillan intensamente. Aquí es donde en realidad comienza la parte más difícil de la competencia; la división del grupo se hace muy notoria, los atletas más fuertes mantienen el paso firme hasta llegar al Pecho del Iztaccíhuatl, a 5 230 msnm. Los 5.5 km de subida son devastadores, las ráfagas de viento y las temperaturas bajo cero dificultan el avance; con cada paso el dolor y el esfuerzo consumen el pensamiento de los corredores.
Los pocos espectadores que llegan a subir por la ruta de competencia aplauden calurosamente el esfuerzo de todos los corredores que pasan frente a ellos. Esta motivación es realmente simbólica, pero bien recibida en momentos en que cada competidor parece enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza. A más de 4 000 msnm los corredores entran en contacto con el calor del sol, que tan sólo por unos momentos se disfruta, pues a estas alturas y con los reflejos intensos de la nieve, los rayos solares arden sobre la piel.
La ausencia de sonidos en las alturas del Iztaccíhuatl es casi total, el soplar constante del viento y las respiraciones exaltadas de los corredores son las únicas alteraciones sonoras en el majestuoso paisaje, que en total estética se tiende sobre la inmensidad del valle.
Una vez conquistada la cumbre comienza el descenso, que atraviesa por los campos nevados del Canalón de los Totonacos. Desafiando a la montaña y a las leyes de gravedad los corredores bajan espectacularmente por la misma brecha que subieron, la cual serpentea entre los riscos de piedra y algunas zonas lodosas causadas por el deshielo. Esta parte de la carrera tiene ciertos riesgos, sobre todo cuando se consideran las posibilidades de lastimarse al correr a toda velocidad (durante el descenso) sobre superficies irregulares; aunque las caídas son frecuentes, hay pocos lastimados.
En realidad ya no hay nada que detenga a todos aquellos que lograron la cima. Los siguientes 20 km del recorrido se adentran por los densos bosques del parque nacional. El terreno es mucho menos agresivo, los corredores entran en ritmo y mantienen su paso rumbo a la Cañada de Alcalican, la cual conduce hasta el centro de Amecameca, a 2 460 msnm, donde se encuentra la meta, que, según los cambios de cada año, tiene un promedio de 33 kilómetros.
Los atletas participantes están dispuestos a soportarlo todo, los golpes de las caídas entre las rocas, pequeños calambres musculares por el esfuerzo, la dificultad de respirar o simplemente recorrer los últimos 10 km de la carrera con los pies ampollados. El desgaste llega a los límites de resistencia: física y mentalmente es necesario emplearse a fondo para mantener el paso firme durante la carrera.
La descompensación entre la temperatura corporal y la del medio ambiente implica una gran pérdida de energía. Hay corredores que durante la competencia pueden llegar a perder hasta 4 kg o más por el desgaste, dependiendo del metabolismo de cada persona, aunque todos y cada uno de los participantes debe hidratarse constantemente durante la carrera para evitar riesgos.
Por si fuera poco, los corredores tienen que mantener cierto ritmo de competencia. En determinados puntos de la ruta se colocan jueces certificados para verificar los tiempos de cada participante. Una vez que el líder de la competencia pasa por este punto de chequeo, el resto de los corredores tienen 90 minutos de tolerancia para pasar. De no superar los tiempos de diferencia quedarían descalificados, así como los tiempos límite para finalizar todo el recorrido.
Para los competidores más técnicos esta ·última parte de la carrera significa la única oportunidad de colocarse entre los primeros lugares. Por lo general, los atletas más fuertes atacan desde un principio y logran llegar a la cima encabezando al grupo; sin embargo no todos pueden mantener un ritmo tan fuerte, por lo que algunos se conservan durante los tramos más difíciles para cerrar con fuerza.
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