En bici, de Tlalpan a La Villa, Distrito Federal
Desde tiempos remotos los habitantes del Valle de México han recorrido esta tierra siguiendo muy diversas direcciones, pero sin duda una ruta clásica es la existente entre dos sitios clave: el pueblo de Tlalpan y la Villa de Guadalupe. En esta ocasión, un niño en bicicleta nos muestra la ruta.
Las épocas pasan y con éstas cambia el paisaje. En nuestro caso el primer eje de este recorrido clásico es la Ave. Insurgentes, que comienza en Tlalpan, en la carretera a Cuernavaca y culmina en los Indios Verdes, en la salida a Pachuca, a un costado de la Villa de Guadalupe. Estos sitios constituyen dos extremos elevados, ya sea del Ajusco o del Cerro del Tepeyac, desde donde se observa la enorme urbe.
EMPIEZA EL CAMINO
El centro de Tlalpan conserva su carácter de pueblo antiguo, con muchas casonas y una plaza central con un simpático kiosko. Aquí se ha cambiado para bien, pues la antigua Casa Frissac, a un costado, ahora es una Casa de la Cultura, y lo que fue un desangelado hospital siquiátrico es un extenso jardín.
Del zócalo de Tlalpan se llega a Ave. Insurgentes por la calle de Hidalgo. La frontera con la gran urbe es el Periférico, donde está la pirámide de Cuicuilco y se encontraba también la fábrica de Papel de Loreto y Peña Pobre convertida en centro comercial. Cerca está el conjunto habitacional de la Villa Olímpica, construida en 1968. En otra de estas esquinas destaca una zona escultórica, la llamada Ruta de la Amistad, creada para la Olimpiada Cultural del 68.
Toda esta área del valle está llena de piedra volcánica. La furia de la lava del volcán Xitle, que bajó desde el Ajusco, se desparramó por una vasta extensión. Antes de la década de los 50 del pasado siglo nadie tomó en serio construir en la zona. Sin embargo, Luis Barragán ideó el fraccionamiento de Jardines del Pedregal, y Mario Pani la Ciudad Universitaria. Estos dos sitios construidos sobre las piedras cambiarían para bien la fisonomía capitalina.
La UNAM ofrece edificaciones ejemplares, como su biblioteca con el enorme mural de Juan O’Gorman y el estadio, cuya fachada oriente muestra un mural de Diego Rivera.
SAN ÁNGEL Y SU MERCADO
En ruta a La Villa está San Ángel. Tiene quizá el mejor mercado del sur, aunque una de las desgracias de la modernidad es su desaparición y sustitución por los “supers”.
Sin embargo, sólo en los tradicionales mercados encontramos una gran variedad de hongos silvestres, los surtidos puestos de carne, fruta y verdura, además de sus olorosos comedores, que ofrecen un amplio menú de platillos nacionales.
Ahí destaca el Convento del Carmen –con un museo regional del INAH-, que recuperó una zona jardinada, gracias a lo cual se le puede admirar desde Insurgentes y no sólo por Revolución.
POR INSURGENTES, HACIA LA CIUDAD MODERNA
En esta vía son muchos los edificios construidos de los 70 a la fecha, con la nueva arquitectura de vidrios, me-tales y espejos. El siguiente punto interesante es la Colonia Nápoles, con el Parque Hundido, la Plaza México y el estadio de la Ciudad Deportiva, ahora sede del equipo Cruz Azul. En los antiguos terrenos del Parque de La Lama se construyó el Hotel de México, obra abandonada por años, aunque aspiró a ser el edificio más grande y lujoso de los 60, pero en realidad sólo fue un esque-leto de concreto durante dos décadas. Finalmente, se convirtió en el World Trade Center, uno de los centros de negocios más emblemáticos de la capital.
Otra de las fronteras es el Viaducto Miguel Alemán, en términos prácticos considerado la separación del centro con el sur. Y también a partir de ahí empiezan dos colonias con calor y abolengo, la Roma y la Condesa, ambas con una arquitectura peculiar. Aquí la ciudad creció en los años 40 y 50. Los terrenos de la Condesa de Miravalle, al urbanizarse, adoptaron las modas europeas del Art Decó y el Art Nouveau. A últimas fechas, la zona empieza a retransformarse, por un lado recuperando y revalorando estas construcciones, y por el otro, con una nueva arquitectura presente en edificios vanguardistas. El corazón es el Parque México, que por su diseño y entorno es un lugar privilegiado.
POR LA ZONA ROSA
Un testimonio de cómo pueden cambiar las modas y los barrios es el de la Glorieta del Metro Insurgentes, y en especial, la Zona Rosa. En los 70 abundaban los cafés y los restaurantes de moda, donde llegaban pintores, escritores, la “crema y nata”. Actualmente, ese privilegio se lo usurpó la Condesa. Aunque eso sí, el Metro y la Zona Rosa aún son muy populares.
Y para arribar a La Villa se puede continuar por Insurgentes, pero la ruta más directa e interesante es el Paseo de la Reforma; avenida que se transforma en la Calzada de Guadalupe, la cual llega al pie de la Basílica.
EN PLENO CAMBIO
En este entronque de Insurgentes y Paseo de la Reforma está la efigie de Cuauhtémoc, la cual pronto mudarán a unos metros de su posición original. Este antiguo Paseo del Emperador que mandara construir Maximiliano tiene mucho de qué hablar… El presidente Juárez la rebautizó como el Paseo de la Reforma, denominación que honra su nombre.
Ir a La Villa y no pasar por algunas zonas céntricas de esta ciudad resulta absurdo. Por tanto, hay que tomar una desviación y avanzar hacia Ave. Juárez, donde han surgido múltiples edificios sobre los ruinas de la devastación del terremoto de 1985.
Más adelante nos topamos con el parque de La solidaridad, que amplió la típica Alameda, así como el Palacio de Bellas Artes, símbolo éste de la cultura y herencia del Porfiriato, aunque terminado hasta los 30 del siglo XX. Su presencia europeizante contrasta con la vecina Torre Latinoamericana, nuestro primer y modesto rascacielos. Ambos están sobre el ahora conocido Eje Central Lázaro Cárdenas, que antes tuvo muchos nombres, y se le conoció como Panamá, Niño Perdido, San Juan de Letrán, Gabriel Leyva, Aquiles Serdán, Santa María la Redonda y Tlatelolco.
EL IMPACTO DE LA MODERNIDAD
Hubo ciertos periodos donde la modernidad importaba más que la conservación de los edificios históricos. Ahora, por fortuna, los criterios han cambiado, pero recuperar lo dañado constituye un esfuerzo largo y costoso. El Centro Histórico se recupera poco a poco y ya se empiezan a ver frutos, por lo que es un agasajo pasear por muchas de sus calles y plazas. En la ruta elegida nuestro ciclista avanza por la estrechez de Madero, que por cierto no permite ver el Zócalo sino hasta unos pasos de éste. Y eso no está mal, pues resulta una grata sorpresa visual llegar y enfrentarse súbitamente a la gran amplitud y monumentalidad de esa Plaza Mayor.
El Zócalo de la ciudad de México es de esos espacios que se pueden visitar cien veces, entre otras cosas porque atrae a todo tipo de gente, sean concheros, curanderos, predicadores, vendedores, compradores, manifestantes, turistas, vagos o simples peatones curiosos. Siempre hay algo que mirar y hacer, y todo en el magnífico marco de la Catedral Metropolitana, el Templo Mayor y los palacios de gobierno.
EN PLENA CALZADA
Para proseguir la ruta hacia La Villa tomamos Tacuba, quizá nuestra calzada más antigua, donde está la Plaza Tolsá, la más armónica y bella del Centro Histórico, custodiada por el famoso Caballito, testigo importante de los cambios de la urbe.
Para recuperar la ruta directa a La Villa retomamos Reforma, que en este tramo es una avenida más o menos reciente. A la izquierda aparece Tlatelolco con su gran can-tidad de edificios, donde varía nuevamente la fisonomía de la ciudad. Es “la Peralvillo”, con sus deshuesaderos de coches sus talacheros y hojalateros.
Si algo nos confirma la cercanía de La Villa de Guadalupe es la presencia de los enormes y extraños ‘monolitos’ sobre la Calzada de los Misterios, y que en verdad hacen honor a su nombre, aunque la mayoría de los peregrinos toma la paralela calzada como vía más directa al santuario
EL FINAL DEL CAMINO
Cuando a la distancia se empiezan a destacar los cerros que cierran el Valle, éstos anuncian el fin de la travesía. A pocos pasos está la nueva Basílica de Guadalupe, y la calzada apunta desde su camellón central directamente al antiguo templo.
Una vez en la explanada se ve el actual santuario, el convento y las capillas que rodean todo el cerro del Tepeyac. Si bien las basílicas son el principal objetivo a visitar, La Villa ofrece muchos lugares interesantes, como un museo, un panteón con huéspedes distinguidos y varias capillas, de las cuales destaca una oval, “La del Pocito”, una de las más bellas de la ciudad.
Este viaje no puede concluir sin un resumen visual. Hay que subir el cerro del Tepeyac hasta llegar a la Capilla del Cerrito, para observar desde su mirador la inmensa capital. Y si queremos constatar cómo ha cambiado este paisaje en los últimos 100 años hay un cuadro realizado por el pintor José María Velasco, inspirado desde este exacto punto de vista. Y del paisaje del futuro, sólo podremos especular sobre cómo será y se verá la ciudad de México.
Fuente: México desconocido No. 329 / julio 2004
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