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El Santo, el enmascarado de plata

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Rodolfo Guzmán Huerta vivió gran parte de su vida tras una máscara plateada.

“Espectacular encuentro de lucha libre con los muertos vivientes” exclama el ahora desgastado cartel que afirma que el Zócalo fue (iba a ser) invadido por una horda de Zombies y que sólo una persona podría hacerles frente. Por presenciar esta llamada “batalla del siglo”, se debían pagar únicamente 70 pesos, ¿la fecha? Sábado 29 de octubre de 1961. El salvador de la Ciudad de México no podría ser otro que El Enmascarado de Plata, que para este entonces (19 años luchando desde su aparición en los cuadriláteros) ya se había forjado una leyenda.

Actualmente, 58 años después de tan épica batalla podemos sólo adivinar que los Come Cerebros, como casi ningún otro luchador (léase Blue Demon, Los Villanos del Ring), monstruo (léase Brujas, Momias de Guanajuato, Drácula, La Hija de Frankestein) o actor cómico (léase Capulina) no fueron rival para El Santo. 

Rodolfo Guzmán Huerta, el hombre detrás de El Santo, nació en Tulancingo, Hidalgo, el 23 de septiembre de 1917. Se mudó a la Ciudad de México siendo un niño. Con una marcada facilidad hacia el deporte, tuvo que practicar primero béisbol y futbol americano, para encontrar en el Jūjutsu su verdadera vocación: la lucha.

El Santo, El Diablo o El Ángel

Fue su primer entrenador, Jesús Lomelí, quien no sólo le propuso vestirse de plateado para encarar a sus rivales sobre el ring, sino elegir uno de éstos tres nombres. La elección para Rodolfo fue sencilla. Así fue como, en 1942, El Santo empezó a figurar en los carteles de lucha libre. “Utilizar la máscara al principio era un verdadero martirio” llegó a afirmar Guzmán Huerta en una entrevista, “estaba fabricada con piel de cochino y me daba tanto calor que me asfixiaba”.

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Desde sus inicios, El Santo fue marcadamente Rudo. Humillado por un principiante, El Lobo Negro, su primer rival en esa histórica pelea en al Arena México, sufrió por parte de El Santo de una “rudeza desmedida” cosa que descalificó al debutante.

Una pantalla digna de su color

El género de luchadores, que concordó con el auge del Cine Mexicano, se dio en 1952, y aunque El Santo no fuera el primer luchador en protagonizar una película (lo fue El Médico Asesino, en una cinta que, en una inexplicable coincidencia, se llamó El Enmascarado de Plata), fue éste el que logró colocar a esta subcategoría en el gusto popular. A la postre, El Santo participaría en mas de sesenta películas.

Como dato curioso, cuando se estaba expandiendo el mercado del cine nacional, se grababan dos versiones de una misma película: una para el público mexicano; y otra para el europeo. ¿Cuál era la diferencia? La versión europea de, por ejemplo, El Vampiro y el sexo (1968), mientras nuestras hechiceras estaban cubiertas con una estorbosa túnica negra, las de la versión europea se paseaban topless frente a la cámara.

Ícono nacional

Con 40 años de carrera, El Santo se retiró de las luchas sin haber sido nunca desenmascarado. Dos años después, en 1984, Rodolfo Guzmán Huerta, tras una actuación en el Teatro Blanquita, falleció de un infarto al miocardio.

Carlos Monsiváis definió a El Santo como “el rito de la pobreza, de los consuelos peleoneros dentro del gran desconsuelo-que-es-Ia-vida”. En un país carente de ídolos reales, se buscaban héroes en las dos pantallas (la chica y la grande), detrás del radio, y arriba de los cuadriláteros. Uno de los que más ha perdurado en la cultura nacional ha sido El Santo, y este mes, a 102 años del nacimiento del hombre que lo encarnó, lo celebramos a dos de tres caídas, sin límite de tiempo.  

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autor Andoni Aldasoro
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