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El paseo de la Emperatriz en la Ciudad de México

El paseo de la Emperatriz en la Ciudad de México fifu

Transcurría el año de 1864, el segundo imperio gobernaba, Maximiliano y Carlota deslumbraban a una sociedad ociosa que pretendía escalar altas posiciones sociales y políticas.

Transcurría el año de 1864, el segundo imperio gobernaba, Maximiliano y Carlota deslumbraban a una sociedad ociosa que pretendía escalar altas posiciones sociales y políticas.

En esa época, la ciudad tendría aproximadamente unos 130 000 habitantes y un poco más de diez kilómetros cuadrados de extensión. Hacia el poniente, terminaba abruptamente en la glorieta donde estaba ubicada la estatua ecuestre de Carlos IV y el Paseo Nuevo o de Bucareli, más allá sólo había ejidos, sembradíos y tierra de pastoreo. A lo lejos era fácil distinguir, muy claramente por cierto, el cerro de Chapultepec y en su cima al castillo, que fue construido en tiempos del Virrey Conde Bernardo de Gálvez, entre los años de 1785 al 1787.

Al llegar a México, los emperadores decidieron tomar como morada el castillo de Chapultepec y, según las crónicas, tuvieron que emprender una ardua lucha contra la suciedad y las plagas de insectos que lo infestaban. Luego procedieron, principalmente la emperatriz, a su adaptación y decoración de acuerdo a las exigencias del gobierno imperial para equipararlo así a las ostentosas residencias de las cortes europeas.

Entre otras, una de las principales tareas a que se enfrentaron, era la de dotar a la residencia imperial de un camino de acceso digno de tal morada, ya que parece que muy poca gente se ha dado cuenta de que la principal promotora de tal camino fue la emperatriz Carlota, agobiada por los celos cuando su marido el emperador enviaba al castillo un propio con la noticia de que por una u otra razón no iría a pernoctar al lado de su esposa. Naturalmente esto provocaba que Ia dama se enfureciera, pues era de todo el mundo conocido que al emperador Ie agradaba sobre manera reIacionarse y pasar Ia noche en compañía de hermosas criollas o dulces mestizas, a Ias que era tan afecto y que por supuesto solía ser correspondido con entusiasmo. Esta situación nos Ileva a pensar que el soberano pudiera haber sido estéril, ya que nunca se ha sabido que hubiese tenido descendencia en este país.

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La realidad es que había mucho de cierto en que el trayecto de retorno a casa tenía muchísimos inconvenientes, sobre todo en Ia época de lluvias. Las rutas posibles eran dos: Ia más cómoda, sencilla y de más corto recorrido iba paralela aI acueducto que conducía el agua de los manantiales de Chapultepec hasta Ia fuente deI Salto deI Agua, ya en el centro de Ia ciudad.

Comentemos primero Ia segunda ruta que era Ia más complicada y que se iniciaba al saIir deI paIacio y atravesar Ia Plaza Mayor por el lado poniente de catedral Ilamado EI Empedradillo, enseguida había que dar vuelta a la izquierda por toda Ia caIle de Tacuba hasta cruzar eI puente de La Mariscala por donde hoy es Ia avenida HidaIgo, atrás deI palacio de Ias BelIas Artes. EI trayecto continuaba por eI Salto de AIvarado y Ia calzada de la Rivera de San Cosme, hasta llegar a Ia garita de San Cosme, ahí se daba vueIta a Ia izquierda para seguir por toda Ia orilla deI río de Ia Tlaxpana, que en un tiempo se llamó EI Río deI Consulado, aI final se llegaba aI bosque, no sin antes pasar por parajes sumamente accidentados.

Volviendo a Ia primera ruta, pensamos que por ser Ia más corta y cómoda, era Ia que con mayor frecuencia se utilizaba y ahora imagínense ustedes eI panorama que se Ie presentaba aI emperador al retornar todas las tardes al alcázar para pasar la noche con su esposa.

Maximiliano tendría que salir de palacio ya avanzada la tarde para cruzar la Plaza Mayor e internarse por las calles de Plateros, La Profesa y San Francisco, actualmente la avenida Francisco I. Madero, y luego tomar el lado sur de la Alameda, por la entonces Calzada del Calvario, hasta llegar a una glorieta donde se ubicaban la estatua ecuestre de Carlos IV y la Plaza de Toros del Paseo Nuevo. En aquel tiempo ahí terminaba la ciudad, más allá, hacia el poniente se distinguía un variado y pintoresco panorama, las azules montañas que circundaban el valle, con algunos poblados tendidos sobre sus lomas y en un pequeño cerro, el más cercano, se erguía el castillo hacia el cual se dirigía el emperador. Los llanos que se interponían estaban colmados de ganado que pastaba en las extensas planicies y de diversos sembradíos de rico y cambiante colorido, de acuerdo a la estación del año y la clase de simientes, que solían ser maíz, trigo y cebada.

Al no haber paso de frente, se tenía que dar vuelta a la derecha, así, dejando atrás la plaza de toros, se internaba por el entonces muy popular Paseo Nuevo o de Bucareli, que en ese entonces estaba bordeado por una doble hilera de álamos, chopos y sauces y ostentaba verdes pardos a los lados del camino. El paseo contaba con tres glorietas que tenían, cada una de ellas, una fuente al centro. En la primera, la mayor, la fuente dedicada a la Libertad, en la siguiente, la fuente que exaltaba la Victoria, ambas en la actualidad están desaparecidas, no se sabe si fueron demolidas o se llevaron a algún lugar desconocido, la tercera glorieta, al final del paseo, lucía una pequeña fuente, sencilla y sin pretensiones, pero ¿qué creen?, de esta sí conocemos su ubicación, está hoy en día en la plaza de Loreto. Un poco antes de la última fuente cruzaban los pesados arcos del acueducto proveniente del bosque de Chapultepec y llegaban hasta el centro de la ciudad. Aquí era donde la comitiva imperial debía dar vuelta a la derecha y seguir por el mismo camino del agua que venía del bosque.

Este rústico panorama, campestre y vivificante, dejaba de serlo en las largas temporadas de lluvias, cuando los caminos se convertían en enormes charcos, hondos lodazales y en donde constantemente había grandes inundaciones, que llegaban a impedir el paso de la carroza imperial y de su comitiva. Tal situación obligaba a Maximiliano a retornar al palacio enviar un mensajero a caballo con la novedad de que no le sería posible pasar la noche en el castillo y que por lo tanto se quedaría a pernoctar en la ciudad. Esto, por supuesto, enfurecía a Carlota, pues estaba enterada de la afición de su marido por la compañía de Ias damas deI país. Por fin, ya entrado el año de 1864, se decidió construir una calzada que comunicara directamente y en línea recta la glorieta de Carlos IV con la base deI Cerro deI Chapulín. El encargado deI diseño fue el famoso arquitecto francés Louis Bolland que tenía instrucciones precisas de proyectar un señorial paseo digno deI nuevo imperio. Por supuesto, siendo Bolland un diseñador francés, su mente estaba fija nada menos que en los Campos Elíseos de París. La primera parte de Ia calzada fue puesta en uso en el año de 1865 y sólo incluía Ia calzada central de 18 metros de ancho, con arboledas y prados de unos 9 metros a ambos lados. Tenía una sola glorieta localizada a Ia mitad deI camino que es Ia actual de Reforma y Niza donde está Ia palmera, su extensión era de poco más de 3 kilómetros. Originalmente se le llamó Paseo de Ia Emperatriz, pues prácticamente sólo servía a un usuario: Ia comitiva imperial, y no tenía más que un destino: el bosque y el castillo de Chapultepec.

Este fue el paseo que conocieron los emperadores, ya que hasta aquí llegaron los trabajos de construcción durante el tiempo de su gobierno. Por todos es conocido el trágico fin que tuvo Ia aventura de Maximiliano y Carlota en esta nuestra América.

Así fue el origen deI actual Paseo de Ia Reforma, Ia avenida más hermosa de todo el país, Ia que alberga los monumentos más importantes, donde se han construido Ias residencias paIaciegas que sirvieron de morada a los personajes poderosos y aristócratas de aquel México, elegante e intelectual. Actualmente aquí se construyen los edificios más lujosos, sede de los consorcios de mayor poder económico, no sólo de México, sino deI mundo. Lo sorprendente es que en sus inicios, el Paseo de Ia Reforma sólo cruzaba por ejidos, sembradíos y potreros.

EI proyecto original deI paseo, afortunadamente fue respetado por los gobiernos posteriores aI segundo imperio, así tenemos en Ia actualidad Ias cinco glorietas, los arroyos laterales en cada sentido y los camellones. Posteriormente se ha enriquecido con fuentes, estatuas, monumentos, bancas, prados y jardines, etc. Todo se ha conservado y protegido, gracias, en primer lugar, a que don Sebastián Lerdo de Tejada, tomó Ia estafeta con gran entusiasmo. Más tarde, tanto durante el largo gobierno de Porfirio Díaz como en los regímenes posteriores, Ias autoridades entendieron e hicieron suyo el orgullo que sentimos todos los habitantes de esta ciudad al tener una avenida tan hermosa, conservada casi siempre en espléndidas condiciones, salvo durante Ias embestidas de los grupos de seudo aficionados al futbol que, con el pretexto de festejar un triunfo y a veces hasta una derrota, han provocado severos daños aI más glorioso de los monumentos. Es curioso también, visto en retrospectiva, que en Ia medida en que el Paseo de Ia Reforma crecía en esplendor, su vecino cercano, EI Paseo Nuevo o de Bucareli perdía, poco a poco, el suyo. Tres hermosas fuentes, de Ias que sólo conocemos el destino de Ia más humilde, y de Ias otras dos, aunque no quedan ni sus luces, sí hay grabados y fotografías por lo que nos resistimos a creer que hayan sido destruidas en su totalidad. Tampoco podemos imaginar quien fue Ia autoridad que arbitrariamente permitió el derribo de miles de árboles y posteriormente procedió a adjudicar estas tierras, propiedad deI ayuntamiento, enajenándolas a particulares. Negocio que si fue para el gobierno de Ia ciudad maIo, pero si fue un sucio negocio entre funcionarios y particulares, pésimo.

El caso es que como resultado final de tan aberrante disposición, actualmente el otrora hermoso Paseo Bucareli está convertido en una vía sin personalidad y que en lugar de disfrutarla, Ia padecemos.

Así de esta manera, Ia Ciudad de México ha ido perdiendo espacios que disfrutaron nuestros antepasados: plazas, jardines, fuentes y hasta monumentos, que de Ia noche a Ia mañana desaparecen de nuestra vista y que sólo por rumores conocemos sin alguna certeza de su destino final. Aquí cabe una invitación a todos los lectores que tengan información respecto a lo anterior, nos Ia hagan Ilegar para así poder hacerla pública.

Fuente: México en el Tiempo No. 13 junio-julio 1996

autor Oscar Mu
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