El Sótano de la Lucha: descenso al paraíso (Chiapas)
Semioculto por la niebla, el Sótano de La Lucha, una inexplorada cavidad en las entrañas de Chiapas, se reveló a los realizadores de La aventura de México desconocido, como un hoyo entre las nubes que se cerraban y abrían dejándoles entrever la vegetación que cubría su fondo, a 240 metros de profundidad.
La única vía para llegar al “Sótano de la Lucha es cruzando la presa Nezahualcóyotl, en el municipio de Malpaso. Ahí nos reciben y alojan en el campamento de la CFE, cuyo apoyo es fundamental. Luego, a bordo de una lancha “tiburonera” cruzamos la presa a su nivel, ocho metros abajo de su máxima capacidad y tras 45 minutos de navegación llegamos al embarcadero de La Lucha, poblado del que aún nos separan dos horas de marcha.
Nos sorprenden los pastizales en una zona selvática. Hace apenas un par de décadas era selva tropical de frondosos árboles, con monos, jaguares, guacamayas y pavones. La ganadería se ha extendido, sustituyendo la original biodiversidad por dos únicas especies: el pasto y el ganado.
Los huertos de café y plátanos anuncian la proximidad de La Lucha, una comunidad tzotzil de escasos 300 habitantes, instalados ahí en 1978. El nombre del pueblo es también el apellido del Sótano. Como recibimiento, Don Pablo Morales, uno de los “principales”, nos ofrece un caldo de pollo con verduras del huerto.
COMIENZA LA EXPLORACIÓN
Pasamos por los límites de la Selva del Mercadito, que crece sobre lo que los espeleólogos llaman un kárst tropical, una formación geológica caracterizada por la presencia de grandes conos y torres de piedra caliza. Después de caminar una hora llegamos a la bifurcación de caminos en donde nos dividimos en dos equipos, uno de los cuales, a cargo del espeleólogo Ricardo Arias, recorrería el cañón para penetrar por la galería subterránea que lleva hacia el fondo del Sótano, en tanto el otro tomaría el camino que conduce a su boca en lo alto de la meseta.
Al atardecer, tras disiparse la niebla establecemos contacto visual con nuestros compañeros que acaban de llegar al fondo por el túnel. Levantamos los campamentos, uno abajo, en la boca del túnel y el otro arriba, al borde del abismo. A la mañana siguiente despertamos con la algarabía de centenares de pericos, proveniente del dintel de la entrada del túnel. En los huecos de los acantilados del sótano abundan los pericos Pechisucios, pues ahí encuentran protección contra la intemperie y los depredadores. Todas las mañanas vuelan en espiral para llegar a la superficie y cuando salen en busca de alimento se enfrentan a una nueva presión, pues para conseguir su alimento tienen que ir cada vez más lejos, hasta los distantes reductos de la Selva del Mercadito.
CON LOS ESPELEÓLOGOS
En la superficie Carlos, Alejandro y David, del equipo de espeleólogos, hacen los preparativos para intentar un descenso con cuerda, por una pared de 220 metros de altura. Parado sobre una saliente al borde del abismo, con Javier Piña, asistente de cámara, filmo a David mientras despeja de vegetación el primer tramo del descenso, cuando sucede algo inesperado… Un ruido sordo surge de las entrañas de la tierra, y la roca bajo los pies se cimbra sacudida por un temblor. Inmediatamente nos comunicamos por radio con nuestros compañeros y por fortuna todos están bien. La sensación fue realmente aterradora, pues a pesar de estar atados con una cuerda de seguridad a otra roca, la inestabilidad de los bloques de piedra caliza nada garantizaba.
La cuerda de 400 metros está asegurada a un árbol lejos de la orilla. Alejandro baja con facilidad hasta la mitad de la pared y sube otra vez sólo para fines del rodaje, pues tendrán que bajarme con la cámara para filmar toda la secuencia. No siento miedo ante el vacío, dado el profesionalismo de esos jóvenes espeleólogos. La cuerda que nos sostiene, del grosor de un dedo, aguanta un peso de dos mil kg. El primer paso al vacío hace la diferencia.
HACIA LAS PROFUNDIDADES
Primero me bajan solo y una vez que libro las ramas y raíces de los primeros 20 metros, Alejandro me ayuda a colocar la cámara de 10 kg en una montura especial que fabriqué para suspender la cámara de la mochila que llevo en la espalda, donde va un pesado cinturón de baterías. Todo ese peso aumenta minuto a minuto, mientras se complican las maniobras por la cantidad de cuerdas a sortear. Pero, tras vencer este obstáculo, quedo suspendido en el abismo. La vista dentro de la cavidad y el estruendo de los pericos son impresionantes.
A la mitad del trayecto se me duermen las piernas. Por el radio pido que me bajen más rápido mientras filmo, por lo que desciendo girando y consigo mejores tomas mientras llego a la copa de los árboles y me hundo entre las palmas y helechos. Lo que desde arriba parecían arbustos son árboles y plantas de dimensiones extraordinarias. La escasa luz solar que reciben en el fondo del Sótano las hace competir en altura. Hay acacias de 20 metros de alto, palomulatos de los que cuelgan bejucos de mas de 30 metros de largo, que se pierden entre unas palmas de agudas espinas de apariencia prehistórica. Todo ahí es superlativo. Un paraíso perdido donde el tiempo se ha detenido en otra antigua era.
Para completar la secuencia del descenso Alejandro vuelve a bajar, esta vez hasta el suelo, y tras un breve descanso regresa por la misma vía para ayudar a sus compañeros en la superficie a desmontar y recoger el equipo. Por medio de dos aparatos, el croll y el puño, sube usando la fuerza de sus piernas para impulsarse lentamente hacia arriba. El descenso de 220 metros que le llevó sólo 15 minutos requiere para el ascenso de una hora y media, y más de 800 yumareadas.
Esa noche duermo en el campamento de la boca del túnel, de unos 30 metros de altura. Al día siguiente iniciamos el regreso siguiendo el camino del agua, que nace en una galería al fondo del sótano, desaparece bajo las enormes rocas que forman el suelo del jardín selvático, y resurge como un pequeño manantial al interior del túnel donde acampamos, para convertirse en río subterráneo, que en la temporada de lluvias llena en su totalidad la cavidad de 650 metros de longitud.
Nos internamos en la oscuridad descubriendo con nuestras luces las fantásticas formaciones de carbonato de calcio, y a la mitad, donde el río se ensancha y forma un apacible estanque, encontramos a sus habitantes más notables: unos bagres ciegos semipigmentados, que emplean sus antenas para detectar su alimento mediante las vibraciones en el agua. Estos peces, del género Rhamibia, pertenecen al tipo de fauna cavernícola llamada troglobia.
Finalmente, salimos del túnel y el río desaparece de nuevo bajo los enormes bloques de piedra del cañón, para regresar a la superficie convertido en el caudaloso río de la Lucha, otro de los afluentes de la presa Nezahualcóyotl.
Para la mayoría de nuestros amigos de La Lucha, el Sótano sólo existía en las leyendas. Este impresionante paraíso escondido puede convertirse en una alternativa sustentable para el desarrollo ecoturístico de los pobladores, y en un sitio idóneo para propiciar la conservación de las selvas circundantes.
Fuente: México desconocido No. 333 / noviembre 2004
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