La conquista de El Gigante (Chihuahua)
Después de una larga y emocionante jornada descendimos la pared de el gigante y supimos que se trataba de la más alta de cuantas se conocen en el país.
Después de una larga y emocionante jornada descendimos la pared de el gigante y supimos que se trataba de la más alta de cuantas se conocen en el país.
En 1986, cuando los miembros del Grupo de Espeleología de Cuauhtémoc (GEC) iniciaron las exploraciones de la barranca de Candameña, en la parte norte de la Sierra Tarahumara en Chihuahua, pronto localizaron una pared rocosa de gran tamaño que destacaba hacia la parte media de ésta. La peña los impresionó tanto que la llamaron El Gigante, nombre que ha persistido hasta ahora.
Durante las exploraciones preliminares a la cascada de Piedra Volada en 1994 (véaseMéxico Desconocidonúm. 218) constaté la magnitud de esta gran pared. En esa ocasión calculamos que tendría entre 700 y 800 metros de altura, totalmente verticales. Una vez conquistada la cascada surgió la idea de descender en rappel desde la cumbre de El Gigante, donde inicia, hasta el río Candameña, donde finaliza.
Antes de organizar el descenso se estudió la pared para determinar la ruta a descender, y se realizaron prácticas de rappel y otras técnicas en las cascadas de Piedra Volada (453 m) y Basaseachic (246 m), entre otros sitios. Durante el estudio hubo hallazgos interesantes, como la primera exploración de la barranca de Piedra Volada, la cual había estado hasta ese entonces totalmente virgen, al igual que la cumbre de El Gigante.
La mayoría de los miembros del GEC partimos desde ciudad Cuauhtémoc hacia el Parque Nacional Basaseachic, donde se encuentra El Gigante. Para la conquista de esta pared nos dividimos en tres grupos: el de ataque, que se encargaría de todo el descenso y dos de apoyo; uno se ubicó abajo, en el río de Candameña y el otro en la cumbre y la primera parte de la pared. La ruta que elegimos para el descenso incluía dos amplias repisas que facilitarían todas las maniobras de la expedición.
Salimos de Cajurichic y en Sapareachi establecimos el campamento base. Nuestros guías fueron el señor Rafael Sáenz y su hijo Francisco.
Eran las 3:30 p.m. cuando alcanzamos la cumbre de El Gigante. Desde ahí se tiene una de las vistas más espectaculares de toda la sierra. El río Candameña se ve casi a un kilómetro directamente abajo, enfrente como a 700 m está la otra ladera de la barranca tan vertical como la de El Gigante, por eso la barranca de Candameña resulta tan imponente, ya que es muy profunda y muy angosta. También, a menos de 800 m teníamos a un lado de nosotros la cascada de Piedra Volada. Una visión realmente fascinante.
Casi desde la cumbre nace una grieta, con una fuerte inclinación paralela a la pared, por la cual iniciamos el descenso para alcanzar la primera repisa.
Instalamos ahí el primer campamento y terminamos las maniobras hacia las 9 de la noche. La repisa es muy amplia; 150 m de largo por 70 u 80 m de ancho, aunque al estudiar las fotos de la pared parecía algo insignificante. Su pendiente es muy fuerte y sólo encontramos un punto dónde acampar con relativa comodidad. Está casi totalmente cubierta por vegetación.
El día siguiente continuamos el descenso. Para alcanzar la orilla tuvimos que colocar algunos cables. Abajo de la primera repisa encontramos otra. Calculábamos que entre las dos había un tiro de alrededor de 350 metros. Durante la mañana instalamos el cable para este descenso. Antes de bajar admiramos el panorama de la barranca. Veíamos el río como a 550 m abajo y la infinidad de picos y quebradas laterales.
Al ir bajando noté que el cable no estaba totalmente libre, como lo habíamos supuesto, si no que tocaba muy ligeramente la pared rocosa y esto ocasionaba que el cable se atorara; además, la pared está llena de unas plantas que localmente se conocen como palmitas, parecidas al zacatón, pero más grandes. Su abundancia es tal que el cable se enredaba entre ellas, por lo que el descenso fue lento y tuve que detenerme en varias ocasiones para desenredarlo.
A mitad del tiro, en el fraccionamiento más importante Víctor bajó para ayudarme en las maniobras. Cuatro horas nos llevó completar el descenso debido a estos problemas y terminamos justo antes del anochecer.
La segunda repisa es mucho más chica que la primera y más inclinada, aquí sólo localizamos un sitio sumamente incómodo para vivaquear.
Este segundo saliente presenta una vegetación más cerrada que la anterior por lo que al día siguiente, al buscar alcanzar la orilla para continuar con el descenso nos hizo falta un machete.
Calculábamos que para llegar al río aún nos faltaba un rappel de unos 200 metros. Sabíamos que la línea principal que traíamos ya no nos alcanzaría, por lo que descendí con un cable extra de unos 60 m de longitud. Para evitar que se volviera a enredar el cable entre las palmillas, lo llevaba dentro de una bolsa perfectamente acomodado, de tal manera que fuera corriendo a medida que yo bajaba, claro que tenía un gran nudo casi en su final que me detendría automáticamente en caso de que se acabara antes de llegar al río.
La línea principal no alcanzó ni agregándole el cable extra. Entonces Óscar bajó con uno de los cables auxiliares que traía, el último del que disponíamos. Mientras lo esperaba contemplé el paisaje de la barranca.
Estaba encantado, extasiado y me daba cuenta de que nos encontrábamos ya muy cerca de lograr nuestro objetivo. Hacia abajo veía ya el río tan cercano que incluso distinguía el campamento y a los miembros del grupo de apoyo que nos esperaban.
Rápidamente llegué al final del cable, brinqué el primer nudo y entonces uní el último tramo de cable que traíamos. Me encontraba como a unos 20 m del río y ya podía comunicarme verbalmente con el grupo.
Brinqué este último nudo y lentamente descendí. Si hubiera bajado directamente, habría caído a una gran poza, pero Luis Alberto Chávez, el líder del grupo de apoyo, me ayudó a desviarme y con un ágil brinco alcancé una pequeña isla de arena en medio de la poza. Me desembaracé del cable y alcancé la orilla del río. Con grandes abrazos y sendas comunicaciones por radio nos felicitamos por el éxito alcanzando. Esto se repitió a los pocos minutos en que Óscar alcanzó el río.
A media noche enviamos a coro una felicitación al otro grupo que estaba aún en la primera repisa a través de la radio. La gran fogata que hicimos iluminaba un amplio sector de la parte baja de la pared de El Gigante, era una visión bella, un tanto dantesca, la pared se percibía como mágica al influjo de la luz suave y naranja de las llamas que parecían estar danzando.
El Gigante se levantaba hacia el cielo nocturno. simulaba un enorme triángulo que apuntaba al firmamento; el cielo estrellado resaltaba la silueta de esa gran pared.
Aproximadamente dos días nos tomó salir de la barranca. En Basaseachic, ya por la tarde preparamos una comida de celebración. Después partimos todos hacia Cuauhtémoc.
Con algunas mediciones que efectuamos durante la expedición pudimos determinar con cierta precisión la magnitud de El Gigante: 885 m, sin lugar a dudas, la pared más alta conocida hasta ahora en el país. Y aunque nosotros la conquistamos con técnicas de espeleología, de arriba hacia abajo, esta pared y muchas otras están en espera de los escaladores.
Fuente: México desconocido No. 248 / octubre 1997
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