Hidalgo, la tierra y el hombre
Las imágenes retratan no sólo el empeño y dedicación de una población que creció entre tiros, malacates, arrastres, maestranzas, molinos, azogue, trabes, haciendas, inundaciones y sacrificios. Son también testimonio del ingenio de un hombre que perduró por más de cuatro siglos. Las vistas panorámicas de la mina de Loreto, con sus extensos patios de beneficio, dan muestra de ello.
El mineral extraído de las entrañas de la tierra pasará por marros, garrotes, morteros, arrastres y molinos hasta lograr un polvo fino. Después, en un espacio abierto y debidamente enlosetado se verterá agua suficiente para cubrir el mineral. El azogue y el magistral, se agregarán después. Ya juntos todos los ingredientes, se tendrá el cuidado de amasar bien y concienzudamente por espacio de seis días con sus noches. Hacia el séptimo la mezcla se dejará reposar dos jornadas más procurando para ella el sereno de las noches y la luz del día, pero cuidando que no se contamine con agua de lluvia o polvo extraño. Han quedado, pues, asentadas en el fondo de las tinajas, las tortas de plata y azogue. Se tiene que observar que la nata de impurezas producida se separa de la mezcla y el beneficio hecho a la plata se lava cuidadosamente. Las tortas se llevan a las hornillas y el azogue se extrae por calentamiento. Ahora se tendrá plata de una ley superior.1
Lo que nos puede parecer una fórmula medieval de alquimistas es en realidad el proceso que hacia 1550 Bartolomé de Medina había empezado a utilizar en su hacienda La Purísima Concepción, en las faldas del cerro de la Magdalena, a un costado del río de Las Avenidas, en Pachuca, y que finalmente revolucionó la minería en el continente americano.
Nombres como Bartolomé de Medina, Pedro Romero de Terreros y José Alejandro Bustamante rememoran minas como la Vizcaína, Xotol, El Cristo y tantas más que con el paso del tiempo desaparecieron de-jando de ellas tan sólo historias y leyendas, algunas tomadas de la realidad y otras tal vez con mucho de imaginación.
POR LOS RUMBOS DE LA PLATA
El contraste logrado con las sales de plata y la gelatina da cuenta del equilibrio fantástico entre casas, minas, talleres y caminos que llevaban a “todo el mundo”. Nada se exagera cuando se habla de todo el mundo, pues durante más de tres siglos la plata de México y especialmente la de Pachuca fue utilizada para las grandes transacciones comerciales de Europa y Asia. Aún ahora, la pureza de la plata producida en Pachuca y Real del Monte es apreciada internacionalmente por su alta ley.
Pachuca es una ciudad donde a pesar de que desde mediados del siglo XX la actividad minera ha disminuido considerablemente, conserva en sus calles los monumentos que dan cuenta de la gran riqueza que poseyó gracias a la minería: el conjunto cultural de San Francisco, obra terminada en 1660 y que alberga a la escuela de artes, la Fototeca Nacional del INAH y el templo de San Francisco, así como el monumental reloj en la plaza principal, entre muchos otros.
Más arriba, quinientos metros más cerca del Sol, en el noreste se encuentra Real del Monte, otra población minera con más de 400 años de historia a la cual no ha podido avasallar la modernidad voraz de la metrópoli, como a todos los poblados que se levantaron alrededor de centros mineros. Real del Monte es también un reto a la gravedad; su traza y orientación guardan un dejo de fantasía y promesa; sus plazoletas, que surgen de pronto entre los días de niebla y lluvia son una fuente de atracción para una enorme cantidad de turistas que lo visitan. En Real del Monte Pedro Romero de Terreros y José Alejandro Bustamante obtuvieron en 1739 permiso para reanudar la explotación de las minas aún cuando para esa fecha el lugar se consideraba un depósito de plata agotado.
Estas imágenes fotográficas, tomadas en las primeras tres décadas del siglo XX, muestran cómo el camino de la plata va marcando el rumbo de las casas. Vemos, desde un puente colgante que se antoja infinito hasta una mina cuyo malacate reta la pendiente de un cerro; las imágenes muestran una cara de Real del Monte y sus alrededores que hoy se han empezado a redescubrir. Observamos también esa cara adusta y retadora de hombres que se esconden al sol y desentrañan una tierra a más de 200 m de profundidad. Hombres que posan a una cámara que ve, a través de ellos, los trabajos de esos días sin sol.
Fuente: México desconocido No. 331 / septiembre 2004
¿Quieres escaparte a Hidalgo? Descubre y planea aquí una experiencia inolvidable