Guillermo Meza, pintor surrealista
Guillermo Meza Álvarez-hijo de Melitón Meza García, indígena tlaxcalteca de raza pura dedicado a la sastrería, y de Soledad Álvarez Molina-nació el 11 de septiembre de 1917 en la ciudad de México, año en que el poeta Guillaume Apollinaire da valor a la palabra “surrealismo”; este concepto fue utilizado más tarde por André Bretón en su Primer Manifiesto del Surrealismo, publicado en 1924.
Guillermo entra a la primaria en 1926 y tres años después, atraído fuertemente por Ia música, inicia el estudio de varios instrumentos, concluyendo su aprendizaje a los 19 años. Otra de sus pasiones fue el dibujo (lo hacía desde los 8 años), por lo cual asiste a la Escuela Nocturna de Arte para Trabajadores núm. 1. Ahí toma clases de grabado con el maestro Francisco Díaz de León y de dibujo con Santos Balmori, con quien viaja en 1937 a la ciudad de Morelia en calidad de ayudante. Los ingresos obtenidos por este trabajo, los utiliza para seguir estudiando pintura en la Escuela España-México. En esta institución conoce a Josefa Sánchez («Pepita»), con quien se casa en 1947, procreando cuatro hijos: Carolina, Federico, Magdalena y Alejandro. «Pepita» muere el 6 de mayo de 1968 en su casa de Contreras. En 1940, el muralista Diego Rivera lo presenta, mediante una carta, a Inés Amor, directora de la Galería de Arte Mexicano, quien le organiza su primera exposición.
Guillermo Meza inicia su pintura en el expresionismo, como símbolo de ruptura y reclamo contra la sociedad. Durante su evolución en el arte, pasó de Ia negación deI dadaísmo (revuelta intelectual contra Ia sociedad) a Ia afirmación posdadaísta (liberación imaginativa): del anarquismo puro a una libertad positivamente realizable.
Su espíritu creativo y positivo le permitió superar la rebeldía característica de la juventud y adoptar una clara posición revolucionaria, como lo es el surrealismo que se basa en una libertad responsable. A través de este medio conciliatorio de la conciencia, pudo expresarse plenamente, enfrentando la realidad a su propia verdad.
Como gran admirador de Bretón -guía espiritual del movimiento surrealista- y de Freud -teórico de Ia libertad individual-, llega al surrealismo poético, síntesis espiritual donde todo es fantasía, sin alcanzar los extremos deformantes de Salvador Dalí.
«Cambiad la vida», dijo Rimbaud; «transformad el mundo», agregó Marx; «es necesario soñar», afirmó Lenin; «es necesario actuar», concluyó Goethe. Guillermo Meza no pretende cambiar Ia vida ni transformar el mundo, pero sí sueña a través del onirismo activo y fantástico de su pintura, parte esencial de su vida, trabajando intensamente en sus eternas y críticas denuncias sobre el abandono cultural y económico del sufrido pueblo indígena.
Guillermo ha sobrepasado los límites de su profesión: posee un conocimiento, no empírico, sino vívido y profundo, del pensamiento mágico indígena -herencia de sus ancestros tlaxcaltecas de la Sierra de Puebla-, que trasciende el sufrimiento y la aceptación no masoquista del dolor.
Después de la fugaz vida, existe para este artista el mito y el misterio del más allá, misterio que trata de desentrañar por medio de sus figuraciones casi siempre surrealistas, pero también simbólico-fantásticas.
Guillermo Meza pinta en el hieratismo extremo de sus personajes, el desaliento de una raza desgastada por el ancestral abandono y la continua y sistemática explotación. Raza que se refugia en lo poco que le queda: sus mitos y su magia (manifiestos en las sincréticas celebraciones religiosas) igualmente desgastados. Éstos son un refugio porque los indígenas se encuentran en medio de dos formas de fe que ya no pueden aceptar plenamente, debido a que no reciben de ellas un verdadero apoyo espiritual. En consecuencia, se sienten atraídos por otras filosofías que poco a poco los van dejando más vacíos y aislados de su medio.
Todos estos dolorosos y cambiantes aspectos socioculturales de su raza, son registrados por Guillermo Meza con su hadado y teúrgico pincel: rostros impregnados de arcanos misticismos, encubiertos con mentirosas máscaras, tocados con arcaicos y animalescos cascos; rostros con mirada aparentemente ausente, pero terriblemente aguda y escudriñadora. Cuerpos cobijados con tupidos mantos, cubiertos con volátiles capas de pluma o burbujeante espuma de mar; cuerpos vestidos con inverosímiles armaduras fabricadas con secretos e ignotos materiales. Danzantes cuerpos humanos en posturas imposibles; yacentes cuerpos mutilados sufriendo terribles tormentos; cuerpos cruelmente ensartados en Ias filosas pencas de un maguey o primorosos cuerpos femeninos en sugerentes y eróticas actitudes.
Paisajes de fantasía que más bien parecen de otras galaxias. Nocturnas vistas de lumínicas ciudades. Repentinos meteoritos traducidos en célebres ovnis. Brumosas y volátiles montañas. Pretéritas pirámides de vetustas y olvidadas culturas emergiendo de vahosas y movedizas frondas.
A través de su maravilloso arte, Guillermo Meza se pone en sintonía con el universo. Con su potente visión creadora, prefigura sus alucinaciones y quimeras: entelequias preñadas de misterio, iconos de irrealidad que son verdad en su complejo espíritu.
Sobre Ia tela proyecta sus eidéticas imágenes, ficciones concebidas e inventadas previamente en su fecunda conciencia, a través de Ias cuáles establece sus propios símbolos; signos que adquieren significación al tomar conocimiento de su prolífico pensamiento mágico, para comunicamos, así, su onírica fantasía y desahogar sobre la tela su particular y rica armonía espiritual.
Sus conocimientos musicales le permitieron incluir en su pintura ricas normas de composición, ritmo y armonía, aspectos que la hacen más comprensible si Ia vemos y la «escuchamos» como un poema musical elaborado a base de fuertes contrastes y contrapuntos, acorde con Ias formas, colores y sonidos contrapuestos.
Su obra pictórica cuenta con una infinita gama de colores, mediante Ia cual logra ricas variedades de «sonidos » y «silencios» visuales. A partir de un tono dominante, armoniza y complementa la resonancia de las formas y los colores circundantes. La paleta de Guillermo Meza es tan sonora y mágica como su pensamiento, digno complemento de su espíritu creador.
Pintura para ser contemplada y comprendida, cuyo contenido oscila entre lo mágico, lo terrible, lo lúdico y lo sensual; pintura de ensoñación y fantasía que la activa concepción de Guillermo Meza nos entrega como hermosa y rítmica poesía visual, en armoniosa combinación con su encendido y voluptuoso colorido tropical.
Eminentemente nacionalista, la obra de Guillermo Meza trasciende por su contenido universal, por su pensamiento y mensaje humano de aceptación positiva al sufrimiento y por su búsqueda constante de la paz. Con la esperanza de crear algo válido por sincero, este artista hace de su oficio un rito del que surgen imágenes nuevas, míticas y eternas ya porque actúan dentro de lo perenne e infinito.