Richard Bell: el payaso que divirtió a Porfirio Díaz
Te presentamos la historia de este popular artista, de origen inglés, célebre por ser el único que logró hacer reír en público a Porfirio Díaz a finales del siglo XIX y principios del XX.
Érase una vez un payaso muy cómico de nacionalidad inglesa llamado Ricardo Bell. Pregunte usted a cualquier octogenario crecido en México si se acuerda de este artista y verá cómo su rostro se ilumina. Le contestará, por ejemplo: «Mis padres tomaban el tren de Morelia cada año, sólo para ir al circo de Orrín y ver a la estrella, Ricardo Bell…» incluso Juan de Dios Peza, gran poeta de la segunda mitad del siglo pasado, dijo en una ocasión: «Bell es más popular que el pulque».
¿Quién fue este hombre notable que cautivó los corazones de los mexicanos jóvenes y viejos, ricos y pobres, durante dos generaciones? Ricardo Bell nació en 1858 en Deptford, Inglaterra, hijo de James Bell, de Escocia, y Emily Guest, de Irlanda. Debutó en el circo en Lyon, Francia, a los tres años de edad, siguiendo la tradición artística de su familia, pues su padre fue un famoso productor de pantomimas en el Crystal Palace.
Ya para 1866, Ricardo y sus hermanos eran acróbatas ecuestres en el circo Chiarini. Después de presentarse en las principales ciudades de Europa, los cuatro hermanos Bell viajaron de San Petersburgo a Nueva York.
Bell pisó tierra mexicana por primera vez en 1869, cuando llegó con el gran circo Chinelli. En esa época, México atravesaba por un momento muy difícil de descontento, anarquía y violencia en el campo. Los hermanos Bell pasaron muchas aventuras, pero hubo una en particular de gran significado en el futuro del gran payaso. En una ocasión, los cuatro muchachos -Jack, Jim, Jerry y Dick estaban escondidos en un pajar en Oaxaca; los soldados ya les habían robado los caballos y clavaban sus bayonetas en el montón de paja que ocultaba a los jóvenes. Un comandante detuvo la búsqueda de los aterrados inocentes, que después de esto prefirieron entregarse. Luego de relatar su historia al oficial, éste les devolvió sus caballos y les aconsejó que regresaran a Inglaterra. El comandante que los trató tan paternalmente fue el capitán Porfirio Díaz. Años después, ya presidente, el ilustre oaxaqueño le recordó esta anécdota a Ricardo Bell, ya para entonces un payaso famoso. La amistad entre Porfirio Díaz y Ricardo Bell es sólo una de las múltiples facetas enigmáticas de la historia del artista.
La cirquería «pax porfiriana»
En 1883 llegó a la Ciudad de México el gran circo de Orrín, con el cual se asocia estrechamente el nombre de Bell. Para esas fechas, el payaso ya había perdido a dos hermanos y a su madre y se había casado con una mujer española, a quien conoció en Santiago, Chile, donde su padre fue embajador de Francia. Francisca Peyres se convirtió en la esposa de Ricardo en 1879 y tuvieron 22 hijos, de los cuales sobrevivieron 13. Paca, como él siempre la llamó, y su madre, mamá Engracia, quien vino a vivir a México con la creciente familia, desempeñaron un papel muy importante tras bambalinas en la vida del payaso. El circo de Orrín alcanzó su máxima popularidad durante la época de la «pax porfiriana». Un reportero efusivo así lo describió: «El circo de Orrín no es un negocio, es una institución pública. Es una costumbre tan arraigada como la Semana Santa y las posadas. Es la médula de la alegre tradición del pueblo mexicano, lo mismo en Chihuahua que en Guadalajara o México.»
Según el censo de 1895, la población de la Ciudad de México alcanzaba casi medio millón de habitantes. Una estrategia clave de la política porfiriana consistía en alentar la inversión inglesa y europea en general para contrarrestar la larga sombra que Estados Unidos proyectaba sobre nuestra nación. La Ciudad de México ya había adquirido la reputación del París del hemisferio occidental. Contaba con un gran número de hoteles muy elegantes, entre ellos el hotel Iturbide, El Jardín y el St. Francis. La lista de restaurantes recomendados en 1907 incluía el Café de París, Sylvain’s y el Café Colón, pero indiscutiblemente ocupaba el primer lugar el restaurante Chapultepec, rodeado de árboles antiguos y situado un poco más abajo del castillo, donde hoy se encuentra el Museo de Arte Moderno.
Hacia fines del siglo XIX Tacuba era considerado un suburbio, en tanto que Tacubaya era un pueblo aparte, famoso por sus peleas de gallos y juegos de apuestas, por lo que se ganó la reputación de ser el Monte Carlo de México.
Napoleón, Garibaldi, La Reina Victoria y Aladino
El circo de Orrín se estableció inicialmente en la plaza de Santo Domingo y permanecía en la Ciudad de México durante los primeros cinco meses del año, de enero a mayo. El 21 de febrero de 1891 se inauguró espectacularmente una arena especial para circo en la plaza de Villamil con capacidad para 2 500 espectadores y 38 palcos para visitantes distinguidos. Su costo ascendió a 100,000 pesos, en una época en que los mejores hoteles cobraban de uno a cinco pesos diarios. En este palacio de diversión, «vasto, elegante, bien alumbrado y alfombrado con tapete rojo», el payaso Bell deleitaba a su público, que noche a noche lo ovacionaba de pie. Las producciones se volvieron cada vez más extravagantes e incluían La Cenicienta, con su glorioso vestuario, representaciones de Napoleón, Garibaldi y La Reina Victoria interpretadas por niños de cuatro o cinco años, la magia de Aladino y su lámpara maravillosa, Noches en Pekín y La Feria de Sevilla. Quizá el número más fastuoso haya sido el que llevaba por nombre Acuática, pues dejaban atónito al público las cascadas de agua que llenaban el escenario, formando un lago suficientemente grande para acomodar varias góndolas, y todo iluminado por luces de colores.
La magnificencia de estas presentaciones era realzada por la excelente música de fondo interpretada por la orquesta; sin embargo, por más espléndido que fuera el espectáculo, siempre el payaso Bell era quien suscitaba el mayor entusiasmo y recibía las más profusas alabanzas en los diarios: «El circo sin Bell sería como Hamlet sin el príncipe de Dinamarca.»
De Ciudad Juárez a Mérida
Cada año en mayo, el circo salía de gira en una docena de vagones ferroviarios construidos especialmente para este fin. Las presentaciones comenzaban en Guadalajara e incluían León, Saltillo, San Luis Potosí, Aguascalientes, San Pedro de las Colonias, Guanajuato, Torreón, Gómez Palacio, Silao, Irapuato, Celaya, Zacatecas, Piedras Negras, Chihuahua, Ciudad Juárez, Toluca, Pachuca, Real del Oro, Durango, Colima, Mazatlán, Rositas, Río Verde, Monterrey, Laredo, Tampico, Atotonilco, Monclova, Oaxaca, Puebla, Jalapa, Orizaba, Veracruz y, finalmente, Progreso y Mérida. Tomando en cuenta el gran número de ciudades que figuraban en este itinerario anual, no es sorprendente que el nombre de Bell haya permanecido vivo durante tantos años entre los mexicanos.
Miembro distinguido de la sociedad de la Ciudad de México, Ricardo Bell pertenecía al Jockey Club, un grupo muy prestigioso que se reunía en el edificio hoy conocido como La Casa de los Azulejos. Se sabe que era muy dedicado a su familia; las mejores escuelas católicas fueron el centro educativo de sus hijos, disciplinados además por institutrices francesas y una imponente tutora inglesa. (La única representación en la que participaban los niños Bell era la Función de Beneficio Bell que se celebraba una vez al año; por lo general, esta presentación constituía el momento culminante de la temporada; el graderío siempre se atestaba en este día.
A partir de 1893, esta numerosa y unida familia vivió en una casa de 12 recámaras en la calle de Madrid. Los domingos, después de ir a misa de las 11, que se celebraba en inglés en la iglesia de San Lorenzo, acudían a oír el concierto de la banda en la Alameda, donde con frecuencia se oía a los transeúntes comentar: «¡Allí van los hijos de Bell!» En varias ocasiones el famoso payaso tuvo que actuar en circunstancias muy penosas, sabiendo una vez que cuatro de sus hijos padecían difteria o cuando un hijo deliraba a causa de la fiebre tifoidea. En Guadalajara, una hija recién nacida murió mientras él hacía reír a carcajadas a miles de niños. Aunque hasta cierto punto logró mantener su vida privada fuera del conocimiento del público, la gente se enteró de que la pequeña Gladys había muerto mientras su padre actuaba en el circo. Estos incidentes tan tristes atraían aún más la simpatía de sus admiradores.
La Revolución ahuyenta la alegría y diversión
Entre las amistades de Bell figuraron algunas personalidades importantes. Hay fotografías de una cacería en Milpa Alta a la que asistió con Porfirio Díaz; asimismo, el presidente y su popular esposa Carmelita fueron invitados a comer a la casa de la calle de Madrid varias veces (según cuenta la historia, en una ocasión un reportero se atrevió a preguntar al viejo dictador por qué no dejaba votar al pueblo. «¡Porque votarían por Ricardo Bell para presidente!», respondió).
A fines de 1909, el sensitivo payaso notó un cambio en el estado de ánimo de su público. Esta gente sencilla y apacible parecía estar triste, descontenta y a veces hasta agresiva. Cuando un amigo le advirtió que el futuro le parecía gris y que tal vez le convendría por su propia seguridad salir de México hasta que pasara la tormenta, Ricardo Bell, acompañado por su numerosa familia, dejó su país adoptivo sin sospechar que jamás regresaría. Los Bell se trasladaron a Nueva York. De inmediato, el gran payaso comenzó a hacer planes para montar espectáculos aún más grandiosos. A pesar de su visión esperanzada y de su naturaleza optimista, se sintió desconsolado al enterarse de que había estallado en México la revolución armada. Incluso en la prensa aparecía publicada una fotografía de 10 o 12 vagones ferroviarios del circo Bell como transporte de las tropas revolucionarias. (El circo Bell nació en 1907, tras el rompimiento con Eduardo Orrín. Se dice que Porfirio Díaz se sintió muy afligido al enterarse del cierre de esta institución tan popular. Incluso llegó a ofrecerle a Bell un terreno, donde más tarde se erigiría el Hotel del Prado, sobre la avenida Juárez. De esta manera, el inglés pudo dirigir su propio circo con gran éxito durante tres años antes de su partida).
A principios de 1911, Ricardo Bell se enfermó de gravedad luego de haberse expuesto a una ventisca. Rodeado de su familia, murió el 12 de marzo a la edad de 53 años y fue enterrado en Nueva York. En México, sus admiradores recibieron la noticia con gran tristeza e incredulidad. Cincuenta años después, el 12 de marzo de 1961, un periódico capitalino publicó una carta escrita por un niño cuando Bell falleció: «A Ricardo Bell en el cielo… ¡Si hubieras muerto aquí y no en Estados Unidos!, nosotros los niños hubiéramos podido cuidarte y cubrir tu tumba con flores de Xochimilco, gardenias de Córdoba, violetas de Tlalpan y rosas de Ixtacalco…»