Jardín botánico de la UNAM: oasis de belleza natural
Descubre esta maravilla situada en Ciudad Universitaria. Te sorprenderás...
Los primeros conquistadores quedaron deslumbrados al admirar el fantástico jardín donde Moctezuma II cultivaba una gran variedad de plantas originarias de tierras tropicales lejanas, sabiamente reunidas y cuidadas en una extensión de dos leguas de circunferencia en Oaxtepec, Morelos. Este no fue el único ejemplo de la creación de un jardín botánico en la época prehispánica, pues existieron otros, como el que fundó Nezahualcóyotl en Texcoco, o el que fuera parte importantísima de la grandeza de México-Tenochtitlan.
Los habitantes del México prehispánico lograron un notable desarrollo en cuanto a la observación, el conocimiento y la clasificación de las plantas, especialmente en aquellas que se utilizaban como alimento, tanto humano como animal, con cualidades medicinales o simplemente por su belleza; se esforzaban en reunir las mejores y más diversas colecciones por medio del comercio, la diplomacia, o incluso con el empleo de la fuerza militar.
Lo anterior significó una gran aportación para Europa, ya que desde América se exportaron numerosas especies, algunas de las cuales adquirieron importancia y tradición en el Viejo Continente e influyeron ampliamente en su cultura, incluido el arte culinario. Por ejemplo, la elaboración del chocolate europeo no hubiera sido posible sin el cacao, importado directamente de México y Centroamérica, ni los platillos italianos serían lo que son sin el tomate proveniente de América del Sur. Sin embargo, no fue sino hasta mediados del siglo XVI cuando se establecieron los primeros jardines botánicos en países europeos, los cuales han logrado un gran desarrollo, hasta llegar a formar magníficas colecciones mundiales, como las de Kew Garden, Jardín Botánico Real de Inglaterra.
El México actual ha heredado la admiración, el cariño y el conocimiento sobre las plantas, que se percibe en los parques y los jardines, e inclusive en los fantásticos corredores y balcones de las viviendas urbanas. Además de la tradición popular existe un sitio en la enorme y agitada ciudad de México que es digno depositario de nuestra rica tradición: el Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM, en terrenos de la Ciudad Universitaria, al suroeste del Distrito Federal.
Fundado el 1° de enero de 1959 gracias a la fusión de dos proyectos –uno propuesto por el brillante botánico doctor Faustino Miranda y el otro por el doctor Efrén del Pozo-, el Jardín Botánico adquirió características que lo hacen un lugar fuera de serie. Está enclavado en el corazón de la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel, último reducto significativo del ecosistema del senecionetum, un tipo de matorral único en el mundo que creció en esta zona después de la erupción del volcán Xitle, hace aproximadamente 2 250 años, y que posee una enorme importancia biológica y ecológica, como lo prueban dos especies endémicas –es decir, que crecen exclusivamente en la reserva-: una orquídea y una cactécea (Bletia urbana y Mammillaria san-angelensis, respectivamente). Lo anterior hace que el Jardín Botánico sea un oasis de belleza natural, un paraíso, un espacio de verdor y descanso donde, con solo entrar, se respira una atmósfera diferente, limpia y fresca.
El Jardín es mucho más que una simple área verde; por él se puede realizar un recorrido sumamente agradable y didáctico, admirando la gran variedad de plantas que se exhiben; además, la institución ofrece visitas guiadas, talleres, conferencias, audiovisuales, cursos y hasta conciertos de música clásica; adicionalmente cuenta con sala para exposiciones temporales, tienda, estacionamiento y una magnífica biblioteca, abierta a todo el público, donde se puede encontrar información sobre botánica y horticultura; todo esto rodeado por un soberbio paisaje natural.
Sin embargo, el Jardín no sólo es un lugar de paseo y de aprendizaje; en él trabajan equipos de investigadores de diversas disciplinas: botánicos, ecólogos, horticultores, bioquímicos e inclusive antropólogos, con el fin de propagar las especies que se encuentran en peligro de extinción, o que poseen alguna importancia especial, y rescatando el conocimiento tradicional de la herbolaria y la medicina de comunidades indígenas de nuestro gran país.
El Jardín Botánico posee dos instalaciones separadas: el Invernadero Faustino Miranda, ubicado en la zona escolar, y el jardín exterior, en el costado suroeste, a espaldas del Estado Olímpico México ´68. El jardín exterior está organizado en diferentes zonas según la vegetación que en ellas se exhiba, con lo que se logra una mejor comprensión del lugar. Allí se encuentran las secciones árida y semiárida, la Colección Nacional de Agaváceas, el Jardín del Desierto Doctora Helia Bravo-Hollis, plantas de la región templada, de la selva cálido-húmeda, el espacio de plantas útiles y medicinales y la reserva ecológica.
La zona de los ecosistemas áridos y semiáridos tiene particular importancia, ya que alrededor del 70% del territorio nacional posee este tipo de vegetación. La sección se encuentra dividida en islotes rodeados de andadores que nos conducen al descubrimiento de magníficos ejemplares de los diversos grupos de plantas adaptadas a zonas con poca lluvia, como las yucas, con su impresionante y aromática floración, que se utilizan para elaborar exquisitos platillos; las cactáceas, de origen exclusivamente americano, nos muestran su fantástica variedad de formas, colores, bellísimas flores y reconocidos poderes alimentarios y medicinales; y la Colección Nacional de Agaváceas, cuyos representantes más conocidos son usados para la elaboración de dos de las bebidas más típicamente mexicanas: el pulque y el tequila, aunque existen muchas otras especies de formas fantásticas.
Especial atención merece el Jardín del desierto Doctora Helia Bravo-Hollis, magnífica colección de cactáceas que recibe el nombre de uno de los miembros fundadores del Jardín y entusiasta colaboradora hasta la fecha, a la que le debemos, junto con el doctor Hernando Sánchez mejorada, la excelente obraLas cactáceas de México; esta sección fue construida con la colaboración del gobierno japonés, como un ejemplo de intercambio internacional. Existe una colección similar en la ciudad de Sendai, a 300 km al norte de Tokio, Japón.
Quizá la zona más sobrecogedora es la templada, representada por el arboretum (que significa “colección de árboles vivos”), la cual se inició en 1962. Hoy en día alberga soberbios ejemplares de gran altura, porte y frondosidad; al penetrar en ella, éstos provocan un sentimiento de paz, armonía y magnificencia; podemos deleitarnos contemplando los grandes pinos, que en México tienen especial importancia, no sólo por lo productos que de ellos obtenemos, sino porque el país posee cerca del 40% de las especies mundiales. Además podemos observar cipreses, oyameles, liquidámbares, truenos –que a pesar de no ser de origen mexicano, forman parte ya de nuestra flora-, así como tantas otras especies que ocupan un gran espacio en el que se puede respirar el aroma del bosque, escuchar el canto de las aves y sentirse en comunión con la naturaleza.
La colección de plantas de origen tropical se encuentra repartida entre el Invernadero Faustino Miranda y el Invernadero Manuel Ruiz Oronoz. Este último, cuyo acceso está delimitado por el arboretum, fue construido en 1966 con el propósito de albergar una muestra de la maravillosa diversidad de plantas que viven en una selva tropical. En él podemos encontrar palmas, helechos de varios tipos, piñanonas, orquídeas, ceibas y muchos otras especies, enmarcadas por un gratísimo conjunto de terrazas, jardines y rocas. En lo más profundo descubrimos un estanque con una pequeña cueva; el sonido de las gotas de agua al caer, más el calor y la humedad nos hacen sentir dentro de un bosque cálido y lluvioso… ¡en plena ciudad de México!
Las plantas no sólo tienen la función de deleitarnos con sus exquisitas formas y coloridas floraciones de exóticos aromas; son sumamente importantes porque resultan ser las piezas clave en el mejoramiento del ambiente, en especial en zonas urbanas; pero además, de ellas obtenemos multitud de productos que nos permiten sobrevivir y que, adicionalmente, nos hacen la vida más confortable. Por ello existe un amplia zona dedicada a mostrarnos algunas plantas con usos específicos, como alimento, especias, esencias, fibras naturales y ornato, entre otros.
Especial mención debe tener la sección de plantas medicinales, que posee una gran colección de ejemplares, no sólo de la época actual, sino de anteriores a la conquista. En esta materia, el Jardín Botánico realiza desde hace muchos años un importante rescate del vasto conocimiento tradicional de la herbolaria en muchas regiones de nuestro país, por lo que este espacio representa una buena muestra de la increíble variedad de plantas que tienen alguna propiedad medicinal.
El Jardín Botánico cumple desde hace más de treinta años una importante función de educación y difusión del conocimiento sobre nuestras riquezas naturales; además, realiza labores de tiempo científico para descubrir nuevas plantas con usos potencialmente útiles y rescata invaluables prácticas tradicionales de herbolaria. Representa, en fin, un lugar de sano esparcimiento, tan recomendable para los que vivimos en la ciudad más poblada del mundo.
INVERNADERO FAUSTINO MIRANDA
En la zona escolar de Ciudad Universitaria se encuentra una construcción que desde el exterior se ve como una gran cúpula de techo translúcido, enmarcada por excelentes árboles y jardines. Se trata del Invernadero Faustino Miranda, perteneciente al Jardín Botánico del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Este gran invernadero de 835 m2, diseñado y construido en 1959, fue levantado con una gran visión sobre una hondonada natural, producto de la desigual distribución de la roca volcánica proveniente de la erupción del Xitle, aprovechada para la distribución interna del invernadero. Pero esta hondonada no era suficiente para lograr el tiempo de clima cálido-húmedo que se deseaba; por ello fue necesaria la construcción de una gran cúpula de hierro y fibra de vidrio translúcida que abarca toda la superficie, y que alcanza, en su parte más alta, los 16 metros, sin utilizar ningún soporte más que las paredes. Al poseer un techo que permite el paso de la luz y evita la pérdida de calor, se logra mantener una temperatura más elevada que en el exterior, con menos fluctuación entre el día y la noche, y adicionalmente se retiene la humedad ideal para plantas tropicales.
El Invernadero Faustino Mirada lleva el nombre de uno de los miembros fundadores y primer director del Jardín Botánico de la UNAM. Nacido en Gijón, España, luego de doctorarse en Ciencias Naturales en la Universidad Central de Madrid, llegó exiliado a México en 1939, por la guerra civil española, y se incorporó inmediatamente a la labor de investigación en el Instituto de Biología.
Su vasta obra científica, de más de cincuenta títulos, ha iluminado de manera significativa el conocimiento de nuestra flora, ya que trabajó en diversos lugares de la República, como Chiapas, Veracruz, Puebla, Oaxaca, Yucatán, Nuevo León, Zacatecas y San Luis Potosí, entre otros. Su mayor estudio lo concentró en las zonas tropicales de México, especialmente en la Selva Lacandona.
Su gran interés por las plantas y sus hábitats de nuestro país se vio cristalizado en el Jardín Botánico, en especial en el invernadero, centro de estudio y conservación de uno de los ecosistemas más fascinantes, pero también más alterado: la selva tropical.
Gracias a condiciones excepcionales de alta humedad y temperatura, que rara vez baja de los 18°C, la selva siempre verde es el ecosistema terrestre más rico en biodiversidad del mundo, pues poseer el 40% de todas las especies conocidas; sin embargo, ha sido objeto de una explotación irracional. Hoy las tasas de deforestación selvática son de 10 millones de hectáreas al año, es decir, ¡una hectárea es destruida cada tres segundos en el mundo! Se calcula que en cuarenta años no quedarán superficies significativas de este ecosistema, y se perderán no sólo la biodiversidad, sino también se pondrá en riesgo el equilibrio gaseoso de la atmósfera, ya que la selva actúa como un inmenso generador de oxígeno y captador de bióxido de carbono.
A lo largo de los últimos años, en México hemos sido testigos de cómo han sido deforestadas grandes superficies de bosques y selvas.
Debido a esta situación, el Invernadero Faustino Miranda cobra especial importancia por ser depositario de una muestra del maravilloso mundo de la selva tropical, y por ser parte de una institución encargada del rescate y la conservación de especies en peligro, que poseen potencial económico, medicinal, alimentario, etcétera.
Al entrar en el Invernadero uno se siente en otro mundo, ya que las plantas que crecen ahí rara vez se pueden observar en el altiplano: ceibas, cafetos, helechos de 10 m de alto o de formas inimaginables, plantas trepadoras y, de pronto, un hermoso estanque con una muestra de vegetación acuática, junto con equisetos y algas.
Es posible realizar un recorrido por diversos senderos; el camino principal nos lleva a la magnífica colección de plantas tropicales; por los secundarios nos adentramos en la vegetación por encima de rocas de lava, observamos cicadas y piñanonas, palmas y lianas. Casi al final del recorrido, en una terraza se encuentra una parte de la colección de orquídeas, las cuales, debido a una sobreexplotación fomentada por los altos precios que alcanzan en el mercado ilegal, están desapareciendo rápidamente de sus hábitats naturales.
Fuente: México desconocido No. 250 / diciembre 1997
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