Itzalan milli, método agrícola mesoamericano que representa la conexión humana con la naturaleza
En los campos de México, la memoria de la tierra sigue viva, esperando ser sembrada una vez más. El itzalan milli es testimonio vivo de ello.
En los surcos de la historia agrícola de Mesoamérica se halla un legado perdurable: el Itzalan Milli, una técnica de siembra ancestral que resurge como un testimonio vivo de la sabiduría de nuestros antepasados.
Como relatan las tradiciones orales, esta práctica va más allá de la mera agricultura; es una conexión con lo infinito y lo abundante, una forma de honrar la tierra y su generosidad.
El término Itzalan milli
El término «Itzalan Milli» fusiona dos palabras nahuas, que juntas evocan la idea de abundancia en medio de la siembra. Entre cada surco y milpa se forma la cruz de Quetzalcóatl, un símbolo de profundo significado en la cosmovisión mesoamericana.
Por ejemplo, en Tlaxcala, muchos de los agricultores mantienen viva este método tradicional de siembra. De acuerdo con el testimonio de Manuel Díaz, entre cada milpa se deja una distancia de 50 centímetros y 50 centímetros, entre cada surco. De modo que al sumar los cuatro lados entre cada milpa, suman 200.
Sin embargo, Díaz reconoce que las mediciones en los cálculos mesoamericanos eran muy distintas a los que conocemos ahora. Pese a ello, reconoce que en la cultura prehispánica el cero solía representar a la luna y la mazorca, símbolos de la fertilidad y la vida.
Por ende al sembrar de este modo se representaba un cuadrado con cuatro puntos, estos pares se podrían interpretar como los cuates que crearon el mundo sobre el cipactli, es decir, simbolizan el origen de la vida.
La agricultura en Mesoamérica
De acuerdo con la obra de Teresa Rojas, La agricultura y el riego en Mesoamérica, la siembra y cultivo en aquella época era un arte complejo y sofisticado, donde el trabajo humano era la piedra angular de la producción agrícola.
Sin el uso de animales de tiro, los campesinos mesoamericanos empleaban herramientas rudimentarias pero efectivas, como bastones de madera y hachuelas.
Desde la creación de zanjas y canales hasta la construcción de terrazas y bancales, cada tarea estaba imbuida de un profundo conocimiento del entorno y los ciclos naturales.
Los sistemas de cultivo en Mesoamérica eran diversos y adaptados a las condiciones específicas de cada región. Desde los extensivos sistemas de temporal, dependientes únicamente de la lluvia, hasta los intensivos sistemas asociados con riego y labranza del suelo. De este modo la agricultura mesoamericana era una manifestación de la creatividad humana en armonía con la naturaleza.
Los sistemas intensivos, como las chinampas en la Cuenca de México, representaban un ejemplo supremo de ingeniería agrícola, donde se aprovechaba al máximo cada centímetro de tierra fértil. Terrazas, metepantles y técnicas de riego permitían aumentar los rendimientos y garantizar la seguridad alimentaria de las comunidades.
Además de su papel como sustento material, la agricultura prehispánica también era un reflejo de la cosmovisión mesoamericana, donde cada planta, cada ciclo de siembra, estaba imbuido de significado ritual.
En la era moderna, el Itzalan Milli y otras prácticas agrícolas prehispánicas resurgen como testimonios vivos de la sabiduría de nuestros antepasados. Más que simples técnicas agrícolas, son recordatorios de una forma de vida en armonía con la naturaleza, una lección que aún podemos aprender en el presente.