La Casa del Diablo, historia del estudio Diego Rivera
Conoce la historia de la polémica Casa Estudio Diego Rivera. Quién la construyó, quién la visitaba, y cómo eran los días en la famosa casa.
El diseño y los brillantes colores de la “casa del diablo”, todavía chocan con la arquitectura tradicional de casonas neo-coloniales del barrio de San Ángel. Es la casa, hoy Museo Casa Estudio Diego Rivera, enclavado en la calle de Altavista, que domina el área de San Ángel Inn, en el sur de la ciudad de México.
Hoy en día el estudio de Diego Rivera tiene una doble importancia histórica. No solo como un lugar de trabajo de uno de los maestros de la pintura mexicana, sino porque fue el centro de las polémicas arquitectónicas de la época por su concepto de vanguardia (el edificio fue terminado en 1933).
El estudio de Rivera fue el blanco de un acalorado debate entre arquitectos radicales y académicos; uno de estos últimos, el virulento Raúl Castro Padilla, fue el quien la bautizó como la “casa del diablo”. Pero la atmósfera de cambios que había traído consigo la Revolución, el surgimiento de una nueva clase industrial y los nuevos aires que soplaban en el ámbito de la educación favorecían a los radicales.
Como dijo Juan O’Gorman, arquitecto del estudio y cabeza del movimiento vanguardista que había adoptado las teorías del arquitecto francés Le Corbusier como estandarte: “La diferencia entre un arquitecto tecnócrata y uno académico es muy clara. El tecnócrata ayuda a las mayorías, los académicos a las minorías”. Este nuevo estilo internacional se denominó en México, funcionalismo.
La construcción de la Casa del Diablo
Los intereses de Diego Rivera eran múltiples y, por su quehacer como muralista, incluían desde luego a la arquitectura. En 1920 su amigo O’Gorman estaba construyendo su casa en el entonces apartado poblado de San Ángel y Rivera fue a visitarlo. La casa, que aún puede verse hoy, estaba inspirada en los conceptos revolucionarios de Le Corbusier que sacrificaban la forma por las exigencias de la función.
La construcción de concreto reforzado debía convertirse en una “máquina-habitación”. Rivera quedó encantado con la teoría y entusiasmado le compró a O’Gorman un lote vecino para que este le construyera, bajo los mismos preceptos, un nuevo lugar de trabajo.
La construcción inició en 1931, de hecho el proyecto incluía dos construcciones gemelas, una casa-estudio para Diego y una construcción más pequeña para su esposa, Frida Kahlo. El proyecto del estudio se basó en la casa que Le Corbusier diseñara para su amigos y artista Amedée Ozenfant en 1922 y está considerado como el ejemplo más fidedigno del estilo temprano de este arquitecto en Latinoamérica.
El proyecto cumple con las famosas cinco normas de construcción: una primera planta sostenida sobre pilares (donde Rivera estacionaba su automóvil y estaba una pequeña cocina); una terraza en la azotea; plantas con el mismo número de divisiones; ausencia de ornamentos en el exterior, y ventanales verticales que acentuaran la autonomía del diseño estructural.
De hecho, si existen cuartos dentro de la construcción: un baño, una oficina sobre el estudio y la recámara; pero todos ellos son minúsculos, con reminiscencias de camarotes. Blanca Garduño, quien fuera directora del Casa Estudio Museo Rivera hasta 2001, comentaba: El baño es tan pequeño, que es casi imposible que Rivera, quien además no tenía fama de pulcro, hubiera podido darse un baño a sus anchas”.
«La cerca de cactus-órganos que circundaba el terreno, fue el marco final para incorporar a la construcción el tradicionalismo más mexicano»
Pero O’Gorman no fue un simple repetidor de modas extranjeras, por mucho que se apegaran a su filosofía política o a la de Diego. Como suele suceder con los verdaderos innovadores, O’Gorman transformó el funcionalismo clásico en un estilo muy mexicano.
Los muros exteriores fueron pintados de un brillante azul cobalto en contraste con el naranja subido de la herrería en escaleras y ventanas; detalle descrito por el antes mencionado arquitecto Padilla como “chillón”, que en ese entonces tenía la connotación de violento mal gusto.
Este efecto y más aún, el amarillo congo con el que fueron pintados los pisos está dentro de la más pura tradición mexicana. Para acabar de escandalizar, el terreno fue circundado por una infranqueable cerca viviente de los cactus llamados órganos, costumbre que todavía puede verse en muchas casas humildes de la provincia mexicana y que antecede a la conquista.
El patio y el primer piso -que fungiría como galería- fueron ornamentados con figuras prehispánicas, “ídolos”, que Rivera, coleccionista incansable, compraba por kilo (todavía se puede ver la báscula que utilizaba para este efecto en el estudio); algunas veces, cuando conocía bien a su “proveedor”, ya ni siquiera miraba dentro de las cajas.
El estudio se convirtió en el centro de su mundo. Fue ahí donde planeó sus proyectos murales más grandes, como el Sueño de una tarde dominical en la Alameda, (1947-1948) que fue ubicado en el Hotel del Prado; el mural para el edificio de bombas del proyecto Río Lerma (1950) y la Pesadilla de guerra y sueño de Paz (1952, obra desaparecida), así como un gran número de sus famosos retratos.
Estos últimos eran los que le permitían hacerse de los fondos necesarios para ejecutar las obras más cercanas a su corazón y fantasía: los murales.
Una lugar popular visitado por artistas
El estudio pronto se transformó en la meca de los artistas, políticos, escritores, actrices y amigos. Rivera, enfundado en sus overoles y botas mineras, una figura inverosímil como su enorme colección de judas, objetos artesanales y antigüedades, recibía a sus visitantes sin dejar por ello su trabajo. De todos conocida era su titánica energía y consagración a la pintura; un día de trabajo normal para Rivera se extendía 10 o 12 horas y rara vez estaba tentado a dejar su rutina.
Hacia a finales de la década de los cuarenta, Alfredo Cardona Peña se adentró en el universo místico de Rivera y logró una serie de conversaciones con el artista que más tarde fueron publicada con el nombre de El monstruo en su laberinto.
El fotógrafo Manuel Álvarez Bravo era un asiduo visitante que llegaba a tomar fotografías del maestro o bien a traer sus obras. También a los presidentes Lázaro Cárdenas y Portes Gil se les veía cruzar la ciudad rumbo a San Ángel.
Y a personalidades de otros rumbos y quehaceres. Tal era el caso del Henry Moore, del arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright y hasta de Nelson Rockefeller. Llegaban artistas como Paulette Godard, Dolores del Río o María Félix a posar para sus retratos o simplemente conversar con el maestro.
La vida cotidiana en el estudio
La hora de la comida era el momento de para el trabajo y compartir un rato con amigos y asistentes. Frida mandaba traer la comida desde Coyoacán en una canasta floreada pero, otras veces eran sus admiradoras quienes traían algunos manjares para Diego.
Pero también había periodos en los que Rivera se sometía a dietas rigurosas; su hija Lupe recuerda con horror las largas temporadas en las que el menú consistía únicamente en verduras cocidas. La comida se servía en el patio o en el estudio pues el funcionalismo liberó a los comedores de la tiranía de un comedor.
Diego tenía un pequeño ejército de ayudantes devotos, el más importante era Manuel “el inquieto”, llamado así por su impasibilidad proverbial; era el brazo derecho del maestro, y a más de un amigo y confidente lo ayudaba a moler colores, preparar las paletas. Sixto, el chofer, llamado por Frida “General Trastorno” por sus cuentos y anécdotas inverosímiles de la Revolución. María Hernández quien vivía de planta en el estudio y se encargaba de la limpieza y otros menesteres. Rivera tuvo varios secretarios a lo largo de muchos años productivos, empezando por Frida y terminando con Teresa Proenza quien trabajaba arriba en el mezzanine.
«Exquisitos manjares de la alta cocina mexicana llegaban hasta su mesa aunque, temporalmente, el régimen dietético se limitaba a verduras cocidas y todos lo tenían que guardar»
Por si esta enorme “familia” no fuera suficiente, Diego incorporaba también a toda una serie de artistas asistentes, tanto para sus proyectos murales como para su obra de caballete.
Al finalizar el día, Diego asistía algunas veces a algún coctel o daba una de sus famosas conferencias en el Colegio Nacional a las cuales invitaba, por supuesto, a su comitiva, con quienes discutía el tema a tratar esa noche. Diego solía darle la orden al “General Trastorno” de llevarlo a algún restaurante antes de regresar al estudio a trabajar hasta las once o doce de la noche.
La muerte de Diego y el futuro del estudio
Diego Rivera murió poco después de las 12 de la noche el 27 de noviembre de 1957, dejando su estudio y todo lo que contenía a su hija Ruth. Poco antes de morir Diego había comentado que su deseo era que el estudio llegara a se algún día un museo; tomaría 30 años que el deseo del maestro se hiciera realidad.
Ruth, arquitecta de profesión (fue la primera mujer que ejercieron con ese título en Latinoamérica) se mudó al poco tiempo (1960) al estudio con su nuevo esposo, el artista Rafael Coronel y sus dos hijos, Ruth y Pedro Diego; su tercer hijo Juan nacería al año siguiente. Inevitablemente, las exigencias de una familia en crecimiento fueron modificando el entorno.
El área del garaje fue cerrada para dar cabida a otra estancia, se añadieron otras construcciones del lado poniente y se sacrificó la cerca de cactus para dar paso a un muro de piedra. La parafernalia del estudio fue primero cubierta con plásticos, después embodegada mientras Rafael Coronel trabajaba ahí y las piezas prehispánicas del primer piso fueron quitadas de su lugar para dejar más espacio.
El día en el que el estudio dio vida como museo
El estudio se abrió al público en diciembre de 1986, con motivo del centenario del natalicio de Diego Rivera. El nuevo museo de la Ciudad de México volvió a suscitar polémicas. Dolores Olmedo -amiga de Diego desde los años treinta y dueña de la colección privada más grande de obras del maestro- quien conoció el estudio en sus días de gloria, dijo que el museo no preservaba la atmósfera de la casa del artista, ni recordaba la vida que vivió ahí.
Blanca Garduño, argumentó que el estudio estuvo abandonado muchos años y que tuvo que ser reconstruido a partir de fotografías de la época. Las de Héctor García en particular fueron muy útiles. En ellas se ve que muchos objetos cambiaron de lugar a lo largo de los años. Algunos de los muebles que estaban manchados de pintura se volvieron a pintar y tampoco hay traza del desorden y aspecto sucio que tenía cuando Rivera trabajaba ahí.
Un museo estático no invita a ser visitado en repetidas ocasiones. Por ello se decidió desde el principio que, para atraer visitantes era necesario organizar exposiciones temporales que tuvieran alguna conexión con Rivera.
Al estudiar a Rivera quien tenía nexos políticos tan complejos con la izquierda y la derecha, se investiga un periodo muy rico de la historia política y la historia del arte de México lo que implica que tenemos que preservar el pasado para mejor entender el presente que es nuestro.
Seguramente Diego estaría de acuerdo con esto y con saber que su estudio sigue siendo un lugar de reunión y lo seguirá siendo para miles de visitantes anuales. Nuevas generaciones de amigos desconocidos.
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