El recinto ceremonial de Tenochtitlan
Siempre fue motivo de preocupación de los pueblos de la antigüedad, al fundar sus ciudades, crear un espacio sagrado que sirviera de residencia a los dioses y un espacio profano en el que habitaran los hombres.
Aún más, dichas fundaciones iban siempre acompañadas de símbolos míticos que legitimaban el acontecimiento, sin importar que, en tanto mitos, nunca hubieran ocurrido en la realidad. Los aztecas o mexicas no fueron ajenos a esta preocupación, y fue así como establecieron su ciudad en un lugar donde su dios Huitzilopochtli les hizo ver determinados símbolos, como el del águila parada sobre el tunal, aunque este hecho nunca sucedió, pues como bien señala la historia, en realidad se asentaron en donde se los permitió el señor de Azcapotzalco; sin embargo, el mito se sostuvo y con el tiempo cobró mayor presencia, como si en verdad la fundación hubiera sido un mandato del dios.
Una vez que se les conceden los terrenos para su ciudad, dicen las fuentes históricas, los aztecas construyen el primer templo para Huitzilopochtli, quedando así marcado el espacio sagrado, a la vez que dividen los terrenos en cuatro partes para la erección de la ciudad. La lámina 1 del Códice Mendocino nos da una idea de cómo la parte sagrada quedaba en el centro, con las cuatro parcialidades a su alrededor.
Con el crecimiento de la ciudad, que se piensa llegó a tener alrededor de 200 mil habitantes y hasta 78 edificios en el recinto ceremonial, el cual debió sufrir varias ampliaciones. Tanto los datos históricos como los arqueológicos nos proporcionan información sobre el particular. Fray Bernardino de Sahagún nos relata en su Historia general de las cosas de Nueva España las características de los edificios, además de dejarnos un plano en el que vemos la distribución de algunos de ellos dentro de la plaza principal. Así sabemos que había dos juegos de pelota, estructuras que además de su carácter ritual también lo tenían deportivo. El principal de ellos se localizó en la calle de Guatemala, atrás de la Catedral, en el lugar preciso en que lo ubicó Sahagún en su plano y orientado en la misma dirección, es decir, de este a oeste. Las exploraciones arqueológicas han permitido conocer la posición del Templo del Sol, excavado en 1976 debajo del Sagrario de la Catedral. De este edificio se conocen varias de las etapas constructivas que lo hicieron cada vez más ancho y más alto. También se exploró un templo de planta circular, posiblemente dedicado a Ehécatl-Quetzalcóatl, dios del viento, junto al Templo del Sol. Al sur del Templo Mayor tenemos los restos del Templo de Tezcatlipoca, también orientado hacia el oeste. Frente a este edificio se encontró, hacia 1985, una escultura circular pintada de rojo y con representaciones de conquistas militares que, según Felipe Solís, corresponden a las que realizó Moctezuma I, quien gobernó Tenochtitlan entre 1440 y 1469.
En 1901 se localizó una escalinata que corre de oriente a poniente debajo del edificio de los Marqueses del Apartado, y frente a ella las esculturas de un felino, una serpiente y un ave. En total se han localizado cerca de cuarenta monumentos dentro del recinto ceremonial. Los últimos hallazgos han correspondido al Programa de Arqueología Urbana, que pudo intervenir en varios predios aledaños al Templo Mayor y también debajo de la Catedral Metropolitana, en donde se localizaron por lo menos cinco edificios de gran tamaño, entre ellos el juego de pelota ya mencionado, así como adoratorios, canales de desagüe y un buen número de ofrendas.
Uno de los últimos hallazgos se hizo en el predio que se ubica en la esquina de Guatemala y Argentina, donde se pudo rescatar la escalinata de la plataforma del Templo Mayor perteneciente a la sexta y a la séptima etapas constructivas, levantadas alrededor de 1500. Ahí se verificó la excavación de la ofrenda marcada con el número 102, que revistió sumo interés: sobre la escalinata se encontró una cista formada por piedras que contenía lo que parece ser el atuendo de un sacerdote del culto a Tláloc, con varias piezas de tela perfectamente conservadas. Una de ellas es una especie de chaleco decorado con bandas negras y círculos que nos recuerdan el atavío que porta Tláloc en el Códice Durán. El atuendo se completa con un tocado de madera y papel en forma de pico. Las piezas de papel amate recuperadas muestran el fino trabajo de aquellos artesanos que se dedicaban a estas labores. Otra pieza de tela mostraba restos de decoración a base de plumas de aves. También se encontraron una calabaza, bolsas de papel, flores de pericón, ramas de ahuehuete y mezquites, espinas de maguey y restos de moluscos y de vertebrados. Todos estos materiales estaban recubiertos con hule, según los análisis realizados hasta el momento. Cabe señalar que la ofrenda se hallaba sobre el tramo de la escalinata de la plataforma que conduce a la otra escalinata que lleva hasta el adoratorio del dios. El buen estado de conservación de estos materiales posiblemente se deba a que dicha ofrenda fue la única que se encontró dentro de un conglomerado de cal y piedra que la selló perfectamente. No cabe duda de que se trata de uno de los hallazgos más significativos entre los encontrados en las excavaciones de este predio.
El recinto sagrado llegó a tener, según cálculos hechos por el arquitecto Ignacio Marquina, hasta 500 metros por lado. De él partían cuatro calzadas: la de Iztapalapa, al sur, que atravesando el lago llegaba hasta la población del mismo nombre y a lugares como Xochimilco y Tláhuac, zona chinampera rica en productos agrícolas. Hacia el norte salía la calzada al Tepeyac, que pasaba cerca de Tlatelolco, la ciudad gemela de Tenochtitlan, y que llegaba hasta lo que hoy conocemos como la Villa de Guadalupe. Hacia el poniente partía la calzada de Tacuba, que unía a Tenochtitlan con la tierra firme que había de ese lado. La cuarta calzada, de menor tamaño que las anteriores, iba hacia el este. Como se ve, las calzadas estaban orientadas conforme a los cuatro rumbos del universo, teniendo como centro el recinto ceremonial. A su vez, dentro del recinto, el Templo Mayor constituía el centro fundamental, el centro de centros, siendo el lugar de mayor sacralidad, como veremos más adelante.
En general, el recinto o plaza ceremonial era una réplica del cosmos. Sus edificios, sus orientaciones y sus características obedecían a la idea que los aztecas tenían del universo. Ningún edificio, por pequeño que fuera, estaba colocado al azar, sino conforme a la cosmovisión y a los mitos. Un buen ejemplo de ello es el templo de Ehécatl-Quetzalcóatl, de forma circular y, como ya anotamos, orientado hacia el este. Lo anterior correspondía al mito conforme al cual los dioses se habían reunido en Teotihuacan para crear el Quinto Sol; ninguno de ellos sabía por dónde habría de salir el Sol, unos pensaban que lo haría por el sur, otros por el norte; en fin, sólo dos dioses, Ehécatl-Quetzalcóatl y Xipe Tótec, atinaron a que saldría por el oriente. Por ello el templo del primero está ubicado frente al Templo Mayor y viendo hacia donde sale el Sol. En cuanto a Xipe o Tezcatlipoca rojo, es el numen que rige el rumbo este del universo, el rumbo por donde cada mañana nace el Sol.
Visto lo anterior, y ya que hemos entrado en los terrenos de la cosmovisión, vamos a referirnos a ella para conocer qué imagen tenían los antiguos mexicanos del universo y su relación con el recinto y con el Templo Mayor de Tenochtitlan.
Fuente: Pasajes de la Historia No. 10 El Templo Mayor / marzo 2003
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