La increíble historia de la silla Acapulco, un invento de 3 mexicanos y Elizabeth Taylor
La suma del ingenio de un profesor, un panadero y un albañil mexicanos lograron el principio de un mueble clásico de México: la silla Acapulco.
La forma de la silla Acapulco invita a recostarse y olvidarse del tiempo (o tal vez dormir una siesta). ¿Cómo surgió y qué la vuelve tan especial? Te contamos la historia de la silla Acapulco.
Una escuela para niños especiales
En 1955 la única primaria en la costa acapulqueña dedicada a dar educación a niños con discapacidad estaba quebrada, el riesgo de cerrarla para siempre era prácticamente un hecho. Es así como empezó la historia de la legendaria silla Acapulco, un mueble que ha llegado a todo México y seguramente a muchos rincones del mundo.
Conflictuada por el casi inminente cierre de la escuela, una de las maestras compartió su angustia con su esposo, llamado José Cortés, quien también era profesor. Él prometió a su mujer que encontraría una forma de hacerse de recursos para solventar los gastos de aquel instituto educativo en vías de extinción.
La unión hace la fuerza
Cortés llamó a un par de sus mejores amigos: un panadero y un albañil, a quienes les planteó el problema económico y les dijo que tenían que hacerse de recursos pronto para salvar una escuela para niños con discapacidad. El panadero les soltó una idea que le estaba dando vueltas en la cabeza desde hacía un buen rato: construir unas sillas basadas en el mismo esquema en el que estaban construidos las canastas para poder llevar el pan sobre la cabeza.
Al principio el profesor y el albañil no les quedaba muy clara la idea, hasta que el panadero les explicó que la canasta para transportar pan constaba de un aro de metal al centro, en el cual iba la cabeza, y un aro más grande a los costados para así formar el cesto con ayuda de un forro de cuerdas de henequén.
De la canasta a la silla
Sólo era cosa de hacer algunas variaciones al cesto de panadero para, a partir de ahí, crear sillas. Una vez entendido el plan empezaron a bosquejar en papel su idea, consiguieron los fierros y armaron el primer esqueleto, lo forraron con lazos de henequén y tenían así su primera silla.
Aunque todavía aquella no era como las que hoy todos conocemos, es decir en forma de huevo, era algo más pequeña, menos anatómica, aún así la empezaron a vender entre los acapulqueños, siendo los pescadores sus primeros mejores clientes. Y es que este asiento les queda muy bien para sentarse a desescamar pescados. La siguieron vendiendo, con cuyas ganacias obtuvieron los primeros recursos para salvar a la primaria para niños con discapacidad.
El salto de Hollywood
Pero el destino de aquella silla cambiaría para bien en 1961. Ese año se celebró por tercera ocasión consecutiva en el puerto la Reseña Mundial de Cinematografía, por lo que las celebridades de Hollywood iban y venían por todos los rincones del puerto maravillados por el mar, la naturaleza, las costumbres, etcétera; Elizabeth Taylor era una de ellas.
La actriz, que por aquellos años se preparaba para estelarizar Cleopatra, unos de sus filmes más encumbrados, fue hasta el taller del maestro, el albañil y el panadero, acompañada de un amigo quien al conocerlos les propuso mejorar el diseño de la silla a fin de que fuera más anatómica y bella; los acapulqueños aceptaron.
La fiebre por las sillas Acapulco
Fue así como nació la silla que hasta hoy conocemos, ovalada, casi en forma de huevo. Taylor se llevó 250 sillas aquella primera vez para adornar sus casas en Estados Unidos; durante los próximos 12 meses los invitados a las fiestas que ofrecía en sus residencias quedarían maravillados. Fue el inicio de la fiebre por las sillas acapulqueñas.
Al siguiente año se realizó de nuevo la Reseña Mundial de Cinematografía con la consecuente llegada de hordas de actores y actrices, quienes esta vez tenían otra cosa en mente además del cine: conseguir sillas como las de Elizabeth Taylor. Desde entonces el taller del maestro, el albañil y el panadero las empezó a producir por miles.
La división del equipo
En un punto, como es frecuente en los negocios, los iniciadores se enemistaron. El albañil salió de la sociedad y puso su propia fábrica haciendo una silla algo diferente: se trataba de una en forma de aguacate, pero no tuvo mucho éxito, aunque todavía algunos talleres la reproducen por ahí.
Cerca del año 2000 don José Cortés recibió un reconocimiento como creador de la silla Acapulco, un mueble que, se tiene registro, ha llegado hasta países asiáticos y que ahora se vende hasta en plataformas internacionales como Amazon. Esta historia fue contada por Rodrigo Cortés, nieto del creador del famoso asiento mexicano.