Joy Laville, una artista enamorada de México
Los enormes ojos azules de la artista plástica Joy Laville, su casa, su jardín, sus libros y, por supuesto, sus obras, provocan de inmediato un sentimiento de paz.
Nacida en la isla de Wight, Inglaterra, en 1923, Joy tuvo una niñez feliz a la orilla del mar, donde dibujaba y leía con avidez. Dentro de la pintura no hizo ninguna carrera formal, sólo tomó algunos cursos.
Beatriz Mackenzie ha dicho de ella: “No sabe explicar la intemporalidad que algunos ven en su obra. Ella puede pintar el ahora, pero no sabe qué ahora es”. Joy reconoce como primera influencia la de James Pinto, pero la más importante es la de Roger von Gunten, “aunque no sé si ahora, pues creo que hoy mis cuadros tienen más de mí misma”.
En 1956 llega a México, después de haber vivido nueve años en Canadá acompañada por su hijo Trevor. Venía en busca de un país exótico y barato del que mucho le habían platicado. En San Miguel de Allende vive doce años y encuentra al que habrá de ser el amor de su vida, el escritor guanajuatense Jorge Ibargüengoitia, con quien comparte la vida durante veinte años, hasta que éste fallece, cuando residían en Nueva York; Joy decide entonces regresar a México, porque “yo ya me siento mexicana… hasta pasaporte tengo”.
Finalmente llega a Cuernavaca, donde pinta por lo menos cinco horas diarias y esculpe en espasmos. Viaja mucho, pasa temporadas en Inglaterra y, como buena inglesa, le gusta el whiskey, pero siempre regresa a Cuernavaca y, como buena mexicana, nunca se olvida del tequila.